18.32 El berretín feminista, y últimamente no binario, de la gestión kirchnerista, sumado al discurso del “goce” y del “fumo” en plena crisis, no le dio réditos al gobierno. Oficialismo -y oposición- deberían tomar nota: no es esa la agenda de los argentinos.
Por Claudia Peiró. Una de las últimas jugadas de campaña de Alberto Fernández, el 21 de julio pasado, fue un decreto presidencial que habilitó la concesión de documentos de identidad en los que no se consigna el sexo del portador. En la jerga actual: no binario.
Esta manía del gobierno actual por someter la legislación y las instituciones del país -un conjunto que debería ser sólido, coherente y lo más estable posible- a los caprichos de tribus urbanas que tienen más pantalla que arraigo social se fue acentuando a medida que crecía la impotencia para resolver los dramas estructurales de la sociedad: pobreza, desempleo, inseguridad, desinversión, deuda, deterioro educativo.
En plena pandemia, con el país parado, el Gobierno no encontró mejor idea que poner el pie en el acelerador de la agenda de género.
A una sociedad angustiada por el largo parate económico y productivo, le respondió con el DNI no binario y la Gestión Menstrual.
A la incertidumbre de los inversores y los empresarios, con un Presupuesto con perspectiva de género.
A las familias desesperadas frente a la no educación de sus hijos, con penes de madera.
A los jóvenes acorralados por la falta de futuro, el precandidato porteño del oficialismo les dijo que se puede ser felices sin trabajo y con fumo.
A los pobres, que cada día son más, con misoprostol, la droga abortiva. Tanto o más grave que la legalización del aborto es el entusiasmo antinatalista del gobierno: el aborto no es la útlima opción, sino la primera alternativa ofrecida a la mujer de condición humilde. Aunque se llenen la boca con la palabra inclusión lo suyo es la exclusión, bajo la forma de la eugenesia social.
A los argentinos que a lo largo y ancho del país respetaron y sobre todo padecieron las restricciones por la pandemia, el Gobierno les respondió con el vacunatorio VIP, las fiestas clandestinas del poder y, sobre todo, con infinita soberbia.
No tengo programa económico, ¿y qué?
El Gobierno sin plan dispuso destinar 3,4 por ciento del PBI para la perspectiva de género: cuatro veces más que lo destinado a Defensa o Seguridad y 10 veces más que el gasto del Poder Judicial.
No tengo programa económico, no tengo solución para la inflación, no puedo combatir con eficacia el delito, no termino de negociar con el fondo; no importa: soy feminista.
La gente necesita trabajo, educación, salud, libertad y seguridad; pero la demanda insatisfecha detectada por el oficialismo fue la de las personas que no se identifican con ninguno de los dos sexos.
No alcanzó con crear un innecesario Ministerio de la Mujer y etcéteras; casi cada cartera del Gabinete nacional tiene su Secretaría o Dirección de la Mujer. En Economía hay también un centro de estudios que se dedica a producir documentos en los que hacen malabares para dibujar una brecha salarial de género inexistente. En la Argentina, y desde hace décadas, a igual trabajo, igual remuneración. La única verdadera brecha de ingresos es que un médico, varón o mujer, con diez años de experiencia, gane 70 u 80 mil pesos en un hospital público bonaerense. Pero resolver la brecha entre lo que gana un médico, un maestro o un policía -del género que sea- y lo que gana un legislador, un juez o un ministro es mucho más costoso y complicado; entonces, invento una brecha que no existe y me dedico a pelear contra molinos de viento.
No hay patriarcado en la Argentina: no existe ninguna ley -ni penal, ni civil, ni previsional- que consagre la superioridad del varón sobre la mujer. Ninguna. A la inversa, existen leyes que privilegian a la mujer, como el régimen jubilatorio. Ni hablar de la Ley del Aborto que no le da al varón ni voto ni voz en la decisión de poner fin a la vida del hijo gestado.
Pero la lucha contra el Patriarcado tiene una ventaja: sólo requiere discursos.
La foto de un político votando sobre fondo de pizarrón de escuela con la consigna “Bienvenides” es otro síntoma de lo que sucede. El lenguaje inclusivo, es decir, la deformación del idioma, algo que en un contexto normal sería inadmisible en una escuela, es promovido por el Gobierno con fervor digno de mejor causa.
