Apicultura en Paraná
El historiador Dr. César Blas Pérez Colman, en su libro "Paraná 1810-1860. Los primeros cincuenta años de la vida nacional" (publicado en el año 1946), cita: "En los terrenos situados inmediatamente al norte del terreno de la Iglesia San Miguel, el Barón Alfredo Marbais Du Graty, de relevante figuración política, militar, literaria y científica entre los años 1850 y 1858, adquirió una extensa fracción que a poco fue transformada en una espléndida morada".
En 1854, Du Graty compró a doña María de la Cruz Acosta dos fracciones frente a la calle San Martín lindando al este a dicha calle. Francisca Hernández de González vendió en 1854 a Du Graty otro terreno detrás de San Miguel, que limitaba con Santiago Acosta por el norte, con Gregorio Gómez por el oeste y el Sur y con Francisco Gómez por el este. La vendedora adquirió el bien en 1828 de don Francisco Orozco.
Una tercera fracción compró Du Graty en 1855 a doña Gregoria Gómez, territorio que lindaba con los adquiridos precedentemente.
En total, el terreno de Du Graty tuvo una superficie de 116 varas frente a calle San Miguel por ciento cincuenta 150 a General Ramírez, con más de dos martillos a su favor. Este inmueble dada a un terreno montuoso ocupado por la morena Casimira. Otros de alrededor eran Cirila Camero, Gregoria Gómez y María Olave.
En 1858, Du Graty vendió su casa quinta, con todo lo clavado y plantado, al más tarde general Lucio V. Mansilla, en la cantidad de 7.070 pesos plata.
En 1859, doña Francisca Martínez de Olave vendió al señor Mansilla un terreno contiguo al anteriormente descripto, con una extensión de 154 varas de frente a calle General Ramírez por 66 varas de fondo. Al norte, dice la escritura, este también lindaba con un terreno montuoso. En 1860 Mansilla vendió a don José Rufo Caminos, cónsul general del Paraguay, parte de su bien, o sea la quinta de Du Graty, con las medidas antes indicadas. En 1865 el inmueble pasó al Gobierno nacional. Caminos había prestado la quinta a los hermanos Maximiliano y Oscar Durand Savoyat por el término de tres años. Dichos señores fundaron en 1861 un establecimiento industrial de agricultura denominado "El Colmenar", que inició su labor con cuarenta colmenas de abejas de clase seleccionada. El mismo tuvo el carácter de asociación cooperativa, pues cualquier persona podía adquirir una o más colmenas y participar de la producción, en forma equitativa.
Los señores Durant Savoyat, que eran naturalistas distinguidos, no tardaron en convertir el terreno en un hermoso jardín dotado de toda clase de comodidades y bellezas, que atrajo la concurrencia diaria de la alta sociedad paranaense. En ese lugar se ha edificado actualmente el Colegio Nacional.
El Colmenar
Al efecto, los hermanos Savoyat ocuparon la antigua quinta edificada por el coronel Alfredo M. Du Graty y que luego fuera del general Lucio V. Mansilla, ubicada en los terrenos situados al norte de la iglesia San Miguel. Desde entonces y por muchos años, el sitio aludido se denominaba en Paraná "El Colmenar", en recuerdo del establecimiento fundado en 1864.
Los Durand Savoyat iniciaron sus trabajos con cuarenta colmenas de buena clase, y al mismo tiempo organizaron una cooperativa popular. Cada suscriptor adquiría una o dos colmenas que los Durand Savoyat cuidaban, repartiéndose luego los beneficios por partes iguales. Según los prospectos, cada colmena debía producir un termino medio de un quintal de miel y cera por año, más diez enjambres.
Estos se recogerían y pasarían a ser explotados en las mismas condiciones antedichas. La sociedad daría comienzo el 1° de enero de 1865 y su duración sería de tres años.
Apicultura en Buenos Aires
German Fassauer publicó en 1863 el libro titulado "La colmena en su estado actual. Conocimientos prácticos adquiridos durante muchos años de constantes observaciones".
De su libro se desprende que en 1863 había muchas personas en Buenos Aires que practicaban la apicultura, aunque no le constaba que halla apicultores que hayan vivido exclusivamente de este ramo.
Una de las ocupaciones pertenecientes a la agricultura, que comparativamente más ventajas reportará al laborioso agricultor, será indisputablemente la cría, trato y aumentación de las colmenas.
Cualquier persona que tiene presente el cierto espacio de tiempo necesario para el cuidado de estos tan activos como industriosos animalitos, y a más los pocos gastos que sea menester para principiar aquella ventajosa industria, encontrará sus grandes beneficios, comparando tiempo y gastos con los resultados.
Por mi parte, probar la verdad de esta aserción no me parece una tarea difícil de hacer, pues en Buenos Aires mismo se encuentra hoy día muchas personas que, comprendiendo la importancia de la materia, han hecho de ella el objeto de su cuidado particular.
Sin embargo, aunque la importancia del ramo sea comprendida, aunque en el día haya muchos que se ocupan de él, unos por distracción, otros por sacar alguna pequeña ventaja, no me consta de haber uno solo que dedicándole toda la atención que merece, se entregare a esta industria de un modo exclusivo.