La asunción de Javier Milei tuvo características extraordinarias. En el plano institucional concurrió a jurar al Congreso, pero el discurso con el que inauguró su Gestión lo pronunció afuera del Palacio para la multitud de votantes reunidos a cielo abierto.
Nunca un Presidente de la Nación había infligido semejante desaire a los legisladores. Hipólito Yrigoyen por lo menos mandaba el discurso con un ordenanza para que los funcionarios de las Cámaras lo leyeran en las asambleas legislativas.
La razón de ese menosprecio es simple: los políticos -no la política- son, en su criterio, los responsables de la larga decadencia que hundió al país y les "arruinó la vida" a sus habitantes.
Como los Kirchner hicieron con los militares, Milei eligió como enemigo objetivo a los políticos. No les cerró, sin embargo, del todo la puerta y prometió aceptarlos sin preguntarles por su pasado, siempre y cuando se comprometieran a formar parte de la "nueva Argentina" que arrancaba justo con su nuevo mandato. Porque el discurso fue fundacional hasta el punto de comparar su llegada al poder con nada menos que la caída del Muro de Berlín. Pero no se llega a la "nueva Argentina" por un camino de rosas. Dio datos escalofriantes del desastre producido en la economía por el kirchnerismo. Aseguró que el país está al borde de la hiperinflación con datos macroeconómicos peores que los previos al "Rodrigazo" y la hiperinflación de Alfonsín.
El Gobierno anterior dejó la "peor herencia de la historia" y emitió pesos por una cifra equivalente a 20 puntos del PBI. Como el rezago de la política monetaria se extiende por entre 18 y 24 meses, los próximos dos años la sociedad seguirá pagando ese desmadre inédito. Calculó que entre diciembre y febrero habrá una inflación mensual de entre el 20% y el 40%. "Esta es la herencia que nos dejan -resumió- una inflación plantada del 15.000% anual contra la cual vamos a luchar con uñas y dientes para erradicarla".
Y ahí comenzó la parte motivacional del mensaje, emulando el famoso sangre sudor y lágrimas "churchillleano", salvando las correspondientes distancias.
Aseguró que no había alternativa al duro ajuste fiscal y tampoco al método de "shock", porque el gradualismo "siempre ha fracasado". Prometió que lo pagará el Estado y no el sector privado, mientras la gente pedía enfervorizada: "motosierra, motosierra". Probablemente la primera vez en la historia del planeta que se vitorea con tantas ganas un recorte del gasto público.
El nuevo Presidente volvió a augurar estanflación, pero esta vez precavidamente afirmó que no será muy distinto de lo que ocurrió en los últimos doce años. Pero no todo fueron malas noticias. "Este es el último mal trago" prometió y hasta anunció que habría "una luz al final del túnel". Por lo contrario opinó que "la propuesta sensiblera progresista, llevaría a la hiperinflación". También auguró que en el corto plazo la situación empeorará, pero se pondrán las bases del crecimiento.
La dosis justa de optimismo para no deprimir a los propios, pero tampoco dar espacio para que el peronismo empiece a reclamar resultados inmediatos.
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