Locales

Era sólo la Pampa Salvaje

Los primeros tiempos de Rafaela; los trabajos agrícolas y los primeros colonos.

El ayer que conocemos tiene nombres, acciones y legados. Es un ayer hecho de paladas y postes y nubes cargadas y tacurúes gigantescos y huecos sorpresivos en la tierra. Llanura incierta. Es todo lo que vio, al llegar, Guillermo Lehmann. Vino con su cochero familiar, Juan María Bourdalé, quien se animaba a emitir alguna opinión cuando su empleador salía a revisar los campos, antes de concretar las operaciones de compra para colonización. En esta oportunidad, invitó a quienes solían ocuparse de las mensuras, César Fantoli y Rodolfo Palacios. Este último aportaba su mayor experiencia por una cantidad de trabajos de campo anteriores, por lo que su opinión sobre la calidad de las tierras y el agua era fundamental. Previendo una opinión favorable, habían cargado sus teodolitos.
Hundir las manos
No habiendo caminos bien marcados, la llegada se hizo pesada, pero se acercaron lo suficiente al campo que debían reconocer. Rodilla en tierra, Lehmann escarbó en dos o tres partes y en todas encontró tierra negra hasta los 30/35 centímetros; más abajo, unos 60 a 70 centímetros de greda y luego tierra colorada. No disponían de informes emitidos por organismos específicos, pero una publicación de pocos años antes ubicaba a esta zona llamándola "pampa fértil" y señalaba una llanura sin accidentes naturales ni cañadas, con una pendiente de 97 cmts. sobre el nivel del mar. Estos datos alentaban a los colonizadores inclinados en mayor medida hacia la agricultura. Con regímenes de lluvia moderados, inviernos cortos y veranos rigurosos, faltaba saber la calidad del agua subterránea. Muestras extraídas en zonas cercanas delataban la existencia de napas profundas abundantes pero salobres, y napas superiores potables, con menor salinidad.
Satisfechos con lo visto, volvieron para trabajar sobre mapas y planos, a fin de elaborar los argumentos para la venta de las tierras. La única observación que preocupaba a Lehmann era la falta de árboles, ya que la vegetación sólo mostraba montículos de espinillos y pastizales con espartillos y chilcas. Esta característica facilitaba el uso de mayor cantidad de tierra sin necesidad de desmontar, pero convertía en imperiosa la búsqueda de sombra, con todos los beneficios que proporcionan los árboles adecuados. En cuanto a la fauna, pudieron verse peludos, perdices, avestruces, martinetas, liebres y patos silvestres.
Mojones
Una semana después, volvieron los agrimensores Fantoli y Palacios para marcar sobre la tierra lo dibujado en los papeles. Mojones de hierro, con las insignias GL labradas en la parte superior, se fueron distribuyendo en parcelas denominadas "concesiones", equivalentes a 33 hectáreas. Desde sus oficinas de Esperanza, Guillermo Lehmann comenzó a promover la venta con especial acento entre los inmigrantes que habían arribado desde Italia y que se habían radicado precariamente en Pilar y alrededores. Ya por entonces, Lehmann había resuelto, de común acuerdo con sus socios, que la nueva colonia se llamaría Rafaela. Expectantes, se mostraban interesados Gaudencio Mainardi, Francisco Beltramino, Juan Bautista Geuna, Juan Zanetti y unos cuantos más, que empezaron a reunirse con Christian Clauss, por entonces socio de Lehmann para este emprendimiento.
Una pala mecánica arrastrada por seis caballos de tiro, enviada por el gobierno de la provincia, había comenzado con la traza de las calles, ocupando cuatro concesiones, que a su vez fueron llevadas ocho veces para el ancho y catorce veces para el largo, con una plaza central y cuatro bulevares apuntando hacia Santa Fe, Lehmann, Presidente Roca y Susana.

