El miedo es más injusto que la ira, observaba con sabiduría Amado Nervo. Su viejo aforismo ilumina ahora de manera frontal pero ambigua ese voto rumiante y en plena construcción que labra silenciosamente la sociedad argentina y que resulta todavía indescifrable para los encuestadores más serios. Asevera Guillermo Oliveto que, según sus continuas indagaciones cualitativas, se produjo una novedad tal vez decisiva en la base social: las Elecciones primarias se desarrollaron en un contexto de tristeza e indignación; la gente quedó aturdida y confundida después de los resultados, y se dispone ahora a marchar hacia las urnas bajo el imperio de un nuevo sentimiento: el pánico.
Con un dólar a mil y deslizándose hacia arriba, una inflación mensual de casi el 13% y un perfume a híper, una estampida de precios y una caída abrupta del poder adquisitivo, y un horizonte probable de crac económico, los consumidores rasos -plagados de súbitos temores- se dedican a llenar el freezer, a aprovisionarse y a seguir los acontecimientos desde su propio bunker. "Están en modo bunker", dice Oliveto, porque presienten que el 23 de octubre, el día después, comenzará alguna de las variantes argentas del Armagedón.
El fenómeno Milei entusiasma y asusta, y hay efectivamente quienes, con una mezcla de morbo y candor, desean que se queme de una buena vez la pradera -creen a lo sumo que mirarán los disturbios por televisión y que a ellos no los alcanzarán las llamas-, y otros que, con creciente aprensión y con el cuerpo todavía marcado por antiguas quemaduras, preferirían que alguien controlara el fuego en lugar de soplarlo a cada rato, como el libertario consumó desaprensivamente esta semana, haciéndose un flaco favor a sí mismo y ayudando sin querer a Sergio Massa, que es el verdadero pirómano de esta penosa historia.
Hay un segmento de la población que acopia toneladas de Pancutan y aspira a ser cuidado por los dirigentes, y que podría llegar a pensar que al final Milei comparte con la "casta" su indiferencia ante el "pueblo", dado que demuestra indolencia y una cierta falta de empatía con los sufrientes. Una de las grandes preguntas del momento es si su intención de voto sigue subiendo al compás del dólar blue, o si en este punto culminante la situación ha pasado de castaño a oscuro, se ha producido un quiebre, las paralelas se han vuelto divergentes y la bronca comienza a ser eclipsada por el terror.
Nadie podía prever, hasta hace poco, que la principal campaña del miedo la estaría produciendo con sus negligencias el mismísimo Ministerio de Economía en contra de los intereses de su propio candidato, que lo conduce; y es precisamente por toda esta situación paradojal y surrealista que nadie se atreve a hacer apuestas firmes en los mentideros. Mucho de lo que vemos publicado son abusos de la estadística, tanteos en la oscuridad o directamente profecías interesadas. Nadie conoce el futuro y faltan siete días para que se levante el telón.
Los debates -sobre todo el primero-, agregaron millones de ciudadanos a una televisión que no suelen frecuentar: la politizada. Estos días alguien mostró en redes sociales las principales búsquedas en internet que se producían durante los intensos intercambios de los cinco postulantes: "¿Qué es el FMI? ¿Qué es el PBI? ¿Qué son las Leliq? ¿Qué hicieron los montoneros?" Una comunidad gigantesca y absolutamente despolitizada se estaba conectando acaso por primera vez con la materia en cuestión, sabiendo que había llegado la hora de la verdad.
De esos polvos saldrán los lodos del próximo domingo, cuando cerca de las diez de la noche sepamos con certeza el efecto que el miedo -probablemente más que la ira- provocó entre los votantes de a pie.
Esta insoportable incertidumbre, con un oficialismo repudiado, se debe a la excelente performance de la "nueva derecha", que le cumplió el sueño al kirchnerismo: quebró el campo republicano. Lo hizo, naturalmente, soñando a su vez con reemplazar a la coalición más centrista, pero ahora, con el análisis de los fulgurantes resultados de las primarias, le es factible pensar también que puede suplantar al peronismo en los territorios pauperizados.
