Contra lo que se estila decir para atemperar el volumen de su victoria, fuera de Milei todos perdieron, en mayor o menor medida. Comencemos por el oficialismo, que consideraba probable -basándose en los relevamientos de opinión- que el Ministro presidenciable resultara el más premiado a nivel individual. En realidad, sus acólitos sonaban despiertos. Massa salió tercero y realizó la peor elección que se recuerde en la historia del justicialismo. Apenas arañó el 27,7%, dejando en el camino -en comparación con las PASO de hace cuatro años- la friolera de seis millones de votos. Además, salió derrotado en dieciocho provincias. Por vez primera desde 1946, el peronismo podría quedar fuera de la disputa del poder presidencial. Si acaso en octubre se repitiesen los guarismos del domingo, deberían consolarse Cristina Fernández, su hijo, La Cámpora y el actual titular de la cartera de Hacienda con mirar, por televisión, la puja en un ballotage que tendría como contrincantes a Javier Milei y a Patricia Bullrich.
Por su parte, la elección de Juntos por el Cambio fue escuálida por donde se la mire, si se considera cuáles eran sus expectativas y el respaldo que perdió en el cuarto oscuro, en apenas dos años. A escala nacional obtuvo un millón y medio de sufragios menos que en 2019, y sólo en Córdoba -su principal bastión electoral junto a la capital federal- descendió 24 puntos porcentuales, sin contar con que el partido libertario se subió al podio en provincias que pocas semanas atrás parecían seguras en sus manos, como San Juan, San Luis, Mendoza, Santa Fe y Chubut. Lo de Horacio Rodríguez Larreta tuvo todas las componentes de un gigantesco papelón, que le costó -o si se quiere, les costó a los contribuyentes capitalinos- una friolera de plata. Porque la campaña no la pagó de su bolsillo ciertamente, sino del nuestro. Su opugnadora lució mejor, si se circunscribe el análisis a una comparación con el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En cambio, si se abandona la pelea de campanario y se aprecia el panorama en su conjunto, queda claro que Bullrich tendrá que hacer mejor los deberes para meterse en la segunda vuelta. Todos en su bunker suponían que Juntos por el Cambio le sacaría al kirchnerismo cuatro o cinco puntos, al menos. De seguro no lo vieron venir a Milei, y ahora -casi empatados con Unión porla Patria- es menester que se bajen del triunfo imaginario que pergeñaron por iluminación del espíritu y se pongan a trabajar con un libreto más abarcador de cara a octubre. Con lo que mostraron, no les alcanza.
Pasadas las internas abiertas se abre un nuevo capítulo, cuyos interrogantes nada tienen que ver con los que se despejaron al momento de conocerse el resultado de las PASO. En los dos meses por venir hay un espacio que lleva todas las de perder -el oficialista, se entiende- en atención a dos motivos: el desbarajuste económico del cual es responsable y la poca credibilidad que genera Sergio Massa. Uno es tan importante como el otro y los dos combinados parecen letales para las chances -de hecho, escasas- que tiene el gobierno, llegado a esta instancia. La ciudadanía arribará a octubre con una inflación mensual de dos dígitos -seguramente por arriba de doce puntos en agosto-,sin reservas y en medio de un tembladeral. Sería un milagro que pudiesen los K sumar voluntades en el colectivo -por llamarlo de alguna manera- que decidirá la suerte de las elecciones generales: los ausentes -indecisos o rabiosos- que no pisaron el cuarto oscuro el pasado domingo. A priori, es difícil imaginar que entre ellos haya un número significativo de votos favorables al oficialismo. Si alguien fuese capaz de saber a quién responde el porcentaje de la población que no cumplió con sus deberes cívicos, conoceríamos de antemano al ganador. Pero no deja de resultar un misterio que, de momento, nadie está en condiciones de develar. En las tiendas de la Unión por la Patria, de puertas para afuera, hacen especulaciones tan optimistas como antojadizas en punto a las posibilidades que tienen de revertir el pésimo resultado del fin de semana. De puertas para adentro, la conmoción los ha dejado de cama. Con los dos Fernández -Cristina y Alberto- desaparecidos sin aviso, La Cámpora reducida a su mínima expresión y Massa desbordado por la economía, se hallan en estado de coma.
El desafío de Patricia Bullrich tiene menos relación con la presunta fuga de votos de quienes respaldaron a Horacio Rodríguez Larreta, que con el perfil que adoptará a los efectos de atraerse voluntades que hasta aquí le han sido esquivas o que migraron en pos de Milei. Que el libertario se quedó con parte del electorado peronista es evidente a poco de repasar, con ojo crítico, los números del Gran Buenos Aires y del Gran Rosario, para poner los dos ejemplos más representativos de la manera en que esos cordones peronistas por antonomasia decidieron acompañar al líder de La Libertad Avanza, en lugar de sufragar en favor de sus candidatos naturales. Pero que también se adueñó de parte de los votos cambiemitas es cosa innegable. De lo contrario, no tendría explicación lógica su triunfo en Córdoba y las provincias de Cuyo. De modo tal que la pulseada de Juntos por el Cambio ya no es contra Sergio Massa y su aparato -salvo en la crucial provincia de Buenos Aires. Lo que debe pensar la Bullrich es cómo pescar en el piletón de los ausentes y cómo recuperar -tarea más difícil- a quienes abandonaron la coalición para sumarse a los seguidores del rockstar.
A contramano de Massa y de Bullrich, la tarea que tiene por delante el claro ganador de las PASO, es más fácil. Por de pronto -y valga la redundancia- el éxito es exitista. Básicamente, porque convoca con mayor facilidad a los indecisos. Colgarse de las faldas del ganador es una tentación tan vieja como el mundo. Además, al libertario no le faltarán fiscales. Tras su triunfo, los que ahora se ofrecen para custodiarle los votos son legión. Este es un dato no menor. Cuidar los sufragios y las boletas partidarias es una de las condiciones necesarias a la hora de ganar. Por último, no hay razones de peso, susceptibles de ser tenidas en cuenta, para imaginar que quienes lo respaldaron en las PASO pudieran darle la espalda dentro de dos meses. Unido al hecho de que, entre los que se quedaron en sus domicilios el domingo, parecen ser más los rabiosos que los enfermos. Milei no tiene necesidad de modificar ni su discurso, ni su peinado, ni su verborragia, a los efectos de asegurarse un lugar en la segunda vuelta. Lo suyo, en todo caso, será redoblar la apuesta. Sus contrincantes -inversamente- requieren un service integral de chapa, pintura, frenos, embrague, neumáticos, aceite …y hasta de marca.