Entre la indignación, la sorpresa y la incredulidad, la sensación predominante que generan los fenómenos de la nueva derecha radical y antisistema en los sectores progresistas de la Argentina y el mundo es una enorme impotencia. ¿Por qué tantos jóvenes, en especial votantes pertenecientes a los sectores populares, se identifican con candidatos que cuestionan los valores fundamentales de la izquierda contemporánea? ¿Cómo fue que la rebeldía, hasta no hace mucho un patrimonio casi exclusivo de las expresiones socialdemócratas en los países desarrollados y nacional populistas en los emergentes, es hoy un atributo de las nuevas facciones de derecha que desde hace tiempo (no olvidemos la importancia de los casos Alberto Fujimori en América Latina y Silvio Berlusconi o la familia Le Pen en Europa) le disputan a la izquierda el uso prácticamente monopólico de conceptos como los de "cambio" e incluso "revolución"? Sin demasiado espíritu autocrítico ni voluntad por revisar los supuestos teóricos y metodológicos que le brindaban tanta sensación de autoridad y de seguridad respecto del devenir, la izquierda se frustra al comprobar que los ataques y las denuncias, lejos de erosionar estos liderazgos emergentes, por lo general los fortalecen. Además, cae a menudo en la tentación de mezclar a las personas con las ideas y a ambas con los procesos y los intereses: se priorizan sus contradicciones, defectos, antecedentes cuestionables y cualidades polémicas mientras se menosprecian la fidelidad y la admiración que producen, la capacidad de seducir a audiencias diversas y su resiliencia frente a las críticas, justas e injustas, de las que son objeto.
Buena parte del fracaso de las izquierdas contemporáneas y el surgimiento de los nuevos liderazgos de derecha se vincula con y (se explica por) el fracaso de los modelos políticos estadocéntricos, que tienden a generar enormes desequilibrios macroeconómicos por la ampliación de las atribuciones, la intervención y el presupuesto del sector público. Desde que el kirchnerismo llegó al poder, el Estado Argentino en todos sus estratos -nacional, provincial y local- se duplicó. La manía por el gasto tiende a agotar la capacidad de endeudamiento, arrebata los stocks de ahorro y termina cobrando el impuesto más injusto y distorsivo: la inflación.
Para novedades, nada mejor que los clásicos. Desde que James O'Connor publicó, en 1973, "The Fiscal Crisis of the State" quedaron explicitadas la lógica y las consecuencias de una dinámica explosiva: cuando los ingresos tributarios crecen menos que el gasto público, los Estados tienden a sobreendeudarse, primero, y a financiar el déficit con emisión monetaria, después. Las perversas derivaciones de esa mecánica se convirtieron en poderosos disuasivos para que gobernantes mínimamente educados y con espíritu de supervivencia optaran por implementar esquemas responsables que evitarán los desequilibrios macroeconómicos severos y permanentes. El propio Joseph Schumpeter ya se había referido a esta cuestión en un artículo seminal, "The Crisis of the Tax State", entre 1917 y 1918. Desde la Gran Crisis y la consecuente expansión del tamaño y las funciones del Estado este debate se profundizó y ramificó en todas las disciplinas de las ciencias sociales. La mejor síntesis de las visiones neokeynesianas y conservadoras pueden encontrarse en el extraordinario y respetuoso intercambio que mantuvieron James Buchanan y Richard Musgrave en "Public Finance and Public Choice: Two Contrasting Visions of the State" (Cambridge, MIT Press, 1999).
En este contexto conviene repensar la emergencia del fenómeno Milei. Muchos analistas se enfocan en sus ideas, porque se trata de un líder que basa buena parte de su narrativa, sus propuestas y sus discursos en ideas anarcolibertarias que, si bien habían tenido cierto arraigo en Estados Unidos, nunca lograron hacer base en nuestro país ni se implementaron en ningún otro. No hablamos aquí de liberalismo económico, ni siquiera de neoliberalismo, sino de esta versión teórica y muy extrema que desconfía in toto del aparato estatal e interpreta como inmorales algunos valores fundantes de la democracia moderna que implican cierto límite a las libertades individuales. Otros observadores ponen la lupa en la lógica de su construcción política: ese estilo radial que lo hace privilegiar las reuniones individuales o con grupos pequeños en lugar del trabajo en equipo. Asimismo, se enfatiza la influencia relativa de exfuncionarios de la época de Carlos Menem y algunos compañeros de trabajo que conoció durante su paso por la Corporación América, del Grupo Eurnekian, donde Milei desarrolló parte de su carrera laboral.
Una tercera mirada, tal vez más interesante, podría posarse no tanto en el líder de La Libertad Avanza en sí mismo, sino en sus votantes y seguidores más fanáticos, sobre todo los más jóvenes. El fenómeno Milei no existiría si no hubiera tenido semejante impacto electoral. Esto pone de manifiesto que, al margen del emisor, hay una sociedad ávida de lo que ofrece. La política es a fin de cuentas una cuestión de oferta y demanda. Abriendo la visión hacia experiencias comparables, aplica a Milei el mismo principio que caracteriza a quien tiene como referencia: como construcción política y social, el trumpismo es más interesante y complejo que el propio Trump.
¿Cómo definir la economía política del fenómeno libertario? Los impuestos pueden interpretarse como el costo de la civilización: sin un Estado que provea seguridad, justicia, infraestructura básica, educación y salud, viviríamos la barbarie. ¿Qué ocurre cuando es el propio Estado el que genera el desorden, por acción o por omisión, por fracasos sistemáticos en la provisión de los bienes públicos esenciales, incluso por la ineficacia y la corrupción de muchos de sus funcionarios, en especial cuando la carga tributaria es muy alta? Puede haber muchos tipos de reacciones, incluidas las rebeliones fiscales. En la Argentina hemos vivido el episodio de la 125, la primera revuelta fiscal de nuestra historia. Ahora podríamos estar experimentando otro capítulo en un proceso de larga duración en el que un segmento clave de la sociedad expresa su rechazo a un aparato estatal consolidado como el problema y casi incapaz de brindar soluciones.
Consideremos también que la economía informal alcanza casi el 50% del PBI. Esto abarca tanto a un enorme universo de trabajadores precarizados como a muchas empresas formales y profesionales independientes que trabajan en una modalidad híbrida: buena parte en "negro" y un mínimo en "blanco". Es decir, han desarrollado mecanismos flexibles para convivir con (y al mismo tiempo ignorar a) un Estado voraz, caprichoso, opaco y utilizado como fuente permanente de financiamiento de la política y de protección para negociados de intereses afines al poder de turno. Esto consagra una ciudadanía limitada y fragmentada, con múltiples derechos en teoría, pero muy escasos en la práctica.
Bronca, impotencia, frustración, desconfianza. Esos son los elementos distintivos que caracterizan al votante de La Libertad Avanza. Más allá de los gritos a los que nos acostumbró su líder, estudios cualitativos recientes resaltan la racionalidad del voto a Milei: "lo voté porque los demás fracasaron" o "hay que probar algo nuevo". Lo más importante es que toda esta corriente de sentimientos negativos logra canalizarse no de manera violenta, sino mediante el voto popular.