Opinión

El Cisne Negro

as, que entre nosotros abundan, la mención del cisne negro es un clásico. El concepto se usa -indistintamente- para un fregado como para un barrido ideológico, aunque pocos, si acaso alguno de los que lo mentan, se hayan tomado el trabajo de leer el libro excepcional de Nassim Nicholas Taleb en donde desarrolla su teoría, con base en una metáfora, susceptible de explicar el conocimiento -de suyo limitado- que caracteriza al ser humano. Para que un acontecimiento de cualquier tipo merezca ser considerado un cisne negro, debe acreditar, según el autor libaneés, tres características excluyentes: 1) que genere un impacto de bulto a nivel social, económico, geográfico, o político; 2) que resulte improbable en tanto y en cuanto nadie considere que pueda darse en la realidad; y, por fin, 3) que se lo racionalice y explique ex-post facto, como si hubiera sido previsible.
En consonancia con lo expuesto, el fenómeno obrado por Javier Milei, en las PASO que acaban de substanciarse, es -sin lugar a ninguna duda- un cisne como el que ha puesto en circulación Taleb. Ahora, conocidos los resultados, todos los que antes del domingo hacían fila para demonizarlo o rebajarlo -trayendo a comento sus supuestas fobias, locuras, excentricidades o pactos espurios con Sergio Massa- pasan a informarnos acerca de las razones en virtud de las cuales se produjo este tsunami electoral y por qué el líder libertario obtuvo tamaña cantidad de votos. Hasta horas antes de los comicios lo estigmatizaban. Desde el lunes, como si nada hubiesen dicho en desmedro del candidato libertario, posan de sabihondos e intentan explicar lo que cinco días atrás ni siquiera imaginaban.
Cuanto sucedió el pasado domingo es algo inédito en la historia político-electoral criolla. Que un outsider, en escasos veinticuatro meses, haya pasado de representar un éxito en las elecciones de medio término de la capital federal a ganar, a simple pluralidad de sufragios, unas primarias abiertas a nivel nacional y dando cuenta de las dos grandes coaliciones del momento, no pudieron hacerlo en distintos momentos de nuestra historia reciente ni Aramburu, ni Alende, ni Alsogaray, ni Manrique ni tampoco López Murphy o siquiera Macri. El economista mediático que llamaba la atención del público televisivo por su peinado, verborragia y arranques temperamentales, se convirtió, primero en un competidor de fuste en la ciudad de Buenos Aires y, más tarde, en el político más votado del país. Si bien abundar en detalles sobre los motivos que lo catapultaron al lugar que ocupa en estos momentos no es el objeto de la presente nota, si es pertinente apuntar a vuelo de pájaro una serie de datos que ayudan a entender el fenómeno: 1) interpretó lo que a todos sus oponentes les pasó desapercibido -el hartazgo que cruza en diagonal al país-; 2) fue capaz de condensar en una frase redonda, relampagueante, sonora, aquello contra lo que se levantaba en armas -la casta política-; 3) rompió los esquemas clásicos, adoptando la modalidad de un rock star que nada tenía en común con los adocenados dirigentes de los demás partidos; 4) sedujo a la juventud argentina y a gentes de diferentes edades y clases tanto de Barrio Norte como de las barriadas de clase media y de las villas miserias, a lo largo y ancho del país, fenómeno que sólo Carlos Menem había logrado antes; 5) fijó los términos del debate -con un éxito enorme- en correspondencia con las ideas liberal-conservadoras que defiende; 6) se adueñó del centro del ring -como Donald Trump y Jair Bolsonaro, en sus respectivas campañas electorales- y no lo abandonó más; 7) hizo gala de lo políticamente incorrecto, más allá de las críticas que le llovían a diario, y 8) le ofreció a sus seguidores la esperanza de que un cambio radical era posible.
Si alguien considera a esta altura del partido que lo suyo es pasajero, debería explicar por qué ganó en dieciséis provincias sin contar ni con la cantidad de fiscales de mesa ni con un aparato comparable al que acreditan el peronismo kirchnerista y Juntos por el Cambio. Repárese en estos hechos -unos pocos, de los muchos que podrían traerse a comento- para evaluar la dimensión de su triunfo: le ganó a Schiaretti en Córdoba, a Morales en Jujuy, al radicalismo en Mendoza y al kirchnerismo en Santa Cruz, entre otras provincias que amanecieron el domingo amarillas o azules y se acostaron teñidas de color violeta. Pero quizás la particularidad más acusada de su performance es que obtuvo mayor cantidad de votos en José C. Paz y Moreno, que en San Isidro y Barrio Norte. El corrimiento a la derecha que obró es otro de los aspectos significativo de las PASO. Un candidato que reivindica a la escuela austriaca de economía, recusa la ideología de género, pone en tela de juicio el mito de la justicia social, se opone de manera frontal al lenguaje inclusivo, carga en contra del socialismo y todos sus derivados, exalta las virtudes del capitalismo y no tiene reparos en proponer la dolarización, sumó más sufragios que los referentes de Juntos por el Cambio y los de Unión porla Patria. Impensable para alguien que analizase el cambio que se ha dado en la Argentina con categorías viejas.
Hubo, pues, un solo triunfador al que las encuestas -para variar- no lo registraron debidamente y que pasó por encima, como alambre caído, de las dos coaliciones que se creían ganadoras antes de que la ciudadanía ingresase a las urnas.

Autor: 288042|
enfoque opinión

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