El idioma evoluciona, dicen. Por supuesto. Evoluciona, no se impone por capricho. Un término nuevo se incorpora luego de años de uso y de aceptación generalizada.
Eso sí, los mismos docentes que se arrogan el derecho de hablarles así a los niños que las familias mandan a la escuela para que reciban lo mejor, lo excelente, del conocimiento humano acumulado fueron los más activos en negarse a la presencialidad. Y eso sucedía al mismo tiempo que médicos, enfermeros, camilleros, policías, bomberos, soldados, personal de limpieza y maestranza y choferes del transporte público salían a la calle a sostener la mínima infraestructura de servicios para que el país no colapsara.
Los importadores de penes de madera dejaron sin instrucción a millones de chicos durante un año. Militaron el cierre de escuelas en paralelo con la ESI, la nueva panacea. La educación sexual existe por Ley desde el 2006 y se aplica. ¿Cuánto tiempo es necesario dedicarle? Dos charlas en el año con toda la furia alcanzan y sobran para explicar cómo funciona el sistema reproductivo y cómo se evita que funcione, eso que tanto les preocupa. Pero no, la ESI es el nuevo berretín, la puerta por la cual quieren colar la naturalización del aborto y la negación de toda diferencia biológica entre los sexos. Los chicos tienen que recibirse de sexólogos. Leer, escribir, sumar y restar: ya veremos.
El candidato del kirchnerismo porteño -consciente de que es difícil prometer trabajo con una administración a la que no se le cae una idea sobre cómo reactivar la economía- se puso a hablar del “goce”, el “consumo recreativo” de marihuana y otras frivolidades, mientras los argentinos velaban a los seres queridos que no pudieron despedir.
Con soberbia infinita, el oficialismo creyó que podía venderles a los argentinos una realidad paralela. Una en la cual los problemas del país se resolvían con gestión menstrual, documentos no binarios y penes de madera.
Una soberbia que, más allá de la escena montada en la noche electoral, con Alberto Fernández como único orador, no fue exclusividad suya ni mucho menos. Recordemos que la foto fatal de Olivos estuvo precedida por la campaña “La Cámpora te vacuna”, es decir, el intento de esa agrupación por apropiarse partidariamente de una política que sólo debe ser pública, de Estado, y además acompañada, como música de fondo, por los discursos de los principales referentes del cristinismo -Máximo Kirchner y Axel Kicillof- que fatigaron los oídos con chicanas, acusaciones y pases de factura y, nunca, jamás, con un sesgo de cercanía, empatía o humildad.
A fines del año pasado, el Presidente, traicionando promesas hechas, forzó la legalización del aborto, para colmo con un proyecto bestial redactado por su amiga Vilma Ibarra que no fija límite temporal para terminar con la vida de un ser humano en gestación, como lo demuestra el caso que se ventila en la Justicia en Salta de un feto de seis meses que bien podría configurar infanticidio.
Alberto Fernández fue testigo del debate de 2018; sabía muy bien que los argentinos mayoritariamente están en contra de la legalización del aborto. Por eso el proyecto fue rechazado. De hecho, en 2020, tuvo que violentar la conciencia de varios gobernadores y senadores para que se aprobara.
Es decir, que su berretín con el género, la ESI, lo no binario, la falsa brecha salarial y el aborto también configura una traición a buena parte de su fuerza o, dicho de otro modo, no es representativa del peronismo en su conjunto aunque muchos estén acobardados y no defiendan su doctrina ni su historia.
Entre los opositores, sucede lo mismo. Esa agenda está lejos de despertar la unanimidad en Juntos por el Cambio.
Por eso, más allá de la meritoria defensa de la vida que hace cierta militancia, antes que un partido celeste lo eficaz es dar la batalla en el seno de las grandes corrientes, porque en ellas la opinión está dividida y lejos de ser mayoritaria en el sentido que cree Alberto Fernández.
Las distintas listas de precandidatos opositores no hicieron eje en la perspectiva de género y la agenda verde en general -con excepción de la izquierda anticapitalista que no tiene otro programa más que ese-; es de esperar entonces que los principales referentes de los partidos favorecidos en esta elección primaria tomen nota: la inmensa mayoría de los argentinos no son frívolos, relativistas ni superficiales. Su imaginación, sus sueños y sus esperanzas son profundos y hacen a la esencia de la vida: la familia, el trabajo, el esfuerzo, el estudio, las realizaciones, la dignidad. (Infobae)