Los vecinos de barrio Villa Dominga vivieron una madrugada de jueves de terror, cuando minutos antes de las cuatro de la mañana fueron sobresaltados por casi media docena de disparos efectuados a una vivienda ubicada en calle Domingo Silva al 100, a pocos metros de bulevar Lehmann, donde descansaban tranquilamente una mujer con sus tres hijos.
Si bien todavía no se conocen datos oficiales sobre el lamentable suceso, las rápidas hipótesis refieren a un posible intento de ajuste de cuentas vinculado al narcomenudeo, dado que en ese mismo domicilio se comercializaban estupefacientes hasta hace apenas algunos meses.
El (único) dato positivo que arroja lo acontecido es que no hubo que lamentar víctimas fatales ni tampoco lesionados, puesto que los balazos impactaron en la vivienda, pero no en ninguno de sus integrantes, quienes desde ayer se encuentran en un estado de conmoción y terror.
Y es ese mismo pánico de la familia el que se derrama, por supuesto, a los vecinos cercanos, quienes no solamente optan por evitar el contacto con la prensa sino en algunos casos también hasta con las propias fuerzas de seguridad, cercados por el temor de verse involucrados -directa o indirectamente- en posibles réplicas de este hecho, y se suman al desesperado grito por más seguridad.
Pero para gritar no siempre es necesario enrojecer la garganta con un alarido. A veces otros mecanismos hacen que, aún en el silencio, el mensaje se oiga más fuerte. Y este es el caso.
Pasado el mediodía, y aún con el estruendo de los disparos resonando, el frente de la casa fue empapelado por la propia familia con carteles que reflejan el nivel de dramatismo que sobrevuela la zona.
"No vendemos ninguna droga", "Somos una familia trabajadora, no tenemos nada que ver", "¡Por favor!" y "Acá vive una familia" son algunas de las expresiones que se leen, de izquierda a derecha, en los papeles pegados a las rejas del domicilio.
En primera persona
En una charla exclusiva e íntima con Diario CASTELLANOS, la mujer damnificada contó que lleva seis meses alquilando la vivienda, y que recién cuando había confirmado su decisión y reveló a sus cercanos la dirección, le advirtieron que allí se vendía droga: "Yo no lo sabía".
"No voy a dar nombres, porque obviamente no los conozco, no sé quiénes son", aseguró la inquilina, quien en un desgarrador relato contó lo sucedido. "Nos despertamos a la madrugada con cuatro disparos", describió, agregando que, aunque desesperados se levantaron, no pudieron observar al autor o los autores del hecho: "Cuando salimos ya no había nadie".
Tras haber radicado la denuncia correspondiente, la vecina reclamó ayuda: "Necesito protección, porque mi familia y yo no tenemos nada que ver. Exijo seguridad porque tengo tres niños chicos todavía", exclamó en medio de un escenario de "temor, miedo e impotencia que causa esta situación".
Sobre los carteles, la víctima explicó que no refieren únicamente a la balacera sino también a episodios anteriores: "Ya vinieron otras veces a querer comprar droga a este domicilio", dijo, lamentando que "pareciera que quedé pegada".
El contrato de alquiler es por tres años, de los cuales apenas ha transcurrido una sexta parte: "imaginen el miedo que tengo porque todavía nos faltan dos años y medio", añadió.
Finalmente, la víctima cerró su conversación con este medio diciendo que "soy una persona trabajadora, que me levanto todos los días a trabajar por mis hijos" y que simplemente buscó "una casa para alquilar y para poder vivir tranquila con ellos".
Tinta, papel y dolor
Uno de los datos más inquietantes, no citado en los párrafos anteriores pero expresado por la inquilina del domicilio en su diálogo con CASTELLANOS, es que fue una de sus hijas quien realizó los carteles.
La foto que ilustra este artículo refleja que fueron hechos con una fibra y en hojas A4, elementos que cualquier niño debería usar, pero para dibujar, pintar o escribir sueños y deseos. No para pedir clemencia a delincuentes que balean una casa en la cobardía de la madrugada, o para advertirles a quienes desean comprar libremente estupefacientes que su "distribuidor amigo" ya no vive allí.
Esos carteles son nada menos que el reflejo del clamor de una sociedad sumida en el temor de ver cómo este tipo de noticias ya no aparecen únicamente en las páginas de los diarios de las urbes más grandes del país. Todo lo contrario. Son moneda cada vez más corriente en una ciudad que tiene el recuerdo romántico de lo que algún día fue, pero ya no.
Queda en las manos de sus gobernantes -presentes y futuros- qué uso le den los niños a una hoja de papel.