Una de las primeras imágenes de la Plaza 25 de Mayo de nuestra ciudad. // Archivo

Los boletos
Los primeros boletos de compra-venta fueron suscriptos por tres amigos, que fueron juntos a hacer el negocio, para cuidarse uno a otro y vigilar a la empresa colonizadora. Eran jóvenes. Con los boletos N° 50, 51 y 52 aparecen respectivamente Juan Maurino, el 3 de abril de 1881, por cuatro concesiones, en la suma de 1.000 pesos fuertes bolivianos; junto con Maurino realizó su compra Jorge Astesano, por la misma superficie y en el mismo precio. El tercer inversor que integró el grupo de compradores fue José Dagga, pero tres meses después desistió de la operación y transfirió el boleto a nombre de Gaudencio Mainardi, quien realizó un pago de $ 105,50 billetes (sic) el 16 de julio de 1881, en Esperanza. Casi simultáneamente, Francisco Beltramino compró 6 concesiones. Estos dos últimos mencionados habían viajado juntos desde Airasca, Italia, y se emplearon como medieros en Pilar, ahorrando y esperando la oportunidad para echar sus propias raíces. Así se fueron sumando hasta totalizar 63 habitantes en la nueva colonia. Rápidamente se pusieron a sembrar algunos, a encerrar sus primeros vacunos y las primeras gallinas. En 1883, la población sumaba 427 habitantes; ya había almacenes donde proveerse, herrero, peluquero, médico. Uno de ellos, Antonio Podio, que vivió 86 años, acuñó una frase que fue tradición en su familia y resume lo que se vivió entre ellos: "Estos terrenos son buenos. Vamos a acampar aquí".
Ante la realidad de lo desconocido, de aquello que se soñó muy lejos, con geografía montañosa y larga historia heredada, los primeros colonos se fueron encontrando con espacios desmesurados, con promesas sin confirmar, con la imposibilidad de volver atrás. La zona próxima a Santa Fe, Esperanza, Humboldt, Grütly, San Carlos, Pilar y otras estaba totalmente parcelada, por lo que había que buscar más hacia el oeste. Así cuentan sus experiencias algunos de los precursores.
Pascual Brusco
El periódico Santa Fe publicó en 1932 una entrevista a Pascual Brusco, quien le contestaba al periodista: "Mire… ya estoy un poco viejo y no recuerdo bien, pero sí recuerdo que yo he venido a estas tierras en 1878; estuve en Pilar, Santa María y Susana; después me vine para Rafaela en 1882. ¿Sabe cómo vine? Desde Susana en una chata tirada por tres caballos y dos bueyes como punteros. En la chata venía yo con un plano de la colonia y un milico como compañero, que tenía el encargo de ubicarme en el terreno, que había comprado en 1.200 pesos. Tomé posesión del lote y con unos postes, barro y paja me hice una choza donde viví un tiempo agregándole de a poco alguna otra pieza. A los tres años -sigue contando Brusco- amorticé mi deuda y fui comprando dos concesiones más. También empecé a construir mi casa, esta vez de ladrillos y con un buen techo. Allí nacieron mis diez hijos". Antes de que me olvide -sigue diciendo Brusco- mi primera cosecha de trigo fue muy abundante, la tierra fue muy generosa con los que recién llegábamos, eso me permitió progresar hasta colocarme en una situación económica llevadera".
Pascual Brusco falleció el 2 de septiembre de 1933 a los 78 años.

Esta característica facilitaba el uso de mayor cantidad de tierra sin necesidad de desmontar. // Archivo

