Culto Católico

"La cruz sigue siendo real como el día en que Jesús fue crucificado"


Expresó el párroco Alejandro Mugna en la homilía del Viernes Santo en la Catedral. "En nuestro país la creciente pobreza, la inestabilidad económica, la fragilidad de las instituciones democráticas y la corrupción oscurecen el horizonte de muchos, desalientan y entristecen", destacó. Anoche se realizó el Vía Crucis alrededor de la plaza 25 de Mayo.





El Viernes Santo se vivió intensamente con distintas actividades (la peregrinación de las 7 iglesias), siendo la principal por la tarde con la celebración de la pasión del Señor. En la Catedral San Rafael fue presidida por el párroco Alejandro Mugna. Anoche tuvo lugar el tradicional Vía Crucis de la ciudad alrededor de la plaza 25 de Mayo para acompañar a Jesús, contemplando en las 14 estaciones el misterio de la cruz y su crucifixión con meditaciones, oraciones y canciones (en todos los casos con mucha gente). A continuación se comparte la homilía de Mugna:
La pasión de Jesús tuvo muchos espectadores pero faltaron en ella verdaderos creyentes, muchos se acercaron por curiosidad muy pocos por amor; los discípulos que querían estar cerca se acobardaron, les venció el miedo y llegaron al extremo de negarlo, las negaciones de Pedro expresaron de manera acabada la huida de los demás.
La humanidad, nuestra humanidad, la de hoy, sigue contemplando la pasión de Cristo en muchos hermanos y en muchas situaciones:
-La enfermedad, la muerte y la soledad marcan la vida de muchas personas…
-La pobreza material, la miseria y la marginación social aplastan la dignidad de millones de personas en el mundo.
-En nuestro país la creciente pobreza, la inestabilidad económica, la fragilidad de las instituciones democráticas y la corrupción oscurecen el horizonte de muchos, desalientan y entristecen.
-La violencia de todo tipo que afecta a muchas mujeres, a niños y a muchas personas vulnerables es un verdadero calvario, una escena grotesca de crucifixión que condiciona gravemente la felicidad de las personas.
-La locura de la guerra en el mundo, que enluta naciones enteras y que aplasta toda posibilidad de reconciliación y de superación entre países hermanos, incluso entre etnias y familias.
El escenario de la cruz sigue siendo tan tremendo y tan real como el día en que Jesús fue crucificado. Podemos decir desde nuestra fe que la liturgia actualiza el misterio del amor del "Hijo de Dios" que sufre por nosotros en su pasión; al mismo podemos decir con certeza que la realidad le acerca los motivos de su dolor extremo que simbolizan los clavos, los insultos, la dureza de la cruz.
Nuestra realidad es el vinagre que le acercan para que apague su sed, y nos permite oír las palabras del cordero de Dios: "Todo está cumplido" y su última obra: "inclina su cabeza y entrega su espíritu".
Nosotros también podemos ser simples espectadores, curiosos de turno o ante la dramática situación huir llenos de miedo y cobardía. Sin embargo, Jesús "tiene sed de nosotros", es muy poco lo que nos pide: que sostenidos por la esperanza permanezcamos al pie de la cruz con María su madre, con la otra María, con María Magdalena y el discípulo amado. Nos llama para que estemos con él y no desertemos porque llega el momento de la luz que vence toda oscuridad, ya se vislumbra el amanecer de la Pascua.
Queridos hermanos al contemplar la pasión del Señor dejemos resonar la invitación de la carta a los Hebreos: "Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y el auxilio oportuno" (Hb 4, 16).
El encuentro con Jesucristo muerto y resucitado nos hará capaces de permanecer fieles y de servir a nuestros hermanos. La Pascua que celebramos es profecía de un mundo nuevo, anuncio de una humanidad renovada en la esperanza, una humanidad que no se resigna a la injusticia y abraza el sueño de la civilización del amor.





El Vía Crucis cerró la gran cantidad de actividades desarrolladas en nuestra ciudad durante el Viernes Santo.




El poder es servicio





Anteanoche se celebró el Jueves Santo con tres ejes centrales: la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio, y el mandamiento del amor con el lavatorio de los pies. En la Catedral la ceremonia fue presidida por Ariel Botto (vicario parroquial). A continuación se transcribe la homilía:
"Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua" son las palabras que ponen fin a la primera lectura de la misa de hoy, dejando en evidencia que ante todo, el pueblo de Dios vive de la memoria. La Semana Santa es un tiempo de celebración, de hacer memoria, de revivir en nosotros la historia de la salvación. Y hoy, Jueves Santo la Iglesia se sirve fundamentalmente de gestos y palabras. Nos ha presentado hoy tres lecturas que recogen tres gestos, tres símbolos, tres señales claras de la acción de Dios: la historia del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, la institución de la Eucaristía y el lavatorio de los pies.
La fiesta del Jueves Santo está sembrada sobre una gran tradición anterior; sin ella, lo que vemos hoy, no sería comprensible, no tendría una explicación completa. Nosotros hoy estamos como subidos sobre los hombros de una gran fiesta judía: la fiesta de la liberación del pueblo esclavo en Egipto; fiesta de salida, de éxodo, fiesta de Pascua. Un cordero compartido como señal de alianza, una cena que protege del exterminio, una fiesta que señala el camino de la tierra prometida, una mesa que hace hermanos para la libertad.
Esta fiesta de la Pascua judía es la que celebraron Jesús y sus discípulos aquella noche del primer Jueves Santo de la historia; noche en que la luna llena, como hoy, alumbraba la noche fría de Jerusalén y acompañaba la oración de todo el pueblo. Hoy, miles de años después de aquella Pascua Judía nosotros también queremos celebrar la memoria del paso salvador del Señor. Paso que se hizo de noche de pascua en el Antiguo Testamento, noche de muerte de primogénitos, de dinteles de puertas marcadas con sangre y de un Dios que le devuelve a su pueblo la esperanza de la libertad.
Paso de Dios fue también la noche de aquella cena pascual de Jesús con sus discípulos. Noche de testamentos y entrega, de gestos desconcertantes y revolucionarios. No solo encontramos en esta noche el testimonio de Pablo sobre lo que Jesús hizo la noche en que iba a ser entregado, dejarnos su cuerpo y su sangre en las sencillas formas del pan y del vino, sino también somos testigos de un Señor lavando los pies a sus discípulos, Dios lavando los pies de la humanidad. Gesto, que un año más, viene a derrotar nuestras inteligencias y conmover nuestros corazones. ¿Qué inteligencia puede quedar de pie frente a un Dios refregando los pies de los hombres? ¿Qué corazón puede permanecer indiferente ante tan inmenso gesto de un Señor y Maestro que se presenta como un pobre servidor?
En esta cena, en la cual ocupa el puesto de jefe de la familia, quiere Jesús ser para sus amigos más benigno que un padre y más un humilde que un esclavo. Es Rey y descenderá al oficio de los esclavos; es Maestro y se pondrá por debajo de los discípulos; es Hijo de Dios y aceptará el papel del más despreciado entre los hombres; es el primero y se arrodillará ante los inferiores como si fuera el último. Solamente una madre o un esclavo habrían podido hacer lo que hizo Jesús aquella noche. La madre a sus hijos pequeños y a nadie más, el esclavo a sus patrones y a nadie más. La madre, contenta por amor; el esclavo, resignado por obediencia.


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