Magalí Videla disfrutaba de un presente inmejorable: había firmado su primer contrato como futbolista profesional, estaba por debutar en primera división y era parte de la Selección argentina juvenil, con destacados pasos por la Sub 15 y la Sub 17. Sin embargo, cuatro palabras la obligaron a poner un freno: “Tenés Linfoma de Hodgkin”.
Era 2021, acababa de cumplir 17 años y no entendía muy bien qué era lo que le habían anunciando después de tantos meses de malestares a los que no les encontraba explicación. De ese diagnóstico, solo una cosa le había hecho ruido: que los médicos le dijeran que iba a tener que dejar de entrenar y, en consecuencia, de jugar al fútbol.
Llegó a su casa y buscó en Internet qué es el Linfoma de Hodgkin. “Google me dijo que lo que tenía era cáncer”, dice sobre esa palabra que muchas veces es tabú, pero que a ella la ayudó a entender su nueva situación.
Poder contarlo
A partir de ese momento empezó un proceso que continúa hasta la actualidad, con altas y bajas, con períodos de ilusión y otros de angustia. Para reflejar todo eso -incluso con bastante humor-, Magui decidió abrir una cuenta de Instagram (@linfoma.de.hodking) en la que muestra sus días bajo tratamiento con la finalidad no solo de concientizar y ayudar a otros, sino para tener una suerte de “diario íntimo” que le sirva para repasar su propia fortaleza ante la adversidad.
Una vida entera ligada al fútbol
Nacida en Monte Grande, provincia de Buenos Aires, Magalí empezó a jugar al fútbol en la calle con sus amigos y con sus primos. Tenía 7 años y a su mamá no le gustaba mucho la idea, por lo que solía anotarla en otros deportes. “Hice hasta Kung Fu”, recuerda la joven en diálogo con TN.
La pasión pudo más y Magalí logró convencer a su mamá de ir a probarse a un club. A los 13 años llegó a Camioneros y tuvo que esperar un año para poder jugar en el equipo de primera debido a que aún no tenía la edad mínima reglamentaria.
Por ese entonces todavía jugaba como delantera. “Era 7 u 11″, señala la joven a la que el entrenador de arqueras Miguel Rocabado le insistió con que podía atajar. Con tres pelotas, el hombre se convenció de que no estaba equivocado: comenzaron a entrenar juntos y desarrollaron una relación “de padre e hija”.
A los tres meses de empezar en su nuevo puesto, a Magalí le llegó la convocatoria a la Selección argentina Sub 15. También surgieron oportunidades en clubes de primera división: se decidió por Platense, que le daba la chance de jugar torneos internacionales juveniles de Conmebol.
En la primera edición del Torneo de Reserva femenino, fue la arquera titular del Calamar. Además, iba al banco en los partidos de primera división. Cuando estaba por debutar como titular en un partido ante Excursionistas, llegó la pandemia de coronavirus y el fútbol se paró.
La llegada de la pandemia y de la enfermedad
El mundo estaba conmocionado, igual que el cuerpo de Magalí. “De repente no tenía muchas energías, pero yo solo decía que tenía las defensas bajas”, contó. Alertó a los médicos de su club y los de la Selección de esta situación: le dijeron que tomara vitaminas.
Con el tiempo, la arquera empezó a desarrollar una fiebre que iba y venía, también bajó 10 kilos. Luego llegó la que ella llama su “peor enemiga”: una alergia en todo el cuerpo que le causaba una picazón total e incontrolable. Los tratamientos que le daban no alcanzaban y llegó a rascarse con un peine que le lastimaba aún más la piel.
Por ese entonces, Magalí no tenía obra social y se atendía con médicos de manera particular, gastando una enorme cantidad de dinero. Un día, se le inflamó un ganglio en la axila. La atendió una ginecóloga que, al ver sus estudios, le dijo que “era algo hormonal” y que volviera en seis meses.
La sociedad iba recuperando cierta normalidad aún en el marco de la pandemia y a la futbolista le llegó la citación para concentrar con la Selección argentina Sub 17 en el predio de Ezeiza de cara a un torneo Sudamericano que luego se suspendería. En esos entrenamientos, no podía levantar ni la mitad del peso que acostumbraba y tampoco compartía en la sala de juegos con sus compañeras: solo quería estar en la cama y dormir.
“Ellos no sabían que me pasaba. Ni yo misma sabía”, relata la joven que estaba a punto de darle un nombre a todo ese malestar. Poco tiempo después, encontró un médico clínico que también era alergista: fue él quien entendió que lo del ganglio en la axila no era solamente “algo hormonal”.
“Era el 18 de diciembre de 2020. Yo al otro día cumplía años e iba a hacer una fiesta. El médico me dijo ‘Esto está mal’, me mandaron a la guardia y después me avisaron que iba a internación porque podía ser ‘una enfermedad grave’. Yo tenía 16 años, estaba sola y me puse a llorar”, repasó.
Un diagnóstico inesperado y un tratamiento extenso
El diagnóstico estaba claro: Magalí tenía cáncer y muy avanzado, en etapa 4. Por eso, tenía que seguir un tratamiento muy intenso y estricto que la iba a obligar a poner en pausa su carrera en el fútbol. “Me dije a mí misma que tenía que hacer como si me hubiera roto los ligamentos”, contó.
