El Papa Francisco presidió este domingo la celebración eucarística de clausura de la asamblea sinodal en la Basílica de San Pedro, donde instó a cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos a crecer en el culto a Dios y en el servicio a los demás: "Aquí es donde está el corazón de todo".
Comentando el Evangelio de este domingo, el Santo Padre invitó a mirar siempre "el principio y fundamento sobre el cual todo comienza y vuelve a comenzar: amar a Dios con toda nuestra vida y amar al prójimo como a nosotros mismos", asegurando que el amor se realiza en adoración y servicio.
"La adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito, al amor sorprendente de Dios", subrayó el Papa, explicando que "adorar" significa "reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia y los destinos de la historia".
Según el Papa, al adorarlo, redescubrimos que somos libres: "Por eso el amor al Señor en la Escritura con frecuencia está asociado a la lucha contra toda idolatría. Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son obra de las manos de los hombres".
Por tanto, el pontífice pidió "luchar siempre contra las idolatrías", tanto las mundanas -como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo-, como las idolatrías disfrazadas de espiritualidad-ideas religiosas, habilidades pastorales.
"Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios", advirtió.
Después de hablar de la importancia de la adoración, el Santo Padre se dirigió una vez más a los participantes del Sínodo para recordarles que la mayor e incesante reforma es "adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor".
Por eso, el Papa pidió ser una Iglesia adoradora y de servicio, "que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres".
Por último, dirigió un pensamiento especial a aquellos que son víctimas de las atrocidades de la guerra, los migrantes, quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza, quienes están aplastados por el peso de la vida o no tienen más lágrimas ni voz.
"Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él prefiere, los pobres y los débiles", objetó.
Por último, Francisco recordó que la Iglesia que estamos llamados a soñar es "servidora de todos" y "no exige nunca un expediente de buena conducta, sino que acoge, sirve, ama". "Una Iglesia con las puertas abiertas que sea puerto de misericordia", concluyó.