El error de Francisco
Francisco Beltramino compró tierras en Rafaela, pero se equivocó de lugar. Se decía en ese tiempo que el ferrocarril pasaría por Susana, así que Francisco prefería tener su campo cerca de la estación del ferrocarril. Guillermo Lehmann le vendió, en cambio, tierras al sudeste de Rafaela, a una legua y media de donde estaría la estación del ferrocarril Mitre, cuya traza se estaba gestionando. Francisco protestó por el cambio, pero Lehmann lo convenció de que con el tiempo le daría la razón por su conveniencia.
El empresario organizó una visita a los terrenos de la nueva colonización. El resultado fue negativo, ya que encontraron un desierto que combinaba la soledad con lo agreste del lugar. Decepcionados, tiraron al azar unas semillas de melones, zapallos y maíz, casi con desprecio, regresando luego en sus carros a los lugares desde donde habían venido. Un año después, los colonos volvieron para ver lo que -según Lehmann- había respondido la tierra. Lo que encontraron les sorprendió: las semillas arrojadas al voleo habían producido frutos grandes y abundantes. El pesimismo se había convertido en esperanza.
Blas y su hermano
Blas Olivero, ya en su vejez, apoyado en su bastón, solía recordar cuando trabajaba en Esperanza, en el molino de Tizier. Él apartaba el afrechillo especial destinado a la destilería de Guillermo Lehmann, que por entonces fabricaba caña. Blas, en sociedad con su hermano, compraron terrenos en Rafaela. Al poco tiempo, Blas no logró convencer a su hermano, de modo que vendió sus cuatro concesiones de la sociedad y compró ocho para su exclusiva explotación, a 250 pesos cada una; en ese momento debían pagarse $ 30 adicionales cuando la concesión "tocaba" la plaza, para gastos de escritura. El hermano de Blas no quiso afrontar ese gasto, por lo cual la sociedad fraterna quedó disuelta.
José, el jinete prolífico
José Buffa fue uno de los primeros colonos; adquirió tierras en la zona que después fue el Parque Vivero Municipal, Villa Podio. Se casó con Inés Lorenzatti y tuvieron once hijos, ocho mujeres y tres varones. Enviudó en 1890. Volvió a casarse, esta vez con Teresa Bossana viuda de Rossa: con ella tuvo cinco hijos, tres varones y dos mujeres. Durante la epidemia de cólera, cedió un galpón para internación y aislamiento de afectados. No era raro que su esposa haya estado encinta, por lo cual debió alojarse en una chacra vecina.
Un episodio que circuló dándole veracidad lo ubica a José Buffa yendo a buscar leña a un monte cercano. Cuando estaba en esa tarea, vio acercarse un grupo de aborígenes en actitud amenazante; José saltó sobre su caballo y emprendió una carrera en la que debieron esquivar matorrales, saltar hondonadas y cualquier obstáculo. Así llegó al poblado y salvó el pellejo. A partir de ese día, brindó un especial cuidado al caballo que le salvó la vida, hasta que el equino murió de viejo.
Buffa, como agricultor, fue el primer colono rafaelino en sembrar maíz. Una manga de langostas puso en peligro el resultado, pero, gracias a la intervención del ejército, que instaló chapas en los bordes del potrero y quemó a las saltonas con lanzallamas, pudo salvar la cosecha.
No todo fueron flores en los primeros tiempos de la colonia. No conocieron la cobardía ni ahorraron esfuerzos, por eso disfrutaron los resultados.
Historias con indios
Los primeros tiempos de la región, entre el Salado y la pampa desnuda, están poblados de historias, algunas adobadas por los sucesivos relatos, otras calladas o mal disimuladas en las tradiciones familiares, como "cosas que los chicos no deben saber".
Esas historias tienen que ver con las situaciones que se planteaban entre los nuevos colonos y los antiguos habitantes de este suelo. Guaycurúes y algunos desprendimientos de mocovíes solían "visitar" los nuevos asentamientos europeos, en busca de animales vacunos y de caballos, a fin de procurarse alimento y movilidad. De hecho, uno de los elementos prioritarios que obtenían los colonos al establecerse era, con las semillas para la siembra, un fusil Winchester. Así, salían a trabajar la tierra con el fusil en bandolera.
