Cultura

El arte y sus oficios en el Taller de restauración


Por María Inés Adorni. Un cuadro si uno lo ve a simple vista, no llama la atención. Una tela clavada a un bastidor, donde un pintor ha puesto su impronta, explicando su lenguaje, su expresión, su emoción, mediante la pintura. Por su deterioro a través de los años, el restaurador o preservador del arte, la resucita como la bestia de una película de ciencia ficción.
El poder de la pintura, desde que el hombre es hombre, una especie de necesidad humana de plasmar sobre los más variados soportes, una especie de imagen-espejo de la realidad congelada.
Mi laboratorio-taller de restauración, es un viaje al pasado-futuro, de llevar las cosas al momento que fueron concebidas y creadas. Restaurar un cuadro es iniciar un viaje hacia el tiempo sucedido.
Retirar los barnices oxidados y retoque pictóricos posteriores como pilotear una máquina del tiempo hacia aquel acto primero que el autor en su estudio creó.
Quiero penetrar en la obra, en el arte que contiene, quizás para escapar del mundo real.
Cada vez dejamos más cosas en manos de las máquinas, incluso decisiones, pero hay oficios y profesiones que se ayudan de la tecnología, de forma tangencial porque al final, la destreza y el talento que precisan no hay máquina que lo sustituya, ni lo hará.
Hay un mundo que cambia y evoluciona mientras otro se encarga de preservar, como un guardián de las esencias del pasado, que vamos dejando.
El contraste entre ambos es cada vez mayor, y la experiencia del paso de uno al otro, cada vez más interesante y más audaz.
Cuando visitamos un museo, un anticuario, un luthier, un taller de restauración de pintura o muebles, o un orfebre, escuchamos la sinfonía heroica.
Mi taller de restauración está situado en la ciudad de Rafaela, las acacias 2191. Barrio los álamos. Un pequeño milagro en un entorno natural, donde no hay ruidos de tráfico, solo de pájaros, se escuchan solo ellos.
Una luz tamizada inunda ese espacio con los primeros rayos de sol de la mañana, el perfume de las flores, las gotas de rocío que recorren los vidrios de las ventanas, el olor a óleo y la música clásica me va llevando a ese mundo tan fantástico que es el arte de la restauración.
El olor a esencia de trementina, barnices y alcoholes nos da la bienvenida, me encanta y amo mi actividad que activa la vida, el tiempo pasa y no me doy cuenta, es como ir de viaje a ese tiempo, ese lugar.
Este generoso espacio presenta un orden y limpieza. Sin embargo como artista plástica cuando tengo que crear, a veces necesito un caos, donde hay diferentes tipos de materiales como pinceles, masas, pinturas… En una estantería hay fórmulas en frascos guardados, disoluciones de las más variadas, donde juegan la química y las matemáticas.
Los restauradores prefieren no revelar sus hallazgos y cada uno tiene sus fórmulas no muy proclives a compartir. Además, los porcentajes de cada componente nunca son los mismos.
Cada cuadro es un mundo y la preparación es prácticamente diferente. A la hora de diagnosticar, la tecnología es una ayuda, pero como el bisturí y demás elementos, son las que tomo como decisión absoluta en cada momento. El proceso de restauración de un cuadro lleva cierta dosis de incertidumbre y emoción. Se tiene que tomar dos decisiones, hay quienes borran el paso del tiempo, y otros como yo dejan una simple huella.
Me inserto en ese mundo de la miniatura con respeto y logrando plasmar lo que el autor dejó en esa época con la huella del trazo y del color, la sensibilidad misma.
La restauración de una pintura, es un trabajo sumamente delicado y experiencia, sabiduría y paciencia. Aquí les dejo una obra.


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