El ex obispo de la diócesis de Rafaela y ex administrador apostólico de Rafaela hace un balance anual y de sus 9 años en el territorio diocesano.
Por Luis Alberto Fernández - Siempre es bueno hacer un pequeño paréntesis hacia el fin del año, ya que entrando más en "nuestra interioridad" podemos evaluar lo vivido, para no dejarlo ir y que se pierda como si nada haya pasado, sin dejar huella capaz de seguir creciendo, conscientes del bien que es caminar junto a toda la humanidad a lo largo del tiempo y el espacio que se extienda nuestra vida.
Al poner la mirada sobre lo vivido en este año que finaliza: alegró al corazón humano un horizonte más puro y limpio con nueva luminosidad, que llamaba a la esperanza, a salir de nosotros y de nuestras casas y que parecía alejaba la tremenda y dramática noche, tormenta oscura y tremenda, vivida por toda la humanidad por el Coronavirus, pero que hoy en día vuelve a ponernos en situación ansiosa y expectante ante nuevos brotes en diversas partes del mundo, también en medio nuestro.
Lo vivido en este 2022 nos deja ese "agridulce" o para mejor expresarlo esa posibilidad de haber "hecho entre todos" un mundo nuevo, más humano y fraterno, donde el aislamiento que después se hizo infernal y desprolijo, en sus comienzos nos llevaba a volver más a la familia y a los valores de los vínculos que se construyen desde la escucha, el convivir y compartir, dando tiempo a los hijos y al diálogo entre los esposos y con los mayores, solidaridad y comprensión y fundamentalmente a conocernos un poco más profundamente quienes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, es decir el "sentido de la existencia", donde lo económico dejaba de ser lo central y único.
Luego, al volver a lo que parecía una vida más normal reaparecieron en nosotros las ansiedades por la falta de trabajo, el poco afán y entusiasmo por una Educación y Salud con dignidad y valores, el avasallante crecimiento de la pobreza, contribuyeron nuevamente a la falta de paciencia, la lucha por no perder lo poco que se tiene y la continua desigualdad que tanto nos divide, separa y sigue haciendo grietas interminables. Hoy sólo parecieran apaciguarse, por el "clima mundialista" del fútbol, con la asombrosa labor de calidad en varios sentidos, de jugadores y técnicos, entre otros, logrando una alegría y unidad que hacía rato no se vivía como pueblo.
La maravillosa experiencia que me llevo de todos los pueblos, parajes y de esta ciudad, es que no ocupan el primer lugar los celos y las envidias, sin dejar de reconocer que a veces todos pasamos, pero es mucho más fuerte y profunda la huella que ha dejado en mi corazón la convivencia, la alegría del trabajo, sin perder el sentido de fiesta dándole gran lugar a la mesa compartida del domingo y encontrarse con otra gente de pensar distinto, compartiendo alegrías, esperanzas y también tristezas y dolores que trae la misma vida.
Doy muchas gracias a Dios y a todos porque aprendí mucho de ustedes. Al llegar creí que era yo el que tenía que dar y enseñar todo por ser el obispo y resulta que me voy con el corazón lleno de muchos momentos vividos, en diálogos fraternos que me ayudaron a madurar, tanto con los sacerdotes, con las religiosas, diáconos permanentes y seminaristas, así como con el formidable y entusiasta laicado.
Una palabra final es el agradecimiento a todos ustedes porque me he sentido "como en casa" y deseo ensanchar mi corazón "extendiendo la tienda", porque es la manera de vivir que nos hace plenamente felices, cuando el alma sale de sus temores y encierros, y va en búsqueda de los demás, haciéndose hermana/o, padre y madre, amiga/o de todos, deseando con fuerza que la tienda (espacio) y el tiempo de nuestra existencia en este mundo lo podamos realizar con fraternidad y paciencia, con alegría y paz, con coherencia y dignidad, porque estamos hechos al estilo de Jesucristo, que viene en cada Navidad.
Podamos emprender el 2023 con una mirada serena hacia el futuro, porque contamos con el amor de Dios y caminamos todos juntos en la diversidad y diferencias que no quieren herir, y menos distanciar, sino porque sabemos que la meta y destino final no es para unos pocos iluminados sino que es para toda la humanidad, llamados a entendernos con cariño y ternura, todos tirando para el mismo lado, con respeto y sencillez de vida.
No se olviden nunca, la Virgen y san José Obrero los quieren y nos acompañan siempre.
Gracias por lo vivido, soy parte de ustedes, los llevo en mi corazón para siempre pueblo de Dios, diócesis de Rafaela.