Como tantos jóvenes italianos de fines del Siglo XIX, José Paviolo quería colmar su espíritu inquieto fuera de las convulsiones de Europa, que no ofrecía un panorama alentador. Y como tantos jóvenes piamonteses, eligió Argentina.
Partió en 1880, con 23 años. Después de atravesar el mar, los trámites de inmigración y la llanura interminable, se detuvo en la zona de Presidente Roca; después se trasladó a Devoto, desempeñándose en trabajos rurales, mientras seguía buscando un destino más propicio para sus deseos. Se trasladó a Rafaela, un pueblo que crecía con firmeza y se empleó en el comercio de Ferrari y Gauchat; después de un año, optó por cambiar hacia los Grandes Almacenes Ripamonti.
Paviolo vio en Ripamonti un panorama adecuado para su inserción en el territorio elegido. Desplegó su entusiasmo y fue ascendiendo hasta llegar a apoderado, gerente y finalmente socio de don Faustino. En tal carácter, ganó la confianza de los colonos, que veían en él a un consejero serio, siempre dispuesto a apoyar toda iniciativa en bien de la comunidad.
Del mostrador a la bodega
Cualquiera diría que llegar a un puesto encumbrado, en un negocio próspero como el de Ripamonti, iba a colmar las ambiciones e inquietudes de José Paviolo. No fue así. En el año 1910, cuando consideró que estaba en condiciones de emanciparse, se fue a Mendoza. Acaso con la nostalgia de los viñedos de su Piamonte natal, compró un terreno en el Departamento San Martín y allí fundó la Bodega Paviolo. Le dio el impulso necesario para ganar en importancia, a punto tal que el ferrocarril creó una estación dentro del terreno de la bodega, para facilitar la carga y descarga del volumen conseguido. La industria vitivinícola no tenía entonces el desarrollo productivo y tecnológico de nuestros días, pero contaba con empresarios con la visión necesaria para fomentar la tradición cuyana.
La administración de la bodega y de los demás negocios de don José se centralizaban en Rafaela, mediante la Sociedad Anónima José Paviolo Ltda., presidida por su hijo Faustino. La causa era la diversidad de negocios y de sus respectivas ubicaciones geográficas. Por ejemplo, tenía planteles ganaderos en el norte de Santa Fe, en donde, además de cría, se trabajaba en mejoramiento genético. En Freyre, participó en la fundación de la casa de ramos generales de Marchiaro, Mariani y Cía. La diversificación de negocios -vitivinicultura, ganadería, comercio- significaba una buena ocupación, pero don José se sintió tentado a experimentar el rubro industrial; fue así como se asoció con los señores Tampieri y Terlera, de San Francisco, quienes crearon la fábrica de fideos que, con la marca Tampieri, se hicieron conocidos en todo el país.
Grandes Almacenes
Evidentemente, don José se sentía rafaelino, por lo que en 1923 fundó José Paviolo y Cía., casa de Ramos Generales, ubicada frente a la plaza 25 de Mayo, con frente mirando al Este, como si vigilara a su iniciador en los años jóvenes y -ahora- competidor. Ripamonti lo miraba desde el sector opuesto de la misma plaza. A su derecha, con frente hacia el Norte, la Cooperación también competía en la seducción de los consumidores.
Una vez que vio en marcha sus distintos negocios, se sintió respaldado por su hijo y decidió tomarse unas vacaciones en Italia, que un día de 1880 había abandonado para emprender la aventura americana. Corría el año 1925. El paseo de don José finalizó a poco de empezar: una breve enfermedad desembocó en su fallecimiento el 14 de julio de ese año. Sus restos fueron repatriados y sepultados en Rafaela.
La responsabilidad de los negocios fue asumida por Faustino Paviolo, el hijo del fundador, que ya venía desempeñándose en esa tarea, complementaria con su padre.
Hoy ya no existen constancias de que alguno de los negocios continúe en funcionamiento. Poco a poco fueron cayendo, por distintas circunstancias, aunque algunos relatos dejaron constancia de un estilo de vida. Alimentos, artículos para el hogar, herramientas, las damajuanas de vino San Lorenzo, la fila de botellas de Nebiolo, Gamba di Pernice, Ferro Quina Bisleri y hasta algunos jarabes farmacéuticos, creaban un ambiente de oferta variada y abundante. Las compras no siempre terminaban en la caja registradora, con su sonido fácilmente perceptible y su timbre final; muchas veces la compra se registraba a mano en una libreta, cuya cancelación se producía al cobrar el cheque de la leche, o alguno de los ingresos periódicos. El pago constaba con una tachadura cruzada o en una línea final, con cambio de página.
Tiempos y costumbres incomprensibles para cualquiera que no lo haya vivido. Los pueblos en formación invitaban a la audacia y a los intentos por progresar, que dejaba a algunos en el camino y a otros protagonizando la formación de comunidades nuevas.