Por: Laura Lewin
En la actual encrucijada de la educación, nos enfrentamos a un desafío crucial y transformador: la necesidad de un cambio cultural profundo.
Este cambio va más allá de la mera modificación de estructuras y programas de estudio; implica una redefinición radical del enfoque de nuestra sociedad hacia la educación.
Un aspecto crítico de este cambio es el reconocimiento de que, con demasiada frecuencia, las aulas se han convertido en extensiones del patio de la escuela, dominados por el desorden y la falta de foco, obviamente, impactando en el aprendizaje.
Este desorden en las aulas es un síntoma de una crisis educativa más amplia. El caos físico y conductual en estos espacios no solo interrumpe los procesos de enseñanza y de aprendizaje, sino que también reflejan una pérdida de valores, disciplina y estructura en el entorno educativo. Esto lleva a un ambiente donde el respeto por el docente y el interés por el aprendizaje se ven significativamente disminuidos.
El primer paso en esta transformación debe ser instaurar hábitos de estudio sólidos y volver a las fuentes: reconocer la importancia de los valores fundamentales en nuestros estudiantes. La educación va más allá de la mera acumulación de conocimientos; es la formación integral de ciudadanos responsables, críticos y éticos. Para alcanzar este objetivo, necesitamos que los docentes recuperen su rol de autoridad -diferenciándolo claramente del autoritarismo- en el aula. Una autoridad que se fundamente en el respeto mutuo, la credibilidad, la empatía y una competencia profesional indiscutible, que guíe a los estudiantes en su proceso de aprendizaje. En este contexto, es vital reconocer la importancia de proporcionarles a los docentes sueldos dignos, recursos adecuados y capacitación de calidad. Estos factores son fundamentales para que los docentes puedan desempeñar su rol eficazmente y con motivación.
La participación activa de la familia en el proceso educativo es otro pilar crucial, independientemente del nivel socio-cultural de la familia. La calidad del entorno de aprendizaje es más importante para el desarrollo social e intelectual de los chicos que la ocupación o ingreso de los padres. El hogar debe ser un espacio donde se refuercen los valores de respeto, disciplina y amor por el conocimiento y se fomente la importancia del esfuerzo y la perseverancia. Estos últimos son fundamentales para superar desafíos y alcanzar metas a largo plazo, enseñando a los jóvenes que el éxito es el resultado del trabajo constante y la determinación. Los padres y tutores deben ser colaboradores activos en las trayectorias académicas de sus hijos, brindando apoyo pero, al mismo tiempo, exigiendo responsabilidad y esfuerzo. Son dos caras de la misma moneda: incondicionalidad en el amor pero espera del mejor despliegue. ¿Qué sería de los chicos si nada se esperara de ellos? Es también un acto de amor pedir que cada uno dé lo mejor de sí.
Este equilibrio entre dar apoyo y exigir resultados es una forma genuina de amor, que promueve la autonomía, la autodisciplina y la resiliencia en los jóvenes.
Sin embargo, todo esto suena a ciencia ficción si no logramos rediseñar la experiencia educativa: las escuelas deben transformar su lógica de enseñanza frontal. Las clases deben ser diseñadas para ser interesantes y estimulantes, haciendo que el proceso de aprendizaje sea atractivo y significativo, con el objetivo de que los alumnos disfruten del proceso de aprender y no se limiten a estudiar solo para aprobar exámenes. Deben adoptarse enfoques más prácticos y relevantes, conectando los contenidos académicos con la vida real y promoviendo la curiosidad y el pensamiento crítico.
La tecnología, aunque es un aliado potencial en la educación, también presenta desafíos. Su uso debe ser equilibrado, promoviendo el aprendizaje cuando sea apropiado y limitándolo cuando se convierta en una distracción. En este contexto, es fundamental reconocer la importancia de la conectividad como un bien básico esencial. La disponibilidad de una conexión a internet confiable y accesible es crucial para garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso a la información y los recursos educativos. Los docentes deben ser hábiles en integrar la tecnología de manera que enriquezca la experiencia educativa, utilizando la tecnología como una herramienta para abrir puertas a nuevas formas de aprendizaje, colaboración y exploración del conocimiento.
Es importante también destacar que la educación no debe ser vista como un proceso unidireccional. De la misma manera que les exigimos a nuestros jóvenes, debemos proporcionarles las herramientas y oportunidades necesarias para que puedan desarrollar su máximo potencial. Esto implica invertir en recursos adecuados, en formación docente continua y en infraestructuras que promuevan un ambiente agradable y de aprendizaje efectivo. La transformación necesaria para la educación no es solo una cuestión de mejorar el rendimiento académico; es fundamental para construir un futuro sostenible. Los estudiantes de hoy son los líderes, pensadores y ciudadanos del mañana. Al inculcar en ellos valores de respeto, disciplina y amor por el aprendizaje, estamos sentando las bases para una sociedad más informada, ética y responsable.