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La historia del médico ignorado por los científicos


Carlos Finlay investigó durante más de 20 años, mientras el mundo científico le daba la espalda a sus trabajos.





Algunos sonrieron, murmuraron y otros, en silencio, se fueron levantando y abandonaron la asamblea ordinaria de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, que funcionaba en el primer piso del ex convento de San Agustín, un antiquísimo edificio fundado por los españoles en el siglo XVII.
Era el 14 de agosto de 1881. Acaban de escuchar la exposición brindada por el doctor Carlos Juan Finlay y Barré, que tituló "El mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la Fiebre Amarilla".
Era el resultado de años de investigaciones que daban por tierra con viejas concepciones incomprobables que dicha enfermedad se transmitía por el aire y por contacto directo. Finlay aseguró que la hembra del Aedes Aegypti era la culpable de la propagación de un flagelo que desvelaba a la comunidad científica mundial.
Pero no le creyeron. Debió esperar veinte años a que se tomen en serio sus conclusiones.





Observar e investigar





Se llamaba Juan Carlos, pero firmaba Carlos J. Su papá, Edward, era un médico escocés que había querido probar fortuna en América, peleando en los ejércitos de Simón Bolívar. Pero el buque que lo traía a América naufragó y terminó en Puerto España, en Trinidad y Tobago. Se casaría con Eliza de Barrés y en 1831 el matrimonio se mudó a Puerto Príncipe, actualmente Camagüey, donde Finlay ejercería como oftalmólogo. Dos años después nacería Carlos Juan, el protagonista de esta historia.
En 1855 se graduó del Jefferson Medical College, en Estados Unidos, país en el que era mucho más flexible el régimen de admisión que en la Cuba española de entonces. Ahí estudió con el profesor John Mitchell, defensor de la innovadora teoría que sostenía que los gérmenes eran transmisores de enfermedades. Las enseñanzas de Mitchell le quedaron grabadas por toda su vida: le remarcaba la importancia de la observación y la investigación.
Entre 1859 y 1861, este médico epidemiólogo continuó sus estudios en Europa. De regreso a su país, se abocó a estudiar la propagación del cólera y la viruela. Cuando dio a conocer que el cólera se transmitía por la Zanja Real -el primer acueducto que suministró agua potable a la capital cubana- que pasaba por el barrio del Cerro donde vivía, le prohibieron publicarlo. Eran tiempos de guerra y no era conveniente. Recién se daría a conocer en 1873, cuando la epidemia ya había pasado.
Finlay, además, investigó la cirugía del cáncer, los efectos nocivos del gas del alumbrado, la lepra y el tétanos en los niños recién nacidos. Aún así, con estos antecedentes, la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales demoró siete años en aceptarlo como miembro.


Día del médico especiales

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