l Papa Francisco anunció repetidas veces que su intención es visitar la Argentina; pero no lo hará: sabe que no le iría muy bien acá. Entonces, ahora, desciende al campo sucio de los debates políticos con un discurso insólito, de furia, contra el gobierno libertario del Presidente Milei. Nunca hizo la menor alusión a los gobiernos de Cristina Kirchner, que hundieron al país en la pobreza y la indigencia. Tampoco reaccionó ante el peor gobierno de la historia: el del inútil y golpeador Alberto Fernández, el hipócrita que presumía de feminista y le pegaba a su mujer. La fuente principal del discurso de Francisco ha sido, como otras veces, las noticias que le alcanza su amigo Juan Grabois.
La intervención papal se ha metido con la historia: ha repudiado la obra del General Julio Argentino Roca, a quien atribuyó matanza de indígenas en su Expedición al Desierto; lo que no ha mencionado son las matanzas y los malones de indígenas, que llegaban casi a las puertas de Buenos Aires, y robaban mujeres, sembrando el terror. No soy roquista, pero hay que reconocer que, sin esa doble Presidencia de Julio Argentino Roca, la Argentina no existiría y la Patagonia sería chilena. Lo que el Papa debió criticar es la política religiosa del masón Roca, que mantuvo al país 16 años desconectado de la Santa Sede.
La crítica papal al gobierno argentino se ensaña con el protocolo antipiquete; o sea, que se pone del lado de los piqueteros, que hartan a la gente cortando avenidas y produciendo innumerables inconvenientes. “Pagaron gas pimienta en vez de justicia social”, dijo en un acto junto a Grabois, y reivindicó “la lucha” de los movimientos sociales. Además, mencionó un caso de coimas, pero no precisó de qué administración. El periodista Luciano Román calificó al discurso papal como “un mensaje excesivamente terreno, que podría interpretarse, incluso, como alejado de algunos equilibrios, complejidades y matices que suelen caracterizar las palabras de los grandes líderes religiosos y otros análogos”. Se basó en información interesada y parcial; pasó por alto las complejas implicancias para el ciudadano común de una suerte de anarquía que regía en las calles, y alentó “la lucha” de los movimientos sociales. Hace un drama del uso del gas pimienta por parte de las fuerzas de seguridad, sin aludir a las provocaciones y atropellos que han sufrido instituciones como el Congreso, con ataques a piedrazos, ni tampoco a las heridas provocadas por activistas a humildes servidores públicos, como son los policías o gendarmes. Tampoco tuvo en cuenta la quema de bienes públicos, y hasta la destrucción de vehículos y comercios en algunas protestas violentas.
Es evidente que la cercanía del Pontífice con Grabois no es simplemente un vínculo personal, sino una relación nutrida de coincidencias. La politización del Papa al avalar a las organizaciones sociales no hace ningún llamado a la transparencia y el respeto de la ley. Pasa, deliberadamente, por alto las investigaciones y denuncias que mostraron el aprovechamiento en beneficio propio, que hicieron numerosos líderes piqueteros de la administración de los planes sociales. Las palabras del Papa contra el gobierno seguramente serán utilizadas por esos “gerentes de la pobreza” como una suerte de justificación y respaldo.
Lo que los católicos argentinos necesitan es que Francisco proceda como Papa, cuide la religión católica, y oriente a los fieles a crecer en la Fe, no que se meta en el confuso territorio de la discusión política. “Comprar justicia social en lugar de gas pimienta”; es insólito este descenso perturbador, cuando no ha dicho una palabra sobre la situación de Venezuela, donde rige una dictadura persecutoria de la oposición, y la justicia social es inexistente. El asunto del gas pimienta se agitó a causa de una niña que sufrió los efectos, porque participó de un acampe llevada por su madre, una militante irresponsable.
El Papa, con su discurso contra el gobierno, se expone a las críticas que razonablemente están surgiendo. El jefe del bloque de Diputados de “Innovación Federal”, Miguel Ángel Pichetto, desestimó las críticas del Papa, planteando que “la agenda propuesta desde el Vaticano es absurda y hace un daño increíble a la Argentina”. Este diputado nacional observó que “antes las manifestaciones pontificias eran más bien de corte pastoral, nunca directamente dirigidas a la política local; ahora, entonces, hay un hecho nuevo. El Papa no puede hacer ese tipo de manifestaciones, sin que su palabra se torne más frágil”.
La intervención de Francisco contra el gobierno argentino es una nueva expresión del progresismo papal; andar siempre para adelante, como ocurre con el peronismo y su búsqueda nunca alcanzada de la justicia social. El Papa opone la justicia social al gas pimienta: reprimir el piquete, impedir la protesta continua y la revuelta sería contrariar el dinamismo del Evangelio, el cual siempre debe ser releído. Así, el Concilio Vaticano II, sería una relectura del Evangelio según la cultura de la modernidad. Allí está el progresismo y el peronismo que hoy día reinan en Roma. Francisco es el presidente del peronismo, como ya hemos explicado en otras ocasiones.