Antes de empezar las sesiones de quimioterapia tomó una decisión. Tenía el pelo hasta la cintura, pero fue y se lo cortó casi al ras: “Prefería perder un mechón a ver cómo se me caía todo”.
Después de tres meses, una noticia la sacudió: el tratamiento había dejado de funcionar y tenía que empezar una quimioterapia más fuerte, que implicaba internarse durante cinco días, dos veces al mes. Fue así como el panorama mejoró y llegó a tener tan solo un 3% de enfermedad, por lo que los médicos dieron el visto bueno para que la joven se sometiera a un autotrasplante de médula.
El proceso no fue fácil: requirió una internación de un mes en una sala totalmente aislada. “No me podía picar ni un mosquito”, recordó Magalí, que finalmente logró los valores deseados en tiempo récord y se fue a su casa a los 17 días. En septiembre, los estudios fueron concluyentes: tenía 0% de enfermedad, todo parecía haber funcionado a la perfección. Solo tenía que hacerse una sesiones de rayos más y quimios muy leves, “de mantenimiento”, durante dos años.
“Yo no quería pasar por eso nunca más, había dejado todas mis fuerzas ahí”, sostuvo la futbolista, que pronto volvió a entrenar en Platense, pero que no se sintió cómoda en su regreso. A ese descontento deportivo pronto se sumó una nueva preocupación: en noviembre volvió la fiebre y un persistente dolor en la cintura.
En diciembre le confirmaron su peor miedo: el cáncer había vuelto. Exactamente un año después, el diagnóstico y el tratamiento eran los mismos. “Tenía mucha tristeza, muchas preguntas, me replanteé toda mi vida. Entré en una depresión porque no quería nada más. No estaba preparada para eso, ya había dejado todo la vez anterior”, contó.
Las redes sociales, aliadas contra la tristeza
A mediados de 2022, y en medio del nuevo tratamiento, Magalí decidió abrirse una nueva cuenta de Instagram. El nombre es muy claro: @linfoma.de.hodking. En ese perfil muestra su enfermedad, sus quimioterapias, las consultas en el hospital y las internaciones. Todo lo cuenta con humor y sin filtros.
“Mi signo no es cáncer, pero linfoma de Hodgkin”, “Soy un 10 pero tengo cáncer, entonces soy un 11″, son algunas de las frases que puso en su biografía.
“En ese momento yo iba a las quimios solo por obligación”, aseguró la futbolista que, a pesar de no estar bien de ánimo, empezó a usar las redes sociales como un medio para escaparle a esa tristeza. El objetivo, además, era “mostrar el cáncer como es” para conectar con otras personas que estuvieran en la misma situación.
“Me mandaban mensajes diciendo que era una enseñanza lo que yo hacía, que les daba fuerzas a otras personas. Me habló gente con la misma enfermedad que la mía u otras parecidas. Yo vi muchas películas y decía que nunca muestran el cáncer como lo que es realmente. Entonces, ¿por qué no lo puedo mostrar yo? ¿Por qué no le cuento a la gente que un día estoy vomitando como loca y al otro estoy jugando a la pelota?”, explicó.
Esta iniciativa en las redes también es una suerte de registro personal para el futuro: “Cuando todo esto pase, todo va a estar registrado, va a estar ahí. Yo lo voy a ver y cuando me pase algo malo, voy a decir ‘Ahí estuve peor, ahora puedo con cualquier cosa’”.
El impacto del Mundial femenino y una mirada optimista hacia el futuro
El Mundial de fútbol femenino de Australia-Nueva Zelanda 2023 tuvo un impacto muy particular en Magalí. Compañeras suyas de la Selección Sub 17 como Paulina Gramaglia, Chiara Singarella o la arquera Lara Esponda fueron parte del plantel de la Selección argentina. “Me puso muy triste todo: sentía que yo podría haber estado ahí y no estaba”, admitió la nacida en Monte Grande, que en medio del tratamiento se alejó de Platense por diferencias con el club.
“Me dolía un montón, mi familia hablaba del Mundial y a mí me hacía mal hasta escuchar esa palabra. Me quería poner a llorar cuando ellos veían los partidos, sinceramente no quería verlos”, confió, y reveló cómo hizo para resignificar esa tristeza: “Al mismo tiempo me di cuenta de que no estaba haciendo nada para intentar ir al próximo Mundial. Estaba tirada, replanteándome la vida y yo nunca había sido así. Entonces me dije: ‘Prefiero intentarlo y, si no logro nada, al menos voy a saber que no me quedé sentada llorando’”.
Hace menos de un mes, Magalí decidió llamar a su “papá del corazón”, a ese entrenador de arqueras de Camioneros que cuando tenía 13 años le aseguró que ella podía ser buena en el puesto. Le dijo que quería volver a entrenar, “aunque sea en un pedazo de pastito en la plaza”.
Mientras hace quimioterapia cada 21 días -y lo muestra en sus redes sociales-, Magalí intenta tener una “vida normal” por fuera. Quiere terminar el secundario y continuar perfeccionándose en el oficio de la barbería. En unos días, además, va a retomar los entrenamientos. “Quiero volver a atajar en Primera y a estar en la Selección”, se ilusiona. (TN)