El doctor Moreno tomó sobre sí el cargo de editor de la Gazeta de Buenos Ayres, cuyo establecimiento fue promovido por él mismo. En tiempos anteriores Buenos Aires tuvo un papel público con el título de Telégrafo, y posteriormente otro con el de Semanario de Agricultura, Industria y Comercio; ambos periódicos fueron de corta duración, y sus autores o maltratados por el gobierno, o disgustados de su estéril empresa, se habían reducido al silencio, como los del Mercurio Peruano, en Lima. Cuando se estableció la junta, se echaba de menos el medio sencillo de esparcir las ideas, y hacer a los hombres comunicativos, que en todas partes se ejecuta por esta clase de escritos. Esta falta no pudo escapar a la penetración del doctor Moreno, y su anhelo del bien público lo determinó a la fundación de una gaceta enteramente nueva, y que jamás se habría visto en las colonias en otras circunstancias. El tema que escogió para ella indicaba el espíritu que animaría el escrito, y lo que la causa de la libertad tenía que esperar de un tan buen abogado. Él escogió aquellas palabras admirables de Tácito, exquisitamente aplicadas a la situación del país: rara temporum felicitate, ubi sentire quae velis, et quae sentias, dicere licet.
Ni las extraordinarias ocupaciones del doctor Moreno como miembro del gobierno ni sus asuntos como secretario le estorbaron contribuir de este modo particular al beneficio de su patria, y los momentos que le dejaban las atenciones de su oficio, que en una revolución apenas podían ser los muy precisos para el descanso los dedicaba en gran parte al recomendable ejercicio de ilustrar a sus conciudadanos. La Gazeta de Buenos Ayres salía periódicamente dos veces en cada semana, fuera de las ocasiones que exigían una publicación extraordinaria, las cuales ocurrían frecuentemente, y este papel que por sí solo, aun reducido a los términos más triviales, era capaz de ocupar a un hombre ordinario, extendido a discusiones prolijas sobre la política, no reconoció otro autor que el doctor Moreno hasta su separación de aquel país. Así como en todas sus demás operaciones, el editor no manifestó otros deseos que su heroica dedicación a trabajar en la pública felicidad, y todos los provechos fueron cedidos al publicador, sin otra condición que la de entregar doscientos ejemplares de cada edición al gobierno, para distribuirlos oficialmente a las provincias.