Opinión

El momento de la derecha

España está frente a las puertas de una elección crucial. No se trata simplemente de un recambio de autoridades, sino de la definición de un modelo de Nación. Compiten por dar vuelta la página de la decadencia, y optar por el rescate de las tradiciones y los valores que los identificaron siempre o mantener una suerte de status quo que no reemplace las políticas que los han llevado a la situación que atraviesan hoy.
Y la insistencia desde estas líneas con las semejanzas entre España y Argentina no es caprichosa. Es un grito de alarma para llamar la atención sobre el daño que el populismo y las recetas de la izquierda le hacen a una sociedad, alguna vez pujante. Los españoles están a tiempo de evitar más quebranto y padecimientos de los que ha infringido durante los últimos años la dupla PSOE-Unidas Podemos. Sin embargo, también es tiempo, como lo es en Argentina, de cuestionar el papel de la oposición y preguntarse y preguntarles qué hicieron y qué están dispuestos a hacer para cambiar el rumbo.
Iberoamérica es el escenario de un socialismo que se resiste a aceptar la derrota del modelo. Populismo mezclado con su inevitable consecuencia: la corrupción endémica, líderes autoritarios, mesiánicos y confrontativos que atrasan en las formas y en el fondo. Nicolás Maduro en Venezuela, los Kirchner en Argentina, Gustavo Petro en Colombia o Lula da Silva en Brasil apuestan a la confrontación permanente, al enmohecido truco de gobernar bajo la antinomia del amigo-enemigo, agitando temas y banderas que enfrentan a sus pueblos.
Sus arietes son el indigenismo, los ecologistas, seres agresivos que destruyen obras de arte y cultura, odiadores seriales; militantes de todas las causas antifamilia, y en los últimos años se suma un ingrediente literalmente letal: la narco-guerrilla y su acercamiento y complicidad con la política partidaria.
En el siglo XX ya intentaron subvertir los valores nacionales a golpe de fusil y fueron derrotados. En España, como en Argentina, según declaró la mismísima Cristina Kirchner, "volvieron mejores" y los primeros años de ambas administraciones parecen darles la razón. Kirchnerismo y sanchismo apelaron al clientelismo en todas sus variantes: el empobrecimiento sistemático de la población para que la limosna del Estado sea el salvataje ante la opción de la miseria absoluta es política de estado. Ambos pusieron en libertad a cientos de delincuentes, violadores y asesinos con la excusa de la pandemia en Argentina o con la funesta ley del "sólo sí es sí" de Irene Montero en España, volviendo las calles más inseguras y violentas.
La ley de Memoria Democrática y la ley trans son aberraciones que en Argentina, con nombre parecidos, también existen y provocan las mismas reacciones adversas que en España. Estas corrientes de adoctrinamiento, que en Argentina se las conoce como "liber-progres", inundaron nuestros parlamentos y hoy no resulta una novedad hasta escucharlos asesinando impunemente el fantástico idioma castellano.
Son los mismos que militan el aborto, la eutanasia y el cambio de sexo de nuestros niños y adolescentes sin control parental ni profesional.
Frente a estas atrocidades, la compra de votos, que también ocurre tanto en España como en Argentina, es un tema menor y en ambas latitudes se hace, tal como dice el diputado Santiago Abascal "con el Boletín Oficial". Son administraciones que se consideran dueñas del Estado por lo que disponen del dinero público para distribuir dádivas arbitrariamente en formato de cargos, prebendas o especias.
Todo eso se juega en las próximas elecciones y, como en Argentina, nadie espera nada bueno del oficialismo que, en funciones, ha desnudado todas sus miserias. El kirchnerismo y el sanchismo han mostrado su esencia. La clave es la oposición y la pregunta es si el Partido Popular está dispuesto a barrer con los mandatos de la Agenda 2030 para privilegiar los intereses de España, su cultura, la paz social, las necesidades de los productores locales y la derogación de las leyes que irritan los ánimos; un PP que encare con responsabilidad el drama de la inmigración ilegal; un PP valiente que escuche la voz de las urnas y se atreva a acordar políticas públicas con la tercera fuerza nacional: VOX.
Porque, siguiendo con las semejanzas, en Argentina Juntos por el Cambio, el partido del ex presidente Mauricio Macri y la principal oposición al kirchnerismo, también intenta un equilibrio anodino que desconcierta a sus simpatizantes, que hoy le reclama definiciones. Hay temas y hay circunstancias en la que el gris no es opción. Entre el bien y el mal, por ejemplo. Frente a la amenaza del globalismo no hay más espacio en la política para especulaciones electorales. La población exige firmeza.
El patrimonio de VOX es ser claro y tener un solo discurso, el mismo en todo momento y en todos los rincones de España. Hay un VOX y varios PP; mientras en ciertas comunidades afirman ciertos principios, pueden decir lo contrario en otras. Esta dualidad complica el futuro inmediato. En medio de la confusión existe una poderosa certidumbre: esa tercera fuerza sigue ofreciendo "la mano tendida" para procurar al electorado una auténtica alternativa.
España está a tiempo de enmendar tanto daño acumulado. Está a tiempo de resarcir a sus ciudadanos, de rescatar sus valores, de ponerse de pie frente a los burócratas internacionales que pretenden digitarle la vida; España está a tiempo de recuperar la soberanía energética y el orgullo nacional, y con él, aportar a la construcción de una Europa más sólida. Los españoles sólo necesitan desearlo.
Grandes transformaciones están ocurriendo a su alrededor. El surgimiento de derechas sanas y potentes en países vecinos es consecuencia del fracaso de las izquierdas y de la moda woke que lo embarró todo. Ahora llegó el tiempo para España. Santo Tomás decía que las verdades son verdades sin importar de quien provinieran. Tal vez se refería a la frase de Antonio Machado: "Hoy es siempre todavía. Toda la vida es ahora. Y ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde". ¡Ahora, España!

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