Opinión

La larga agonía del kirchnerismo

No hay botón que Massa no haya tocado, medida que no haya implementado y decisión que no haya adoptado para dotar de musculatura a su Plan Platita. Metió mano en las jubilaciones, el Impuesto a las Ganancias, el IVA y tantos otros lugares dejando al descubierto -por si existiesen dudas- que el propósito de estar en el ballotage justifica echar mano a cualquier recurso. Que el agujero fiscal que produzca sea de una dimensión colosal, lo tiene sin cuidado. Está claro que, en las últimas semanas, su apetencia presidencial ha opacado por completo su responsabilidad en el manejo de la economía. Si alguien, con buen criterio técnico, le hiciese notar que, en caso de sentarse en el sillón de Rivadavia, la bola de nieve que ha generado lo arrastraría al abismo, le respondería que en una elección de esta trascendencia hay que ganar al precio que sea. Si esa misma persona le marcase que lo que ha anunciado contradice de manera flagrante el compromiso contraído con el Fondo Monetario Internacional, se reiría a carcajadas y le diría que ya le sacó a ese organismo de crédito lo que quería. Lo cual es enteramente cierto.
Si bien resulta lógica la crítica que las dos principales formaciones opositoras han enderezado en contra del candidato oficialista debido a su falta de tino económico, también son comprensibles los motivos por los cuales éste ha quemado las naves y huido hacia adelante. ¿Qué otra cosa podría haber hecho un político populista, en atención al berenjenal en el que se halla metido? Asumir su derrota y cuidar los dineros públicos quizás fuera el camino que seguiría un hombre de estado sensato. No es -de más está puntualizarlo- lo que ha pensado Massa.
Es cierto que el libreto que ha implementado a las apuradas se traducirá en una mayor inflación. Pero, a esta altura de la campaña electoral, lo único que le importa es llegar a la segunda vuelta. La cuestión -claro- es cómo lograrlo, y en ese orden de cosas lo único que se le ha ocurrido es poner en marcha una piñata de proporciones gigantescas, previa a los comicios. Algo así como un reparto de regalos a vastos sectores de la sociedad, efectuado con el dinero del Estado, o sea, de los contribuyentes.
La jugada del candidato kirchnerista parte de un presupuesto básico del credo distribucionista: las adhesiones, las lealtades y los votos se pueden comprar. Hubo momentos en nuestra historia en que semejante trueque -por llamarlo así- funcionó de mil maravillas. Sin embargo, quienes hoy reciben los beneficios gubernamentales no parecen dispuestos a votar obligatoriamente por sus candidatos en el cuarto oscuro. La idea de aceptar un lavarropas, una cocina, un bono o lo que fuese, para luego sufragar como uno quiere, está más extendido de lo que el comando kirchnerista piensa. En eso los punteros de barrio saben más que Cristina, Massa y Kicillof sumados.
Massa no se dará vencido. Dispuesto cómo está a redoblar la apuesta sin medir los costos de su audacia, es posible que todavía no hayamos visto a qué extremos podría llegar en el salto acrobático sin red que ha ensayado. Es consciente de que sus posibilidades de ocupar el cargo que ostenta Alberto Fernández son escasas, si se prefiere, nulas. Lo que en cambio juzga probable -y a lo que apunta- es a llegar segundo el próximo 22 de octubre, esquivando así el escenario más temido, que clausuraría su futuro en la arena de la política: quedar detrás de Javier Milei y de Patricia Bullrich en esa fecha y convertirse en el candidato presidencial que llevó al peronismo a su peor derrota histórica.
Aun cuando el distribucionismo le ayudase -algo dudoso en virtud de la inflación que traerá a cuestas- y pudiese ponerse a cubierto del malhumor social, todavía debería Massa sortear otra dificultad que escapa a su control: la indisciplina de los aparatos peronistas a lo largo y ancho del país. Los gobernadores y los intendentes del Gran Buenos Aires no están para nada convencidos de que sea competitivo.
Las dudas no han hecho más que incrementarse a medida que se suceden las Elecciones provinciales y el PJ es derrotado una y otra vez. Cuanto aconteció en Chaco y, de manera especial, en Santa Fe, en los últimos dos domingos -que antes había pasado en las provincias de San Luis, San Juan, Chubut y Santa Cruz- y casi seguramente se repetirá en Entre Ríos, no ha caído en saco roto. El Gobierno Nacional puede hacerse el distraído respecto del tema, aunque no engaña a nadie. De puertas para adentro de ese movimiento multiforme que es el peronismo, en sus pliegues -que son infinitos- y en las innumerables capillas que lo conforman, hay una sensación de final de fiesta indisimulable. La reunión que presidió Massa en Tucumán, junto a los mandatarios adictos del norte argentino, como la que lo juntó con buena parte de los popes sindicales pocos días atrás, son puestas en escena obligadas en el curso de una campaña. Nada más. Todos ponen cara de buenos y pontifican que van a ganar. La procesión que va por dentro de ellos dice otra cosa.
Más allá de lo que alcance a dar Sergio Massa, el kirchnerismo está en caída libre. Desde el punto de vista estrictamente electoral, se ha confirmado en las Primarias un fenómeno que ya se había hecho notar en los comicios legislativos de hace dos años: el poder de fuego de La Cámpora y sus acólitos quedó reducido al Gran Buenos Aires. A ello debe sumarse que su jefa indiscutida pasará los años por venir desfilando, sin prisa y sin pausa, por distintos juzgados. Los fallos recientes de la sala I de la Cámara de Casación, referidos a la causa Hotesur-Los Sauces y otra por el pacto con Irán, la han dejado a la ex-presidente en una posición más que incómoda. Las pruebas en su contra -extensivas a sus cómplices, desde su hijo hasta sus dos empresarios favoritos, Lázaro Báez y Cristóbal López- son categóricas, y ya no contará con los fueros que le permitieron eludir cuanto más teme: terminar en una condena que la recluya en su domicilio y le quite cualquier posibilidad de aspirar a un cargo público.
Hasta el momento nada ha cambiado demasiado desde la sorpresa que produjo el triunfo de Javier Milei en las Primarias abiertas. Se veía venir la decisión de aquel tribunal, de igual forma que el tope al que llegaría la inflación del pasado mes. Nada de eso llamó demasiado la atención, lo cual no quiere decir que no haya tenido consecuencias. Los manotazos desesperados de Massa también eran predecibles, y otro tanto cabría afirmar de las derrotas que cosecharía el peronismo a manos de Juntos por elCambio en Santa Fe y Chaco. No se necesitaba ser un discípulo del oráculo de Delfos para darse cuenta.
Al listado habría que agregarle el hecho de que la agenda la sigue manejando con soltura el candidato libertario y su dominio escénico, en calidad de actor principal, es hasta aquí absoluto. Hay, sí, un dato novedoso, del que cada día se habla más, cierto que en sordina: la posibilidad de que el ganador del 13 de agosto supere dentro de un mes el 40 % de los votos y se imponga a sus dos contrincantes, sin necesidad de substanciar una segunda vuelta. Por supuesto que son sólo especulaciones que -todo lo provisorias que se quiera- revelan hasta qué punto se halla instalada la idea de que Milei está cortado en punta y es el único con posibilidades de evitar el ballotage.

Autor: 288042|
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