La Sociedad Rural de Rafaela continúa acercando la visión en primera persona de los productores periurbanos de la ciudad y sus preocupaciones ante el debate de un nuevo proyecto de ordenanza que podría modificar los límites agronómicos.
Si bien sus bisabuelos fueron los que comenzaron a comprar tierra, Marcos Delfabro explica que encarna a la tercera generación activa en la producción agropecuaria. Su abuelo tuvo tambo, su padre se desarrolló en ganadería, con pradera natural, poca carga por hectárea y mucha rotación, permitieron una buena transición a la agricultura en Rafaela, sobre la Ruta 70 al lado del campo de deportes del Colegio San José, pero también algo entre Roca y San Antonio.
El fallecimiento de su papá hizo que deba dejar a un lado su ejercicio profesional como especialista en publicidad y comunicación, para dedicarse desde hace seis años a la empresa agrícola.
Una actividad que hoy demanda más tiempo en el estudio del contador que pisando el campo, con una demanda de estructura más empresarial que acompañó tenuemente la transición familiar. "Siempre se procuró trabajar bien, hacer bien los procesos", por lo tanto en todos los lotes se respeta la distancia de los 200 metros donde no se hacen aplicaciones, en Rafaela y las localidades vecinas, con las pulverizadoras nuevas que compró la Cooperativa La Argentina de San Antonio y sus profesionales a cargo.
A pesar de no haber tenido conflictos reales, ni denuncias ante la Justicia o las autoridades, en Rafaela la cercanía con un establecimiento educativo hace que no se les permita ni fertilizar la tierra, por lo tanto la producción en el lugar está orientada al forraje, a la confección de rollos y en una lucha constante contra las malezas, tales como el yuyo colorado, la rama negra y el maicillo, pero también de plagas, una combinación que hizo desechar el intento de una cultivo intensivo de soja.
"Desde la ciudad nos viven contaminando. Falta civilidad y también control municipal", explica en alusión a las toneladas de basura que los caminos rurales reciben a pesar de tener Rafaela un sistema de recolección ordenado y una Estación de Residuos Clasificados. También se sufren los efluentes. A eso se agrega toda la inseguridad.
Pero los productores saben que tienen que hacer su trabajo, como lo dicta la normativa, pero a la vez dar elementos para que el Concejo Municipal pueda validar su postura, para que en definitiva se intente llegar a un consenso, a más controles, a acuerdos que no incluyan dejar de trabajar la tierra.
"Ante un desconocimiento lógico que tiene la sociedad respecto de los fitosanitarios, manejar la comunicación hacia ciertos votantes se hace simple. Nosotros somos 26 gringos que no pesan en el volumen de votos que se pone en juego en cada elección", pero si lo hacen en el aporte económico y productivo de la ciudad, que no es necesariamente el elemento contaminante que tiene Rafaela.
"Nuestra actividad siempre fue catalogada como osca, sencilla y básica. En ese sentido se genera el silencio del sector y la indignación ante situaciones como esta". Pero Delfabro cree que "hay que capitalizar nuestra voz, la organización que logramos, no sólo para impedir que nos prohíban trabajar en los mil metros que se pretende, sino para mejorar los caminos que nos llevan al campo".
Ya son muchos de los productores del periurbano los que ponen a disposición un espacio de los 200 metros que no pueden tratar con nada, para que ahí se hagan huertas comunitarias, orgánicas, pero cuesta encontrar a los emprendedores y sobre todo, a la mano de obra. "Con la tierra ajena todos exigimos, pero hay que entender este doble discurso que se da desde la política", donde quizá los ambientalistas quedan de lado, pero la producción tiene que aprender a "atemperar su voz" y seguir trabajando.
En la parte final, dijo que "yo quiero que el campo rinda cada vez más, para mi familia, para la ciudad y para el país. Tengo una empresa con renta, que no significa que sea una actividad extractiva", por eso se invierte tanto en fertilización, en semillas, maquinaria y productos de calidad.
No quiere terminar haciendo galpones en los lotes que tiene bajo su responsabilidad, no interpreta al hecho de ganarse la vida de esa manera y no quiere trasladarle eso a sus hijos.
Puede que sea por ese compromiso que tomó con su padre de "no ceder a terceros" el campo que se planta en este intercambio de conceptos para que la ciudad logre coincidir en criterios de más reglas, más control, pero siempre de la mano de la ciencia y la tecnología.
Las voces son unánimes, todos los productores del periurbano quieren seguir trabajando, haciendo crecer a la ciudad y a la región. Las ocurrencias políticas que toman datos concretos para ciertos temas y no para este en particular no pueden interferir en el presente y el futuro de tantas familias.