Especiales

En honor a Rafaela


Todo parece arrancar en la época en que las carretas y las calles de tierra eran algo tan simple de ver como hoy los aviones volando.





Cuenta la historia que el Señor Guillermo Lehmann después de recibir unas tierras que correspondían a terratenientes de la provincia de Buenos Aires las entregó a once familias, formándose así la colonia Rafaela que, según el primer boleto de compra-venta de la Empresa Colonizadora, fechan el año 1881. 
La ciudad hoy tras 140 años recorridos, es un "Portal hacia el mundo" en cuanto a la vinculación y potencia de sus industrias. En su ámbito cultural, es conocida como la "Capital del Teatro" debido a la cantidad de teatros históricos y a su ya famoso Festival que concentra artistas de muchos lugares.
¿De dónde salió su bonito nombre? El nombre fue designado por su fundador, Guillermo Lehmann, en honor a Rafaela Rodríguez de Egusquiza, quien fuera la esposa de su amigo y socio comercial, Félix Egusquiza, quienes fueron los propietarios originales de la zona. Los primeros habitantes de la colonia fueron mayoritariamente agricultores europeos provenientes de la región del Piamonte, Italia. De ahí que nos califiquen de piamonteses a todos los mortales que habitamos la zona. Y acá la cosa se va poniendo linda, dijo el piamontés y le habían descontado el diez por ciento en la verdulería. Porque las primeras palabras son solo historia y la podríamos encontrar en cualquier web de internet o libros de historia, pero si tenemos que describir a un lugar, una ciudad como me lo pidieron… ¿que pondrían…?





Pablo Pedante, emprendedor gastronómico y gerente de El Cascote Restaurante.




A pesar de que uno hace poco que está en la ciudad, lo que conquista al mirarla son algunas de sus virtudes. Siempre me gustó la educación de la gente. Las personas, sobre todo en los barrios, aún tienen esa alma de pueblo donde te saludan con un "buen día" al pasar por la puerta de su casa y cuando el clima lo permite, a la tardecita, saca los sillones afuera para contemplar el atardecer mientras trabajan la lengua, seguramente chusmeando lo que le contó la vecina que vive a la vuelta. Los niños que salen en su bici para ir a cazar pajaritos o a hacer alguna que otra travesura en los campos vecinos. La famosa vuelta del perro los domingos en las calles del centro. Los asados en el piso, en el Autódromo, teniendo de excusa una carrera que quién sabe quién ganó, pero lo que seguramente recuerdan es que la carne estaba tan sabrosa como el vino. Los fines de semana escuchando el aliento de los distintos equipos de fútbol que, según de donde venga el viento, se escuchaba aún en sectores de la ciudad más alejados. Los grupos de teatros desfilando por avenida Santa Fe. Su empedrado, amado por los que les encanta conservar su historia y odiado por los vehículos que se van desarmando a su paso.  Los famosos túneles tenebrosos con sus mitos urbanos. Las comparsas que con su ritmo, color y alegría contagiaban los corsos rafaelinos. Tomar mates en la placita onda o en el Balneario municipal los domingos y feriados. Y así podemos seguir mencionando varios sucesos que, seguramente usted querido lector, sepa muchísimo mejor que yo y se acuerde de innumerables cosas más que me encantaría conocer. Es por eso que cuando me dicen escribí algo sobre nuestra ciudad, lo que más me gusta de "La Perla del Oeste" es que, a pesar de los avances del siglo XXI, esta ciudad conserva el alma de un pueblo grande, grande no en tamaño sino en grandeza humana, es por eso que escribí este breve texto no para Rafaela, sino como lo hizo Don Guillermo… En Honor a Rafaela.


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