Además de los aborígenes, los gauchos matreros fugitivos de la justicia se sumaban a las incursiones en busca de monta y comida. Según consta en la Historia de Rafaela, de Adelina Bianchi, uno de los primeros habitantes, Antonio Podio, "se comunicaba con sus parientes y amigos de Moretta, expresándoles que se vive mejor que en Italia, se pelea con los indios, pero se come en abundancia". El miedo era uno de los componentes de la vida cotidiana; se turnaban para vigilancia y, entre las precauciones, se acostumbraba reunir las pocas joyas y ahorros en una caja, enterrándola fuera de la vivienda, junto a algún árbol señalado.
En su "Canto a Rafaela", Rafael López Rosas cita el rapto de la hija de Francisco Campos por un grupo de aborígenes y la consecuente partida para su rescate.
En La Pelada, entre yuyales y espinillos, junto al recorrido donde alguna vez hubo un arroyo, aparecen diseminados restos de hornillos, a nivel del piso, con tierra calcinada, rojiza y endurecida. En el local de la Escuela Técnica se conservan puntas de flechas, de hachas, cañas para lanzas y algunos cuencos rotos. Algo similar ocurre en las cercanías de Saguier, donde, aparentemente, el asentamiento fue más breve y no han quedado más signos que algunas puntas de flechas y elementos de labranza.
Sorprende la acumulación de datos reunidos por Horacio Fernández Méndez, con relación a la presencia aborigen en una amplia región, que tiene actos demostrativos desde Sunchales hasta Grutly, incluyendo correrías por Nuevo Torino, Pilar y los alrededores de Rafaela. Según lo detallado por el investigador, hubo encuentros encarnizados, asaltos en zonas pobladas y muertes en ambos bandos. Estanislao Zeballos hacía también un relato de esas escaramuzas, por ejemplo el caso del hijo de un colono, de nombre Jaime, que salió a juntar los caballos; pasaron dos horas sin que Jaime regresara; con dos vecinos salieron en su búsqueda, cuando se toparon con 8 indios a los que alejaron a tiros, pero se llevaron 18 caballos y el hijo del colono. Siguieron los rastros hasta la altura de Virginia; allí se produjo un nuevo encuentro a tiros y lanzas y, por ese medio, lograron rescatar a Jaime y la caballada.
Cerca de Sunchales, adonde los colonos iban a buscar palos para alambrados, aun sabiendo los peligros de esa zona por la abundancia de asentamientos aborígenes, fueron emboscados y muertos los hermanos Frencia y Carlos Podio.
En Rafaela, las incursiones se consideran poco peligrosas; acaso, la rápida organización de los vecinos en patrullas cumplió con su cometido de defensa.
Matreros
Bandas de hombres no identificados, sospechosos, calificados en general como gauchos matreros, iban recorriendo los pueblos y los establecimientos rurales, pero por lo general se contentaban con tomar lo necesario para comer. Uno de los hechos que la tradición ha registrado es la "visita" que un grupo de jinetes realizaron a la finca de Gaudencio Mainardi. A cierta distancia, le pidieron un vacuno para llevarse como comida; Gaudencio, parado en la puerta con el fusil en brazos, les dijo que tomen uno y se vayan; los desconocidos pidieron que él mismo vaya a elegirlo, a lo que Mainardi, sospechando la intención de alejarlo de la vivienda para entrar a robar, se negó e insistió que se llevaran el vacuno que ellos elijan.
Como vemos, no todo era cantar y trabajar en los primeros tiempos. A fines de 1881, la Inspección de Colonias de la Provincia, ordenó a los Jueces de Paz que hagan un censo para conocer el número de familias establecidas en su territorio. A Pedro Pfeiffer le correspondió censar las colonias de Aurelia, Susana y Rafaela. El informe consignaba que, en ese momento, en las tres colonias estaban radicadas 126 familias identificadas y otras 20 desconocidas.
Así nacía el conglomerado que el tiempo transformó en la Rafaela de hoy, debatiendo territorios entre los que se consideraban ancestrales dueños de la tierra y los que venían a fundar un mundo nuevo.

Autor: 286731|
143 aniversario Rafaela locales Aniversario Rafaela

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web