El pasado 30 de mayo se celebró el Día Nacional de la Donación de Órganos. No debería pasar un solo día sin que cada uno de nosotros agradeciera la vida, conscientes de que para muchos sólo el acceso a un órgano o tejido donado será la bisagra para continuar sus sueños. Desgraciadamente, la demanda supera notablemente la oferta.
Más de 140 mil trasplantes, en su mayoría renales, se concretan cada año en el mundo. España encabeza el ranking con una tasa de donantes de órganos por millón de habitantes (pmp) de 23. El incremento de enfermedades crónicas, ligado a obesidad, sedentarismo o dietas poco saludables dispara año tras año la necesidad de más órganos.
En 2021 hubo en la Argentina 3.181 trasplantes de órganos y córneas, un 40% por encima de lo registrado en 2020, año también de pandemia, esto es 9,6 pmp. En estos cinco meses, aún bajo el impacto de la variante Ómicron, vamos camino de recuperar los números de la prepandemia, con un pmp de 6,16. Ya se concretaron 1.366 trasplantes: 477 renales, 153 hepáticos, 39 cardíacos, 15 renopancreáticos, 12 pulmonares, 3 hepatorrenales, 1 pancreático y 655 trasplantes de córneas, en tanto que 123 fueron pediátricos. Quedan muchos por atender, pues el Incucai reporta a la fecha 7.363 personas en lista de espera, 170 de ellos niños.
Cada minuto cuenta para Isidro Gastaldi (@uncorazonparaisi), el pequeño gigante tandilense de 4 años en la lista de emergencia nacional que se aferra a la vida con un corazón artificial a la espera de un trasplante. No nos cansaremos de insistir sobre la importancia de aumentar las donaciones pediátricas de órganos.
La concentración de la oferta en áreas metropolitanas obliga a desplazamientos de pacientes. Que cada centro asistencial pueda convertirse en potencial generador de donantes es un desafío que demanda capacitación y concientización de sus recursos humanos, además de la logística necesaria en función de los protocolos específicos. Son los médicos quienes están obligados a denunciar potenciales donantes y su comprometida intervención es clave para acompañar la generosidad y voluntad de una familia en el dolor, una práctica cuyas implicancias no siempre se ponderan en su real dimensión.
Mueve a la reflexión y a la acción que las estadísticas indiquen que cada uno de nosotros tenemos más posibilidades de estar en una lista de espera para trasplante a nosotros mismos o a algún conocido, que de ser donantes efectivos.
Ante el dolor de una pérdida irreparable, entender que "Los órganos no van al Cielo", como nos recuerda una efectiva campaña de concientización, y que siete vidas pueden salvarse constituye un inconmensurable acto de amor, un amor que, lejos de morir, se multiplica.
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