La invasión de Rusia a Ucrania trajo en la segunda semana de hostilidades un macabro recordatorio a la humanidad: sea por un error de cálculo estratégico o si el conflicto armado se sale de cauce, la humanidad sigue bajo el riesgo de una catástrofe nuclear de proporciones.
Después de casi tres décadas, en varios portales las noticias más buscadas y leídas fueron "cómo sobrevivir a una bomba atómica", o simulaciones de "cómo sería un invierno nuclear". Tras décadas de ignorarlo o subestimarlo como un escenario de ciencia ficción o novelas distópicas, hemos caído en la evidencia que el peligro de una destrucción a escala planetaria sigue allí.
En medios de las operaciones rusas por el control de Ucrania, el jueves un misil ruso estalló en la planta nuclear de Zaporiyia, incendiando un sector administrativo. Como certificó la agencia de energía de la ONU (OEIA) no hubo daños en ningún reactor y tampoco fuga de radiación. Ahora tropas rusas controlan el complejo. Este fue el segundo incidente, ya que anteriormente hubo combates en la desactivada planta de Chernobil (cerrada en 1986 luego de que uno de sus reactores se fundiera y esparciera residuos radioactivos en toda Europa). Ucrania tiene 15 centrales de este tipo.
Como señalaron expertos, el riesgo de un desastre a gran escala aún es bajo. En primer lugar porque una central nucleoeléctrica no "estalla" a la manera de una bomba: utiliza radioisótopos de uranio enriquecido al 3-5%, en una proporción mucho más baja que una bomba atómica (casi 90%). Además cuentan con gruesas estructuras de hormigón de doble contención que protegen tanto el núcleo de sus reactores como los sistemas de refrigeración y las piscinas de combustible gastado. Se requeriría mucho más que el impacto accidental de un misil para dañar los reactores a un nivel crítico. El principal riesgo hoy es que por los combates se vea afectada la provisión de electricidad para los sistemas de refrigeración, que aún así tienen circuitos de emergencia con motores diesel. Pero no hay riesgo cero. Las centrales no fueron diseñadas para una guerra a gran escala y existe la posibilidad de que por combates se vea afectada la refrigeración de algún reactor, desatando fugas similares a las de la planta de Fukushima, en 2011 en Japón.
El otro riesgo es geopolítico. El presidente Vladimir Putin dejó en claro que no permitirá la intervención de terceros países en defensa de Ucrania y que la opción nuclear está sobre la mesa. Primero, "activando" las fuerzas de disuasión nuclear (que implica acortar tiempos y simplificar procedimientos para emitir una orden de lanzamiento de misiles) y luego su canciller Sergei Lavrov señaló que si la situación escala a un enfrentamiento directo con EE.UU. o la OTAN "una Tercera Guerra Mundial sería nuclear y devastadora2. Por eso la alianza atlántica ha sido enfática en rechazar los pedidos de Ucrania de fijar una zona de exclusión aérea o cualquier medida que la involucre directamente. Ya hay "teléfono rojo" entre Moscú y Washington. Por el momento, las amenazas parecieran parte sólo de la "guerra psicológica" y el "chantaje diplomático" de Putin, ya que para una verdadera escalada nuclear serían necesarios muchos otros procedimientos. Sin embargo, no deja de ser preocupante este regreso a los métodos y la retórica de la Guerra Fría, cuando sólo la amenaza de la "destrucción mutua asegurada" garantizaba la paz. Hoy Rusia tiene casi 6.000 ojivas nucleares y EE.UU. unas 4.500. Hay al menos 9 países con armas nucleares. Y pese al Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, pocos las han reducido y muchos las han modernizado, aumentando su poder devastador.
No es posible que en el siglo XXI el chantaje de un autócrata, un error de cálculo, un desmadre bélico o el regreso a la competencia estratégica sin límites pongan en peligro la supervivencia del planeta. Como señaló el secretario de la ONU, Antonio Guterres, la manera de acabar con el peligro nuclear no es limitar sino eliminar este tipo de armas y para ello se requiere redoblar esfuerzos para regresar a un sistema internacional multilateral basado en la confianza, el derecho internacional y la seguridad de las personas.