En la Argentina
Era el tiempo del primer presidente surgido del voto popular. Se habían usado los padrones confeccionados para el servicio militar, por lo tanto los electores eran todos varones. Gobernaba el país desde 1910 Roque Sáenz Peña. En su presidencia se sancionó la ley electoral que lleva su nombre y que terminó con años de exclusiones y fraudes. En realidad, su presidencia debió comenzar varios años antes, debido a su prestigio y a las dotes demostradas. Un arreglo entre Julio A. Roca y Bartolomé Mitre, promoviendo la candidatura de Luis Sáenz Peña, padre de Roque, obligó a un gesto de éste, que se retiró para no competir con su padre, de quien estaba distanciado por razones políticas y familiares.
Mientras estudiaba abogacía, Roque debió interrumpir sus estudios para sumarse a las milicias leales contra la rebelión de Bartolomé Mitre. Ascendido a comandante, pudo terminar sus estudios en 1875. Electo diputado, a los 26 años, Roque José Antonio del Sagrado Corazón de Jesús Sáenz Peña Lahitte (tal su nombre completo) fue el presidente más joven de la Cámara. Rechazó un nombramiento en el gobierno del "zorro" Julio A. Roca y se fue a Europa, de donde regresó para protagonizar exitosamente la vida institucional argentina. Fue electo presidente en 1910.
En la Provincia
Manuel Joaquín Menchaca, abogado, farmacéutico y político, fue el primer gobernador de nuestra provincia elegido por la ley Sáenz Peña, al vencer a Lisandro De La Torre. Menchaca tuvo un desempeño destacado como gobernador; entre otras decisiones contamos la creación de la Escuela de la Familia Agrícola, que tuvo un descollante protagonismo en la educación, se prolongó en su carácter de Educación Técnica, que redundó en la formación de muchos industriales emprendedores. Además de su relación institucional con la ciudad, entabló sólidas amistades, entre ellas con don Luis Tettamanti, a quien visitó en su domicilio y le obsequió una importante escultura al producirse el cincuentenario de la Escuela Técnica. Como dato adicional, se consigna que el Dr. Menchaca fue el primer ocupante de la Casa de Gobierno de Santa Fe, aunque no estaba totalmente terminada en ese momento, pero sirvió para sus despachos ejecutivos. A poco de asumir, el 31 de diciembre de 1912, decretó que Rafaela sería ciudad, en mérito al censo que sumaba más de 8.000 habitantes, la cantidad necesaria para obtener tal estatus.
El nuevo año
El escribano Manuel Giménez, entonces presidente comunal, fue reemplazado por Eduardo Oliber, para preparar su cargo de futuro primer intendente. Mientras tanto, continuaban en sus funciones José María Podio, Carlos Bonazzola, Martín Martinetti y Calesancio Stoffel. Para aportar desde sus investiduras, se acercaron los legisladores por el Departamento Castellanos: el senador Carlos Suter y los diputados Rafael Fouguere y Fructuoso Portorreal. Convocadas las instituciones de ese momento, cada una quiso estar presente, por esa razón concurrieron la Banda de música, la Sociedad Rural, la Sociedad Italiana, las escuelas, sus abanderados y cuerpo docente, las orquestas, las damas para la preparación y distribución de golosinas a los niños, la decoración de palcos y escenarios, la piedra fundamental para el monumento a Guillermo Lehmann, la construcción de un gran arco en la cabecera del Bulevar Santa Fe, el Corso de las Flores, las procesiones de antorchas por los bulevares Roca y Susana y cada uno de los detalles que se iban presentando.
Cañonazos
El día 26 de enero amaneció estruendoso, con los disparos de 101 cañonazos. ¿De dónde venía esa tradición? Según consta en algunas publicaciones navales, las primeras salvas se producían al llegar un barco a puerto mediante 7 disparos, después 21, sin balas. En cuanto a los 101 cañonazos, se acostumbraban para homenajear a estadistas, acontecimientos importantes, funerales reales, etc. Cuando se realizaron los preparativos para la recepción del emperador Carlos V allá por el 1500, en Ausburgo, Baviera, se decretó un homenaje con una salva de 100 cañonazos. Tantos estampidos confundieron al oficial encargado de los disparos, que equivocó la cuenta ordenando uno más. Se trató de cubrir el error aduciendo que una tradición militar atribuye mala suerte a los números pares, por lo cual quedó la costumbre de los 101 cañonazos, que atravesó los tiempos y las distancias hasta llegar a los asombrados rafaelinos en la madrugada de la nueva ciudad.
La firma del decreto designando a Rafaela ciudad se concretó en un estrado frente a la Jefatura de Policía, mediante la firma del Gobernador y parte de su Gabinete. Los presentes se dirigieron luego a la plaza, donde se sumaron dirigentes y público. El designado intendente Giménez pronunció su mensaje de bienvenida, respondido por el Dr. Menchaca. La Sociedad Italiana recibió a la comitiva con un lunch, mezcla de desayuno y aperitivo.
Moda
La elegancia femenina tuvo su oportunidad de despliegue. Podían advertirse en los actos los largos vestidos de colores suaves, corsés que resaltaban el busto y empujaban las caderas hacia atrás. Según el lugar y la hora, lucían sombreros hongos o, a la intemperie, las anchas pamelas generosamente adornadas. También aparecían los conjuntos de falda y chaqueta, que dejaban asomar, por primera vez, los tobillos femeninos. Los hombres, por su parte, nunca fueron muy audaces. Los trajes negros u oscuros, chaleco, moño al cuello o corbata, polainas y zapatos charolados, según la ocasión, que también hacía optar por el saco o el jaquet.
Todo el día 26 y parte del 27 estuvieron signados por una actividad rimbombante, solemne de a ratos y figurante siempre, que subrayó un acontecimiento esperado y arduamente trabajado, aun tratándose de tiempos agitados en lo político y lo económico. Una ciudad nacía de un pueblo activo, desafiante, competitivo, convencido del poder emanado del trabajo.
Fuentes: María Inés Vincenti, Archivo Municipal, Adelina de Terragni