Revisamos su historia, sin banderas ni batallas, pero se hizo necesario en un tiempo de pantallas ardientes. Hablamos de Horacio Virgilio Scándalo. Desde antes de que naciera el Cine Belgrano, desde el acta N° 1, Horacio fue una presencia comprometida.
Nació en Galisteo. Hijo de Andrés Scándolo, que así era el apellido, un humilde capataz en la estancia de Mántaras; lo anotaron en Humberto I como Horacio Scandalo, sin tilde, aunque siempre usó su apellido como Scándalo, y así anotó a sus hijos; su madre, Lucía Baratto, fue una ruda campesina que acompañó las tareas de su esposo y murió a los 104 años.
Horacio fue a la escuela de Ataliva hasta que se creó la de Galisteo, donde terminó la primaria; vino a Rafaela para cursar la secundaria en la Escuela de Comercio. Entabló amistad con Emilio Grande, lo que le facilitó su ingreso como Secretario del Concejo Municipal, aun sin una afiliación política manifiesta; lo cierto es que, al producirse el fallecimiento de Eva Perón, tanto Horacio como Grande se negaron a usar el brazalete de luto obligatorio, lo que les significó estar detenidos por un breve tiempo.
Para Todo Público
En los años '50, la Acción Católica publicaba, a modo de orientación, una calificación de las películas que se exhibían: para todo público, para mayores, con reservas, desaconsejables o malas. El párroco José Marozzi, a fin de que la población no sea sorprendida por películas que llamen a confusión y para favorecer la concurrencia familiar al cine, propuso crear una sala donde sólo se exhiban películas aptas para todo público. Así comenzó el proceso de creación del Cine Teatro Belgrano, para cuya coordinación ejecutiva fue convocado Horacio Scándalo. Fue un tema nuevo para él, pero, acostumbrado a luchar para progresar, se abocó al estudio de diseño de sala, acústica y equipamiento necesario. Mientras se levantaba el edificio, podía vérselo circular por los espacios, observando cada paso, imaginando un futuro de excelencia para Rafaela en su relación con el arte cinematográfico, que en algún momento tendría cuatro salas: Avenida, Colón, Chaplin y Belgrano.
Mientras su vida evolucionaba hacia espacios de formación cultural, formó su familia casándose con Cándida Isabel Fornari, que decidió así acompañarlo en una vida llena de alternativas no siempre gratas. Tuvieron cuatro hijos: Raquel, Jorge, Marta y José.
Llegó aquella noche en que todos quisieron ver el nuevo cine. Horacio iba y venía, con traje riguroso, peinada firme, cigarrillo infaltable, manos para estrechar, satisfacción compartida. Sentía ese lugar como propio y en buena medida lo fue siempre. Había butacas para 1.243 espectadores; el 5 de febrero de 1957 se ocuparon todas. Mientras, en la cabina de proyección, que olía a nueva, esperaban para la exhibición de "Tres Monedas en la Fuente", hubo discursos, gestos, emoción colectiva. Sobrevino un tiempo de gracia para los cines, en que se proyectaban hasta tres funciones los fines de semana, matiné, familiar y noche, con dos películas cada una y el clásico "Sucesos Argentinos". En los altos del Belgrano, los hermanos Pasamonte trabajaban un pequeño bar, para los intervalos, complementando el espacio para golosinas en la planta baja, frente a la boletería que atendían las hermanas Oprandi.
Nunca se le escuchó a Horacio una palabra que suene más fuerte que su significado. Cuando las circunstancias lo exigían, convocaba a todos sus hijos para colaborar en la boletería, en la taquilla, en ordenar las "colas" que se formaban hasta ocupar la vereda, colaborar con el acomodador e incluso advertir a los que manipulaban el celofán de los caramelos en lo mejor de las funciones. Se recuerda que, para la función matiné, que comenzaba a las 14:00 hs, el público comenzaba a llegar a las 13:00 hs y frecuentemente la "cola" de espera doblaba por Santa Fe y Güemes y llegaba hasta Güemes y San Martín.
Heridas
El esplendor del principio sintió la primera herida: la televisión; su novedad dio por tierra a alguna que otra sala de la ciudad. El primer signo fue cuando se transmitía un partido de fútbol en vivo; ese día el cine quedaba vacío. Horacio sintió el golpe y redobló esfuerzos; con su sueldo pagaba la cuenta de la luz, con su comisión por la venta de golosinas colaboraba para el pago del personal de limpieza, operadores, boleteros y lo que hiciera falta. La alegría con que volvía a casa tiempo atrás ya era más esporádica. Faltaba todavía el golpe de gracia: el advenimiento de los videocasetes, la exhibición ilegal en lugares privados, la televisión por cable y sus opciones. Scándalo no encontraba la fórmula para contrarrestar la fuerza novedosa del "cine en casa". Muchas veces no cobraba su sueldo; otras, usaba una parte para mantener lo básico de la sala, mientras se acumulaban las deudas por impuestos y servicios.
En tren de hallar una salida a las nuevas tecnologías, ideó -planos incluidos- la sectorización de la sala en tres para diversificar las proyecciones, lo que no llegó a considerarse. "En casa -dice José, el hijo menor- mamá hacía lo que podía con el escaso e inseguro ingreso; era alternar polenta y fideos. Los hermanos ayudábamos en todo lo posible y poco a poco nos íbamos independizando, pero sin dejar de ayudar en lo que papá necesitara. Nos inculcó siempre la cultura del esfuerzo: el que quería algo debía ganárselo. Era muy cariñoso, aun en los momentos más difíciles".
Como si fuera de la misma carne que el Cine Belgrano, Horacio Virgilio Scándalo fue viendo caer su vida, abrumada por los pesares y el tabaco. Uno de sus dolores fue el abandono de una dirigencia que lo consideró sólo un empleado prescindible a la hora de omitir su remuneración y su asistencia, cuando la salud lo fue abandonando. No fue suficiente el abrazo de Gutman o la fidelidad de Ester Oprandi o la calidez envolvente de su Cándida Isabel y sus hijos; tenía 62 años cuando la vida lo dejó en la memoria de un cine que, sin él, se quedó sin alma.