El descubrimiento del plagio en el discurso del presidente Javier Milei ante la Asamblea General de las Naciones Unidas sumó un nuevo capítulo en la extensa lista de "descuidos" del mandatario. Lo que comenzó como una presentación que debía consolidar la imagen del nuevo Gobierno Argentino en la escena internacional, terminó revelando una torpeza para la Gestión: el discurso presidencial tomó fragmentos casi idénticos de una escena de ficción. Pasajes enteros fueron extraídos casi literalmente del presidente Josiah Bartlet, personaje ficticio de "The West Wing", interpretado por Martin Sheen.
La indignación corrió no sólo en las redes sociales, donde la polémica se viralizó, sino también en los círculos políticos. Sin embargo, es posible que Milei no lo entienda como un error. Desde el entorno presidencial, lejos de asumir responsabilidades o reconocer el error, no hubo aclaraciones y reinó la indiferencia y el desdén.
El nuevo plagio no sólo deja en evidencia un alarmante descuido en la elaboración de los mensajes clave de su administración, sino que profundiza la sensación de improvisación que ha caracterizado a los primeros meses de su mandato. Lo más grave es que, en lugar de dar una explicación o asumir algún tipo de responsabilidad, la reacción fue el silencio, como si se tratara de una anécdota irrelevante.
El papelón llegó en un momento en que el gobierno de Milei puede guardar logros y problemas por igual. El plano económico tuvo una semana con variables de estabilidad en el dólar, caída del riesgo país y un mensaje positivo del FMI sobre la marcha del plan económico.
Pero en paralelo volvió a recibir un golpe político con las multitudinarias marchas universitarias que atravesaron el país para reclamar que se garantice la ley de financiamiento a las casas de estudios. Pero más complejo aún es el panorama porque el Congreso de la Nación podría revertirle el veto con dos tercios de la cámara, algo que hasta ahora -por lo simbólico y el peso político que tiene- el Gobierno había logrado contrarrestar. Esta vez podría ser distinto y el ruido podría llegar a los mercados, donde Milei busca tener paz.
Días después de la marcha ocurrió un hecho, repudiable por cierto, pero que se destacó por singular para la época: un grupo de simpatizantes y legisladores Libertarios no pudieron llevar adelante una charla que tenían prevista en la Universidad de La Plata por el repudio de agrupaciones estudiantiles. Esto, que pareció una situación ordinaria, podría también ser tomada como el primer gesto de rechazo público a un sector que gozaba de niveles de aceptación social inéditos.
Lo que pueda pasar el próximo miércoles en Diputados, donde se tratará el veto, que inmediatamente después de la marcha lanzó Milei, no será un trámite más. Puede significar un punto de inflexión para el nuevo modelo de país que propone.
Milei se enfrenta a un dilema que trasciende lo narrativo: la capacidad de su administración para sostener un discurso de cambio radical en un contexto donde las marcas del descontento social empiezan a asomar. Su apuesta por un Estado reducido y una mayor apertura al mercado puede estar chocando de frente con niveles intolerables en las reservas políticas y culturales, de un país donde el rol del Estado en la Educación, la Salud y otros sectores estratégicos ha sido históricamente robusto y ampliamente defendido.
Lo que empieza a llamar la atención no es solo el desgaste político que estos episodios representan, porque cualquier Ejecutivo los tiene, sino la falta de una estrategia coherente para salir del problema. En el terreno de lo simbólico, el plagio del discurso es un golpe que trasciende la mera anécdota. En un momento donde la confianza en la clase política está en mínimos históricos, los ciudadanos deberían esperar más autenticidad y transparencia de sus líderes. El Presidente tiene en su ADN político un modelo de liderazgo basado en el choque y la provocación, pero a veces esa receta puede que termine no siendo la adecuada para las democracias movilizadas.