En la organización mundial que alguien alguna vez ha imaginado y llevado a cabo, tenemos al que manda y el que es mandado, el que ordena y los que obedecen; según sea el estilo y la forma, ese poder podrá ser aceptado o rechazado. Los hubo -y los hay- que utilizaron el poder para la arbitrariedad; fue especialmente en los primeros tiempos cuando el estilo de gobierno imponía decidir sobre lo nuevo, sin antecedentes. Se discutía casi siempre después, en las plazas, bares y sitios de reunión. Hubo casos de renuncias autoimpuestas o impulsadas por los ciudadanos. Hubo de todo y no lo vamos a detallar ahora. En política, la práctica electoral determinó premios y castigos. El poder ejercido por la fuerza tiene una historia tan larga como la humanidad: de Caín para acá, a mano limpia, con quijadas de burro, bastones, espadas, bombas o superioridad intelectual y económica, los seres humanos desearíamos decidir los qué, los cómo, los cuándo y los dónde sin que se nos discuta. Muchas veces fracasamos en el intento y nos acostumbramos a ser manejados con apariencia de democracia.
Es oportuno recordar la cadena autoritaria que ocurrió en nuestra provincia. El gobernador Aldo Tessio, elegido en 1963, fue derrocado en 1966 cuando el golpe militar de Juan Carlos Onganía y fue reemplazado por sucesivos interventores: Contralmirante Eladio M. Vázquez y el general Guillermo Sánchez Almeyra. Producidas las Elecciones de 1973, asumió como gobernador Carlos Sylvestre Begnis, que tuvo una duración de tres años. Un nuevo golpe militar, en 1976, puso en el mando provincial al vicealmirante Jorge Desimoni, sucedido en 1981 por el Contralmirante Rodolfo Luchetta, luego Roberto Casís y Héctor Salvi, desembocando en las Elecciones de 1983 con la asunción de José María Vernet. Como puede verse, la sucesión de nombres designados por golpes y por actos electorales, grafican los caprichos por los que circula el poder y su autoridad, a menudo a espaldas de las comunidades. Ya decía Nelson Rockefeller que, cuando ya estaba colmada la cantidad de dinero al punto de no desear más, todavía queda algo por desear: el poder.
Muriel
En nuestro caso, dejamos de lado la violencia por fuerza, por género o por número para centrarnos en el poder por autoridad natural, la que se otorga por decisión espontánea. Pocos años atrás, hubo dos casos que pueden ejemplificar lo que afirmamos: uno de ellos fue Rodolfo Muriel, que surgió a la intendencia porque ofreció al electorado una conducta de acción transformadora de la inactividad que reinaba hasta entonces, así comenzó un ejercicio del poder legítimo que redundó en la aprobación de la comunidad; tanto que, al producirse un golpe de Estado Nacional, Muriel fue designado como interventor municipal y en la práctica fue una continuidad de su poder, ahora sin el Concejo pero con el equilibrio suficiente para que se haga lo necesario sin autoritarismo. La aprobación de la comunidad se reflejó en las elecciones siguientes; en ellas, el que podría haber sido un autócrata rechazado, resultó un líder natural con mayoría de votos.
Borio
Otro caso que entre nosotros tuvo notoriedad fue el de Juan Carlos Borio. Trabajó en el área de Hacienda de la Municipalidad durante la intendencia de Virgilio Cordero entre 1973 y 1976. Al producirse el golpe militar, Cordero dejó la intendencia para asumir en un cargo provincial en el área de Educación y sugirió que lo sucediera Borio. La sugerencia fue aceptada y el joven contador tomó el poder municipal. Tanto su gestión como su actitud frente al poder fueron positivas, al punto que le fue ofrecida la candidatura a la intendencia para la elección siguiente, para la cual las encuestas lo favorecían, pero no aceptó, asumiendo luego como concejal y más adelante designado interventor en la EPE. Lo seducía el tango y a veces a escondidas -o al menos no en público- desgranaba unos versos sosteniendo entre el índice y el mayor de la mano derecha el cigarrillo repetido, casi obsesivo, que a fuerza de humaredas teñía en parte su enorme bigote distintivo. Se diría que Juan Carlos Borio temía excederse en las palabras, las medía sílaba por sílaba y sus frases conseguían su final sólo escondidas en la sonrisa de costado. Lo mismo ocurría con sus decisiones en Hacienda, en Intendencia, en la Empresa de Energía, en casa, acompañado por las opiniones de Jorgelina Pagliero, una esposa que sólo se explayaba en el aula y a veces, sólo a veces, en la segunda fila de una recepción oficial.
"El poder siempre seduce -nos decía Borio en una entrevista- y detrás de él vienen siempre fantasmas afilando las uñas como son la soberbia, la vanidad. Depende de cada uno dominar esas tentaciones; el ego forma parte de las personas y el poder lo agranda de tal manera que puede ser hasta destructivo cuando se trata de usarlo para dominar, sojuzgar. Algunos quieren el poder para una simple figuración; están los que quieren el poder para manejar situaciones por intereses propios o de grupos, pero también afortunadamente existen los que usan el poder para satisfacer las necesidades de su comunidad, de sus semejantes, el bien común. Los que tienen una porción grande o chica de poder necesitan una gran dosis de equilibrio para no incurrir en los riesgos que el mismo poder le presenta".
Premios y castigos
Una de las herramientas del poder es la tendencia a explicar lo que se hace cargando los errores sobre los que estuvieron antes. A la democracia le toca adjudicar a cada uno lo que le corresponde, premiar y castigar. Hoy los castigados no aceptan y los premiados tienen, como siempre, a quién echar las culpas. Las masas sobornadas, cuando quedan sin poder detrás, suelen ser un ejército que, ante la derrota, se esconden en el anonimato de "X" o en la tergiversación de las estadísticas. Una cosa es cierta: no hay gobiernos perfectos ni pueblos que lo merezcan. Mucho menos creer que esos pueblos no piden rendición de cuentas.
El poder no se lleva bien con la humildad y, con el paso del tiempo, suele convertirse en despotismo.