19:20 - El discurso con el que el presidente de la Corte Suprema de Justicia inauguró el año judicial 2021 dio para la comidilla política más allá del foro.
Por Jorge Sansó de la Madrid - El discurso con el que el presidente de la Corte Suprema de Justicia inauguró el año judicial 2021 dio para la comidilla política más allá del foro. Es que la exhortación con que Roberto Falistocco cerró este martes sus 55,28 minutos de lectura sonó para algunos de los presentes también como una advertencia.
Y como ya han recogido las crónicas del acto, ese día no faltó nadie. Estuvieron representados todos los poderes del Estado y todos los agentes del derecho (facultades, colegios profesionales) y no sólo como espectadores de una ceremonia solemne sino como protagonistas firmantes de una declaración con la que aspiran, según promete ese texto, a mejorar el servicio de justicia en la provincia de Santa Fe.
Se pueda o no cumplir los objetivos plasmados (y firmados) en el documento de marras, la sumatoria de las representaciones institucionales y su heterogeneidad política otorgaron al momento un valor extra, por ahora simbólico aunque significativo, en el contexto de un país que en la línea de largada de una nueva competencia electoral sigue atrapado en desavenencias sempiternas.
Lo que impactó como derrame a la calificada audiencia que escuchó al titular del alto tribunal fueron los dos últimos párrafos con los que cerró el discurso.
En ellos quedó clara la exhortación-advertencia de “no incendiar las instituciones” por un motivo meramente banal o alguna veleidad egoísta.
Si bien no tuvieron destinatarios identificables (el orador se cuidó bien de dejarlo traslucir), la hipérbole que usó fue de tal gravedad que dejó a pocos indiferentes.
La Capital fue testigo de funcionarios, políticos y profesionales interrogándose discretamente unos a otros. ¿Qué había querido decir el presidente de la Corte? Y en caso de que se supiera, ¿a quién se lo había dicho? ¿Fue una reflexión que sólo buscó dar vuelo al cierre de su alocución o una referencia genérica apuntada a cierto riesgo asimilable de algún modo a la alegoría expuesta?
No hubo respuestas, pero éstas y otras preguntas amenizaron las charlas de las despedidas una vez concluido el acto.
Y qué fue lo que dijo Falistocco -quien para ese momento ya había incluidos en su lectura la palabra “autocrítica” y constantes referencias a “otra justicia“, “otro lenguaje” judicial e incluso “otros tipos de jueces”- al traer a colación una anécdota acaecida tres siglos antes de nuestra era: el incendio intencional del templo de Artemisa en Éfeso.
Es que luego de instar a “no abandonar la senda de la armoniosa coexistencia” que todos los poderes del Estado y demás sectores de la vida pública de la provincia han mostrado hasta acá desde la reinstauración democrática y a diferencia de otros Estados argentinos, refirió el delirio de Heróstrato al quemar una de las siete maravillas de la antigüedad.
Falistocco, quien será además este año presidente del Tribunal Electoral de la provincia, dijo: “Es muy tentador en épocas de crisis sentir la necesidad de una exposición permanente. Pareciera que la vida se vive para ser exhibida”. Y trajo a colación la crónica antigua en la que Heróstrato confesó haber prendido fuego al templo buscando notoriedad para remediar su condición de ignoto pastor.
“Hoy se conoce como el Síndrome de Heróstrato: un trastorno, según el cuál alguien busca sobresalir, ser centro de atención, aunque sea quemando una institución”, sentenció.
La inverosímil y deliberada inclusión de la anécdota y la variación semántica (institución por templo) fue lo dio de pensar a la concurrencia.
Fuente: La Capital.