18.11 Editorial de Jorge Chemes, presidente de CRA.
Cerramos el año sin cerrar los números. Una combinación fatal de hechos desgraciados perfora la proyección 2023. No es de agorero; pero sin cosecha no hay recaudación. Y sin recaudación la magra y esquelética economía del país se resquebraja. Esa fragilidad crónica e histórica ha sobrevivido hasta ahora con el fuerte oxígeno del campo, que, año a año, cosecha tras cosecha, le dio aire a las pobres cuentas de un Estado codicioso y lento, sobre dimensionado e ineficiente. Y lo que es más grave aún: Perezoso a la hora de poner en marcha nuevas ideas.
Los productores, al igual que los jugadores de la selección, llegaron a fin de año contra todos los pronósticos. Con sequía, sin créditos, inundados y tapados por la nieve. Solos, jugaron todos los partidos en cancha ajena y atajaron todos los penales.
Infraestructura; planificación; financiamiento; tecnología, genética, mercados, y, en síntesis, una política de Estado de fondo para que este sector, el más virtuoso de todos, despegue, es la deuda que nos deja el 2022.
La política le debe al campo mucho más que los millones y millones de pesos que le confisca. Le adeuda medidas de fondo y a largo plazo que fortalezcan a los productores que empujan la polea que tracciona dólares genuinos, trabajo, alimentos y arraigo que son, en síntesis, un gran engranaje de futuro que hoy sobrevive a fuerza del empeño de los productores que resisten a la indiferencia del Estado negligente que se conforma con las retenciones para tapar sus agujeros en vez de evaluar los ingresos que generaría el campo sin trancas, retenciones y tanta burocracia.
En 2022, el trabajo intenso de la Mesa de Enlace fue determinante al momento de frenar y morigerar las medidas del gobierno. Esa articulación sustentada en los mandatos de base, fue central para que cada gestión arrojara buenos resultados. Los pendientes son muchos. Hemos puesto en cada espacio de responsabilidad política la agenda del campo. No vamos a aflojar hasta que cada uno de ellos se cumpla, porque de eso depende el mañana de los productores. La pelota está en la cancha de la política y en este segundo tiempo, y en base a los números de la economía, sería un gran paso adelante que atienda nuestras propuestas de corto, mediano y largo plazo porque el campo sí tiene un plan.
De cara al 2023 y con las abrumadoras pérdidas de la cosecha se hace muy difícil imaginar un saldo positivo para arrancar el año. El campo no sólo estará con los bolsillos rotos y sin perspectivas. Como consecuencia de la sequía los alimentos que producimos serán más escasos pero también más caros y nuestros insumos, atrapados en el espiral cambiario, también serán más caros e inalcanzables porque vendemos con un dólar y compramos con otro.
Esa ecuación de pérdida la hemos atravesado constantemente. La resultante está en la caída estrepitosa de productores que, segmento por segmento, cierran las tranqueras porque no pueden más.
Las medidas del gobierno para el sector productivo estuvieron diseñadas con la mira puesta en su propio ombligo y en salvar sus trapos. La producción, como sucedió antes con la quita temporal de las retenciones, mostró que cuando una medida es asertiva, el campo responde con inmediatez. Sin embargo faltó reflejo y músculo para añadir a las de impacto inmediato, otras medidas que respalden el desarrollo en el tiempo y que esa sea la constante. Las reacciones espasmódicas no alcanzan para que un sector tan dinámico y de inversiones de magnitudes tan importantes como las nuestro, despegue.
La nueva dinámica del mundo nos coloca en un lugar privilegiado. Hacemos y producimos lo que el mundo necesita. El escollo para satisfacer las demandas es la política: En vez de dejar fluir la oferta y la demanda, interviene trancando los procesos y perjudica al que produce pero daña también al que consume.
Es mentira que somos un país rico. Tampoco es cierto que el mundo nos mira. Somos un país con una producción récord y una pobreza extrema. La economía argentina es la de un país pobre y lo peor es que la mentalidad de los gobernantes está a esa altura. Encorsetada en la imposibilidad de asumir riesgos porque está como casi todas cuentas corrientes de los productores: En rojo.
Amañados en aplicar siempre la antigua y viciada fórmula de más presión impositiva, dejan de lado las opciones exitosas probadas con excelentes resultados en otras economías del mundo: Menos impuestos + producción; más valor agregado+ más divisas por exportación. La política nostálgica se refugia en los eslogans del 45 sin advertir que ya no alcanza con ser el granero del mundo si podemos ser el hipermercado.
Impera poner atención en la cadena. La intermediación está carcomiendo los bolsillos de los argentinos. El costo de los alimentos en la tranquera es irrisorio y una de las razones de la crisis de los productores. Sorprende que hasta llegar a la góndola ese producto de centavos cueste miles. Y no somos los del campo los que nos quedamos con la diferencia.
Esa especulación, que es la misma artimaña que engorda el sistema financiero, aplasta a la producción que no tiene ninguna manera de trasladar el aumento de costos porque es el primer eslabón de la cadena pero también el único imprescindible. En la era de la tecnología, y en un país bendecido por la naturaleza, el campo patalea para seguir subsistiendo porque las dificultades no se circunscriben sólo a los problemas financieros. No logramos una política de Estado para los ciclos de sequía y de inundaciones a pesar del enorme perjuicio que aparejan para el productor y también para las arcas del Estado.
La administración y sustentabilidad de los recursos son parte de diseño de las políticas de Estado. De ello depende la producción y el cuidado de los bienes naturales que enriquecen el país. La indiferencia frente a estas crisis cíclicas, que se repiten todos los años, es un botón más de la muestra que explica por qué estamos como estamos.
Cerramos un año complejo que profundizará sus inconvenientes el año próximo cuando la sequía pegue en las arcas y no haya de dónde rascar lo que no tenemos. Inflación, diferencial cambiario y otros problemas coyunturales no están resueltos de fondo. El cronograma electoral atravesará las discusiones de base que se toparán con la crudeza de los números en rojo. No estamos de humor para los festejos de fin de año, muchos de los nuestros quedaron en el camino. Sin embargo, tenemos un deseo fuerte y compartido: Que crezca la confianza, que haya paz social y que los gobernantes apuesten a reglas claras y de largo plazo. La macroeconomía no puede ser una casa de empeño. Somos 44 millones trabajando por un futuro.
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