Opinión

El satanás criollo

La espectacular victoria obtenida por el candidato de Juntos por el Cambio en la provincia de Santa Fe -con la particularidad de que fue más holgada de lo que todos esperaban- ha llenado de júbilo a Patricia Bullrich y, en general, al grueso de los miembros de esa coalición. Está bien que así sea, a condición de entender que la excelente performance de Maximiliano Pullaro, si bien permite ilusionarse con la posibilidad de una seguidilla de triunfos en las provincias de Chaco y Mendoza -algo que está en la cabeza y los planes de los estrategas de campaña cambiemitas- no admite, en cambio, extrapolar votos que son estrictamente de carácter provincial al ámbito nacional. Es cierto que ha sido una bocanada de aire fresco, después del porrazo que habían sufrido en las PASO, y que el resultado cosechado en ese estado del litoral hace las veces de estímulo para enfrentar los desafíos que se le presentarán a Juntos por el Cambio, de aquí a los comicios de octubre. Pero no es menos verdadero que parte de quienes votaron el domingo al hombre que sucederá en el cargo a Omar Perotti, en las primarias abiertas de agosto se inclinaron por Javier Milei. Sobre el particular no es conveniente mezclar clavos con bulones. Cada cosa en su lugar.
A diferencia de su rival a vencer en las Elecciones por venir -para de esa manera meterse en el balotaje-, Sergio Massa no tuvo razón ninguna para festejar el domingo a la noche. Es que el peronismo sufrió una catástrofe sin precedentes en Santa Fe. Por lo cual no es forzado suponer que, si Perotti salió tan mal parado del trance electoral en su terruño, al candidato del oficialismo nacional las cosas le irán todavía peor el 22 de octubre. Es inimaginable pensar que pueda el ministro de Hacienda -poco estimado en esa provincia- obtener más votos que los del justicialismo local. Por lo visto hasta ahora, en el segundo, tercer, cuarto y quinto distritos electorales del país -Córdoba, Santa Fe, la Capital Federal y Mendoza- la suerte de Massa está echada.
Con todo, el titular de la cartera de Economía deberá asimilar un golpe aún más duro que el ya comentado. El índice inflacionario de dos dígitos que se anunciará mañana, aunque no constituya a esta altura un secreto, significa un revés de proporciones gigantesca para "el plomero del Titanic" -como el mismo se definió en su momento- y, por lógica consecuencia, para sus aspiraciones presidenciales. Con el agravante de que los números de septiembre en materia inflacionaria serán aun mayores que los de agosto, y se darán a conocer en la semana anterior a la votación.
El popolo grosso es casi seguro que no ha escuchado hablar del multimillonario juicio que perdió en los tribunales de Nueva York el Estado argentino, por obra y gracia de la ignorancia y corrupción del kirchnerismo -convalidado en el Congreso de la Nación, dicho sea de paso, por parte de la bancada que hoy es parte integrante de Juntos por el Cambio- del mismo modo que siente, como ningún otro sector de la sociedad, el efecto perverso del alza incontrolable de los precios al consumidor. Massa carece de chances, menos porque la administración de la que es hoy su cabeza visible sea una cleptocracia que por el desarreglo económico y social del que es responsable absoluto.
El fallo adverso a los intereses de Cristina Fernández que está al salir de la Sala I de la Cámara de Casación, como la escandalosa compra sin licitación de cientos de autos decidida por Malena Galmarini en AySA, o el vergonzoso adelanto de miles de millones de pesos hecho en beneficio de los movimientos sociales aliados del Gobierno, no son datos que, a la hora de entrar al cuarto oscuro, puedan obrar cambios de envergadura en la intención de voto de los militantes populistas. Ahora bien, cuando aprieta el bolsillo -la víscera más sensible de las personas, según Juan Domingo Perón que, acerca de la psicología de las masas, no improvisaba- las cosas cambian de color. Ni los seguidores del General ni quienes, en definitiva, tendrán en sus manos el resultado de los comicios que se substanciarán dentro de cuarenta días -esto es, los que optaron por quedarse en sus casas el 13 de agosto- podrían mostrarse indiferentes frente a una situación económica calamitosa.
Más allá de Santa Fe, los manotazos de ahogado de Massa, el fallo de la Casación que saldrá en cualquier momento y el índice de inflación de dos dígitos, el dato de mayor relevancia -que se viene arrastrando desde el lunes 14 de agosto- es la demonización de Javier Milei. No es exagerado decir que pocas veces -si acaso alguna- existió una campaña de desprestigio siquiera parecida a la que se ha enderezado en contra del líder libertario. En el curso de los últimos diez días -sin ponerse de acuerdo, por supuesto- coincidieron en sus destempladas acusaciones al ganador de las PASO, los curas villeros y la Comisión Episcopal Argentina; un conjunto de 170 distinguidos economistas, de las más variadas tendencias; la totalidad de los periodistas dedicados al análisis político de los matutinos más importantes del país, y un nutrido grupo de pensadores progresistas y de izquierda que firmaron un extenso documento, publicado el pasado día lunes.
Lo notable del caso es que nunca antes se alzaron tantas voces con el propósito inequívoco de satanizar a alguien que ganó legítimamente una elección, transparente por donde se la mire. Lo acusan de antidemocrático y convocan a las distintas fuerzas a unirse en su contra en un eventual ballotage porque de lo contrario, si fuese electo presidente, peligrarían los instituciones republicanas y el pacto democrático generado a partir de l983. Que se recuerde, los sacerdotes que defienden con tanta vehemencia el pobrismo -en unas villas en donde Milei fue el más votado- y los obispos, nada dijeron acerca de los Kirchner. Tampoco aquellos sesudos expertos en economía se juntaron para poner en tela de juicio las ideas que enarbolaban los representantes del populismo criollo antes de hacerse cargo del gobierno. Por lo visto, el doble standard de conducta cruza en diagonal a las clases dirigentes del país.
Como quiera que sea, lo que no terminan de percibir quienes hacen las veces de censores del pueblo soberano -¿o acaso Milei no salió primero el domingo 13 de agosto?- es el hecho de que sus balas son de fogueo. No hacen daño ni llevan a los seguidores del libertario a replantearse el sentido de su voto. En eso los curas, los obispos, los intelectuales progresistas y los economistas antes mencionados muestran la misma carencia de ideas que ha caracterizado a Patricia Bullrich y también a Sergio Massa, cuando deben enfrentarse a Milei. No saben para dónde agarrar y sólo atinan a destratarlo. Mientras tanto, el centro del ring sigue siendo un monopolio exclusivo del Satanás criollo. Todos al unísono hablan de él, lo estigmatizan, lanzan a sus expensas improperios, pero ninguno suscita esperanza alguna. Por eso sigue arriba en las encuestas de opinión.

Autor: 288042|
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