El gobierno no tiene respuesta para una crisis económica de futuro amenazante. Sólo en el entorno del Presidente y en el periodismo amigo se puede hablar de su reelección.
Ante este panorama las facciones del oficialismo están comenzando a prepararse para las grandes maniobras de 2023. Ven que la Casa Rosada estará vacante y toman posiciones lo más alejadas posible de la frustrada aventura del Frente de Todos que armó en soledad Cristina Kirchner.
Las señales de que el gobierno es irrecuperable son abrumadoras. La crisis es económica y Fernández no tiene ni tendrá un plan, más allá de las dudosas promesas de ajuste hechas al FMI. Tampoco dispone de la autoridad indispensable para imponer un programa de estabilización si lo tuviera.
Frente a la gravedad de este cuadro responde de dos maneras. La primera, con medidas probadamente ineficaces: precios máximos, amenazas a empresarios, acuerdos con empresarios, propuestas de pactos de la Moncloa, etcétera. Además sus anuncios suelen quedarse en eso: anuncios.
La segunda "herramienta" presidencial es un despliegue retórico por los medios (habla todos los días) más desalentador que las medidas inconducentes. Atribuir carácter diabólico a la inflación o considerarla una construcción mental es la causa principal de las pésimas expectativas que detectan todas las encuestas sobre su errática gestión.
También justifican la decisión de Cristina Kirchner de no atenderle el teléfono hasta que no eche a Guzmán, Kulfas y Pesce. Aunque hay que reconocer que la vice ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Fue ella la que hizo poner a cargo del control de precios a Roberto Feletti que ahora considera que cumplir con su tarea entra en la esfera de lo milagroso.
Aunque Fernández se esfuerza para evitar que el conflicto se agrave (ver Visto y Oído), la vice ya está embarcada en su propia gestión presidencial. Armó un proyecto para pagar con fondos de un nuevo blanqueo la deuda con el FMI y presionará para que en las próximas revisiones del acuerdo se bajen las exigencias de ajuste. También puso en marcha el proyecto "tapón" para trabar desde el Senado la reestructuración del Consejo de la Magistratura. Si este miércoles la Cámara lo sanciona, no habrá en la práctica maneras de corregirlo en Diputados y el organismo que selecciona y sanciona a jueces y fiscales podría quedar paralizado. A la vice le preocupa más su situación judicial que la inflación. En 2023 buscará el respaldo del conurbano y guarecerá allí su tropa como lo hizo en 2019 en La Matanza.
En el campo peronista quedan además otros dos actores que empezaron a reposicionarse: los jefes territoriales y Sergio Massa. Los primeros en su mayoría están convencidos de que el ciclo kirchnerista "sanseacabó". La figura de la vice no les suma votos en sus provincias; más bien les resta como en el caso de los distritos del centro del país: Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos. Buscarán un candidato a presidente que al menos no los perjudique.
Por su parte Sergio Massa parece interesado en resucitar la "ancha avenida del medio" que había abandonada por el kirchnerismo. A la luz de esa intención debe ser considerado el intercambio de elogios con el radical Gerardo Morales, mucho más cercano al populismo de Fernández y Massa que al liberalismo de Mauricio Macri. Massa por su parte ve que se fragmenta el frente oficialista y que llegó la hora de cambiar nuevamente de sombrero para interpretar un nuevo personaje. Otra salida no le queda.
Entretanto en la vereda opositora hay alguien que ve los coqueteos de Massa y Morales con inquietud: Horacio Rodríguez Larreta. Apostaba a que podría demorar hasta 2023 para presentar su proyecto, pero el fracaso de Fernández lo obliga a plantear públicamente su posición frente al peronismo y a la propia alianza opositora. Quería preservarse, pero la crisis está adquiriendo una magnitud inesperada y puede salirse de control, a pesar de que los factores de poder colaboran habitualmente con gobiernos peronistas. Actos de fuerza como los cortes piqueteros o las agresiones al Congreso crean un clima volátil.
El jefe de gobierno porteño es partidario de un acuerdo con radicales y peronistas y un ajuste a larguísimo plazo, pero siente la presión interna de sectores del PRO que rechazan cualquier entendimiento con el populismo; que creen que la única salida es contar con el apoyo social suficiente para las reformas que saquen al país del pantano, algo imposible con los corresponsables del desastre que ya dura casi 80 años. Patricia Bullrich encarna a ese sector del macrismo y promete darle batalla, mientras Mauricio Macri observa entre bastidores. Ingresará al escenario si la crisis se desborda. El tiempo juega a su favor.