(Por Luis Alberto Fernández).- La fiesta de aniversario es ocasión para realizar una pequeña reflexión.
Hacer memoria es querer volver a las raíces de un tiempo "originante", que pone las bases, los fundamentos; son los primeros sueños, valores e ideales con los que se inicia un proyecto, descubriendo un llamado que va más allá de uno mismo, ya que lleva la fuerza inicial de una pasión que todo lo espera, abriendo surcos no solo en la tierra virgen sino fundamentalmente en la interioridad profunda del ser humano, que como persona se lanza con pasión a una aventura capaz de engendrar vida nueva.
Es nuestra primer mirada sobre quienes, llegando de otros continentes, se animaron a dejar tierras, costumbres y familias, pero trajeron en el alma de su vida "religión, valores y principios" que los ayudaron a abrirse, con mirada amplia y clara, a nuevos desafíos, siendo capaces de vincularse con otras culturas y horizontes diversos. Así, con esfuerzo, tiempo y sin darse cuenta fundaron colonias, pueblos y ciudades que dieron contorno e identidad a la Nación Argentina.
Han sido la familia, la educación, el trabajo, el culto religioso, la amistad social de un proyecto común, donde no faltaban la fiesta, la alegría, el canto y el baile, el gozo de enamorarse y criar a los hijos, así como el sufrir y el sacrificio propio que conlleva vivir y afrontar de frente lo imposible, y a la misma muerte.
Esta mirada no desea quedarse en la añoranza de un pasado que fue y que no volverá, porque la vida constantemente necesita renovarse y adaptarse a la realidad. Pero es importante recordar para avanzar; por eso siempre son necesarios los ancianos y los jóvenes, ya que unos ayudan a no perder las raíces y los otros a recibir con pasión y esperanza una vida que fluye, más allá de uno mismo.
¿Quién hoy puede dudar?
Que estamos viviendo uno de los "cambios epocales" más profundos de la historia humana, y nosotros en el "medio"; nuestra generación del siglo pasado, que no termina de salir del asombro diario, ahora con lo digital, después de vivir el cambio industrial, la globalización política, económica y social, cambios educativos, cambios climáticos. Y las generaciones del tercer milenio, con nuevos lenguajes, signos de vida nueva con vitalidad imparable, sobre todo en las redes; necesitan expresarse vinculados con el alma de sus antepasados, hoy ellos llamados también a realizar nuevos mundos, dar curso a nuevas vidas.
Llamados todos a ser partícipes de esta nueva época de la humanidad, sintiéndonos apasionados de vivir este momento único de la historia, no la miremos por televisión ni desde la tribuna, seamos parte, porque si alguno de nosotros se aísla, se lo deja de lado o se lo excluye, al nuevo mundo le faltará algo. Todos podemos aportar desde el pensamiento creativo o desde la fuerza de una madre que puja por tener al hijo, el deportista y su pasión, la gente de la ciudad y del campo; nadie se puede quedar sin participar, todos en comunión, viviendo la fraternidad.
Esta "humanidad nueva" no sale del laboratorio, por leyes o eventos, no sale de una máquina. Decía el fallecido joven beato Carlo Acutis: "No quiero ser una fotocopia", que bueno que se reconocía persona con inteligencia, libertad y creatividad, capaz de vivir y llevar junto a otros el inapreciable don de la vida, con alegría y amistad. Aunque la muerte vino en pleno despliegue, no se perdió un segundo de hacer ese mundo nuevo, como gota de rocío que se apoya en una flor y se va, pero cumpliendo su misión como ser único e irrepetible, y por eso ahora con su santidad goza para siempre de la eternidad.
Esto es celebrar el aniversario de una ciudad, que vive este "hoy" difícil y hasta por momentos inhóspito y cruel, pero que no se quiere olvidar de dónde viene, que no se asusta del presente y que quiere comprometerse con toda pasión, respeto y caminando juntos, haciendo entre todos una vida nueva más fraterna, más humana.
Feliz día querida Rafaela.