Por Tere Tosco. Muchos de los que manifestamos practicar la fe católica amanecemos con un objetivo determinado, armar el árbol de Navidad. Si no hemos conservado el que armamos años anteriores, salimos a buscar uno nuevo. Ahora la mayoría por esta zona son de plástico, pero también los hay naturales. Las familias con los niños de la casa, sea el pino natural o de plástico, lo coronamos con la estrella y descendemos por sus ramas colgándole todos los adornos tradicionales que conseguimos. Los abuelos y los tíos nos encargamos también de cumplir con el objetivo primordial de la celebración, y rezamos a la Virgen María rogándole su bendición para toda la familia, y por la paz en el mundo. Hoy no habrá faltado el inoportuno de la familia que pidió también que le ganemos al equipo de los Países Bajos y que nuestra selección nacional salga campeona en Qatar 2022 ¡Dios quiera que así sea!
En casa la tradición eximió la presencia del arbolito navideño, y lo reemplazó por el armado del pesebre. Aunque por aquí no suele caer nieve, en casa se escuchaba a Bing Crosby cantar «Navidad Blanca». La Misa Criolla, más tarde creada por el maestro Ariel Ramírez, cambió el color y el ritmo de la canción navideña nuestra, sin nieve y con mucho calor la empezamos a cantar todos con la familia y los amigos.
Sería muy complicado adornar nuestro árbol nacional con la tradición navideña de hace siglos, ese pino verde lustroso aderezado con copos de nieve. El ombú se nos planta gigantesco como gaucho fuerte y aguerrido, serio, inabordable. Respondiendo a la copla folclórica que reza: «Cada comarca en la tierra, tiene un rasgo prominente el Brasil su sol ardiente, minas de plata el Perú, Montevideo su cerro, Argentina, patria hermosa, tiene la pampa grandiosa, la pampa tiene el ombú…» Y allá está, y puede estarlo en todo el territorio nacional, cubriéndonos con la frescura de su frondosa copa.
Nosotros aquí vamos adelante y terminamos de vestir de Navidad nuestro pino natural o de plástico, y todos contentos.
En casa no. En casa ya está el pesebre criollo, dispuesto a recibir al Niño. Es una tapera que María y José encontraron abandonada en medio del campo. Los acompañan el burrito que los ayudó a llegar, una vaca, una oveja, y los pájaros que vuelan y revuelan curiosos cantando porque presiente que algo prodigioso está por suceder en el lugar.
Tres paisanos se avecinan entre curiosos y solidarios para ayudar a esa pareja que esperan un hijo. Y les alcanzan comida y compañía. Ninguno de ellos se dio cuenta ni vieron la estrella que los había impulsado a caminar hasta ahí. Y menos se imaginan que son reyes, y son magos.
Todo se trata de amor, y de compartir la esperanza porque vuelve a nacer la alegría de entender que la vida puede ser hermosa y que podemos lograr que así sea, batallando con infinidad de inconvenientes, sí, pero intentémoslo.