Su desenvolvimiento comicial fue tan exitoso que los primeros se preguntan cómo puede ser que republicanos declarados y convencidos se inscriban repentinamente en un populismo de derecha. Y los segundos se dejan carcomer por la duda cruel de cómo es posible que sectores históricamente protegidos por el subsidio estatal opten por los verdugos del Estado. Es por eso que, más allá del resultado final, nada volverá a ser igual después de diciembre en la Argentina, y habrá que tener flexibilidad cognitiva para leer objetivamente los acontecimientos inéditos que sobrevendrán.
Del último debate no cabe la menor duda de que resultó ganadora Patricia Bullrich, que esta vez sin las nieblas mentales del "QuraPlus" usó diestramente el puñal dialéctico a filo y contrafilo, e hirió a Massa y a Milei. Pero a veces parece como si el peronismo trabajara para rescatar a La Libertad Avanza de sus medianías y errores, no solo cuidándole el voto o llenándole con militantes massistas y personajes truchos sus listas o regalándole al providencial Luis Barrionuevo, que en nombre de sus nietos mileístas (qué conmovedor) anda prometiéndole a su nuevo líder doscientos mil fiscales y a los burócratas sindicales la intermediación de los planes sociales, monumental negocio que el anarcocapitalista debió desmentir lacónicamente porque es una vergüenza: quitarles a los piqueteros la gerencia espuria de las prebendas y entregársela a la mafia gremial sería el colmo de la traición.
Pero también el peronismo le hace favores involuntarios, como el que ejecutó esta semana el trastabillante Alberto Fernández denunciando penalmente a Milei por "intimidación pública" (eso le permitió la libertario victimizarse cuando en realidad era el victimario, y declararse un inminente proscripto), o como cuando voceros oficiosos de la CGT afirmaron que si "gana las elecciones no va a poder asumir", una inadmisible amenaza destituyente que debería ser repudiada sin reparos por todo el arco político.
Pocos tienen ganas, sin embargo, de solidarizarse con Milei, puesto que las "fuerzas del cielo" han elegido como principales enemigos a los republicanos y a los librepensadores, y se dedican día y noche a denigrarlos con una carga de violencia verbal que solo se compara con aquella virulencia de la Cristina Kirchner todopoderosa y autoritaria. Este bullying sistemático puede ser predictivo de cómo actuaría un hipotético gobierno derechista.
Tal vez no tenga plena conciencia el libertario de lo honda que es la ofensa personal que su infame red bolsonarista ha sembrado en ese mismo electorado anónimo y crítico al que, si entra en un ballottage contra Massa, deberá inevitablemente seducir. Por este camino, antes podría verse obligado a pedirle perdón.
Es posible que también Mauricio Macri deba pedir perdón a su electorado si se produce una catástrofe en las urnas, puesto que al cierre de esta edición no consiguió aventar de manera contundente la impresión de que no le disgustaría tutelar una presidencia de la ultraderecha. Sus declaraciones en sentido contrario no han sido contundentes, y los youtubers y trolls del anarcocapitalismo no dejan de agradecerle el "apoyo implícito" (sic) y de afirmar que es su "carta bajo la manga" (sic) para lograr la gobernabilidad que no han sabido procurarse.
Si Bullrich no ingresa en la segunda vuelta, le resultará difícil a Macri no cargar con la culpa principal, y por lo tanto, también se debilitarán sus eventuales prestaciones a Milei.
Varias ideas más flotan en estas vísperas convulsionadas por los insultos, las calumnias y las operaciones sucias. Una de ellas tiene que ver con la ilusión de que un "salto al vacío" es posible puesto que "no podemos estar peor". Esa frase aparecía recurrentemente en los focus group del campamento republicano hace sesenta días; hoy llueve esta respuesta directa: "Ahora no sé, estoy reflexionando". Pero eso sí: la palabra "inflación" sintomáticamente fue reemplazada por un vocablo menos abstracto, más inmediato y alarmante: "remarcación".
El agua está llegando al cuello y el miedo se apresta a dictar sentencia.