No fue la célebre garra charrúa la que floreó Luis Lacalle Pou en la cumbre de la CELAC realizada en Buenos Aires. Pero considerando el contexto, las circunstancias y el auditorio, podría caracterizarse como un nuevo Maracanazo: un escenario diseñado para catapultar el retorno de Lula como líder regional fue la plataforma para que el Presidente de Uruguay ratificara los valores de la democracia, la defensa de los derechos humanos, la institucionalidad republicana y el libre comercio como mecanismo para alcanzar la prosperidad y una verdadera y efectiva integración regional. Un soplo de aire fresco y sentido común en un deslucido evento caracterizado por ideologismos, inconsistencias y contradicciones.
Para los desmemoriados, por Maracanazo se conoce a la victoria por 2-1 de la selección de fútbol de Uruguay en el último partido de la Copa del Mundo de 1950, el 16 de julio de ese año en el emblemático Maracaná de Río de Janeiro, frente al gran favorito y local Brasil. Ese estadio fue sede de dos encuentros recientes muy recordados por todos nosotros: la derrota frente a Alemania en la final de 2014 y el brillante triunfo en la Copa América del 10 de julio de 2021, con el golazo de Ángel Di María, al que se refiere nuestro nuevo himno nacional, "Muchachos". En aquella oportunidad, comandados por el gran Obdulio Varela, los orientales ganaron de manera sorpresiva y enmudecieron a una multitud calculada en 200.000 almas.
Algo parecido ocurrió esta semana en la cumbre de la CELAC: ninguno de los presentes atinó a responder las definiciones doctrinarias de Lacalle Pou, que hizo gala de su retórica y de una claridad conceptual muy contrastante con los discursos trillados y con olor a naftalina que se pierden en los aburridos meandros de la integración latinoamericana y el diálogo entre los pueblos de la Patria Grande. Para ser justos, aquella selección brasileña jugaba de manera brillante: ojalá el liderazgo regional se pareciera en algo (aunque Mario Abdo Benítez tuvo una participación sobria: la rebelión de los "hermanos menores"). Antes de perder contra Uruguay, el equipo dirigido por Flávio Costa venía de golear a Suecia y a España, y había tenido una notable primera ronda. En cambio, para ponerlo en términos futbolísticos, los presidentes de los países que integran la CELAC no sólo no le hacen un gol a nadie, sino que en términos de desarrollo humano, en general sus naciones pierden por goleada (con las importantes excepciones señaladas). Como advirtió estos días Andrés Malamud, América Latina acumula el 5% del comercio mundial, el 8% de la población y el 35% de los homicidios.
Este gris encuentro fue también testigo de algunos "macanazos": el más singular fue protagonizado (cuándo no) por Alberto Fernández, que confundió la CELAC con la Cumbre de las Américas. "Lo traicionó el inconsciente: le hubiera encantado inaugurarla, como hizo Néstor Kirchner en 2005, en Mar del Plata", reflexionó en voz baja un ex colaborador suyo. Para peor, el Presidente sufrió un nuevo sinsabor al ser desplazado como titular del organismo: Cuba y Venezuela impusieron a un títere, Ralph Gonsalvez, el primer ministro de San Vicente y Granadinas. Faltaría el cartelito: "atendido por sus dueños".
"El Gobierno se mantiene competitivo y está unido para conservar el poder", afirmó Alfredo Cornejo, jefe del bloque de JxC en el Senado, en un reportaje publicado el miércoles pasado por El Cronista. Sondeos recientes indican que, con un alto porcentaje de indecisos, el oficialismo parte de un piso de por lo menos 25% del electorado. Juntos por el Cambio cuenta con alguna ventaja inicial, pero el crecimiento de Javier Milei, como reconoce el propio Cornejo, preocupa en términos electorales y, en especial, en materia de gobernabilidad. En su espacio proliferan voces que ven en el líder libertario un eventual aliado ya sea a nivel nacional para avanzar en una agenda transformacional (Patricia Bullrich y Mauricio Macri, que esta semana compartieron días de intenso trabajo, conocimiento personal y convivencia familiar en Villa La Angostura), o provincial para derrotar al peronismo, como sugirieron desde el radicalismo Martín Tetaz y Gustavo Posse, con foco en la provincia de Buenos Aires, donde Kicillof buscaría su reelección y Cristina, si reconsidera su autoexclusión como pretende La Cámpora (que organiza para eso un acto masivo el próximo 24 de marzo), apuntaría a una banca en el Senado como en 2015 y 2017. El FDT carece por ahora de candidatos competitivos, pero algunos pujan por estar en el candelero. Son los que son, no los inventan los analistas, los encuestadores ni los politólogos: Alberto Fernández, Sergio Massa, Juan Manzur, Wado de Pedro, Daniel Scioli… ¿Algún tapado más?
Curiosamente, un conjunto de intelectuales, periodistas y referentes de la cultura muy respetables, inteligentes, prolíficos e incisivos parecen sugerir que el mero reconocimiento de esta realidad, incluyendo el potencial de los eventuales candidatos y la realización de estudios de opinión pública para basar el análisis en evidencia y no sólo en respetables puntos de vista, constituye una propaganda de campaña mal disimulada, un acto de colaboracionismo o directamente un hecho de corrupción. Es habitual encontrar comentarios de ese tenor en las redes sociales, donde muchos de sus participantes canalizan sus frustraciones y muestran sus prejuicios de forma agresiva, de muy mal modo y ausencia de espíritu democrático, aunque supongan o se autodefinan como defensores de la república e institucionalistas (alguno tal vez incluso se identifique con el propio Lacalle Pou y admire la cultura cívica de su país, sin advertir que destila intolerancia y falta de respeto por el que piensa diferente). Sorprende, sin embargo, que dichas expresiones provengan de individuos tan calificados y con reconocidos pergaminos. ¿Acaso el vendaval de irracionalidad maniquea en el que suele derrapar nuestro debate público ha impregnado su lógica de pensamiento?
Notablemente, algunos de estos sacerdotes de la nueva inquisición gorila han tenido algún recorrido (en algunos casos bastante extenso, en otros aun relativamente reciente) por el "campo nacional y popular" que ahora tanto parecen detestar. Todo el mundo tiene el derecho (¿la necesidad?) de cambiar de parecer: bienvenida la autocrítica y hasta el arrepentimiento. Más: estos baluartes del antipopulismo expresan una notable confianza en muchos políticos que, como ellos, experimentaron un recorrido bastante similar. Tal vez el caso más notable sea el de Miguel Pichetto, que, por su papel como titular del bloque del Frente para la Victoria en el Senado, defendió a capa y espada la agenda del kirchnerismo más puro. Vale recordar que Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Diego Santilli, Cristian Ritondo, Silvia Lospennato, Joaquín de la Torre y un larguísimo etcétera expresaron en algún momento de su trayectoria política o profesional apoyo o incluso han trabajado para algún gobierno peronista. O han militado en esa fuerza. Lo más interesante: una amplia franja de la oposición y hasta relevantes actores sociales parecen (sin duda con justicia) reivindicar y tomar como ejemplo muchas reformas económicas implementadas durante la administración de Carlos Menem.
Los conversos suelen caer en exageraciones y abrazarse a posturas maximalistas. Pero suponer que los análisis con los que uno no concuerda responden a errores infantiles, intereses económicos u operaciones políticas habla de los prejuicios, las culpas y las obsesiones de quienes prefieren la agresión y la sospecha de mala fe a un genuino intercambio de ideas en el que se respeten y hasta valoren las diferencias de criterio, como supone un entorno realmente democrático.