Por Sergio Aladrio. En el corazón de la economía argentina late el esfuerzo cotidiano de nuestras pequeñas y medianas empresas (PyMEs), que representan el 97,8% del total de las empresas del país. Este porcentaje, más allá de ser una cifra contundente, revela la realidad productiva de nuestra nación, su motor de empleo y, especialmente, su fuerza social.
Las PyMEs son mucho más que un simple sector económico. Con su carácter resiliente, estas empresas desempeñan un papel vital, sobre todo en tiempos de crisis, cuando las grandes corporaciones tienden a ajustarse o incluso a retirarse. En contraste, las PyMEs se sostienen y resisten, generando empleo y apoyando la estabilidad social de nuestra comunidad. Es aquí donde surge su verdadero valor: no solo generan más del 70% del empleo privado registrado en el país, sino que mantienen vivo el tejido social en cada rincón de nuestra nación.
Este dinamismo no solo asegura la distribución de productos a lo largo y ancho del país, sino que contribuye a la descentralización y al crecimiento de diversas regiones, al facilitar la conexión de áreas productivas con mercados nacionales e internacionales.
Además de ser fuentes de trabajo, las PyMEs impulsan el crecimiento económico mediante la creación y distribución de riqueza. No son pocas las que reinvierten sus ganancias localmente, generando un impacto multiplicador que fortalece a sus comunidades. Esta inversión social contribuye a la expansión de la clase media, generando condiciones para el crecimiento y consumo interno, una base indispensable para cualquier economía sólida y sostenible.
Uno de los tantos desafíos pendientes es la internacionalización de nuestras PyMEs. Hoy en día, aproximadamente el 90% de las exportaciones argentinas están concentradas en menos de 500 grandes empresas, mientras que el resto representa un porcentaje mínimo en el comercio exterior. Ampliar la participación de las PyMES en el mercado internacional no solo les permitiría crecer, sino que también diversificaría las fuentes de ingresos del país, permitiéndonos competir en igualdad de condiciones con otros países,en un mercado mundial cada vez más disputado comercialmente.
El impacto social de las PyMEs no debe subestimarse. Más allá de lo económico, las PyMEs representan el espíritu emprendedor de nuestro país, inspirando a otros a lanzarse a crear, innovar y construir un futuro mejor.Al estar tan enraizadas en sus comunidades, las PyMEs fomentan un sentido de pertenencia y responsabilidad social, generando un efecto positivo que trasciende los números y los balances.
Es imprescindible que las políticas públicas valoren y acompañen a las PyMEs, que necesitan de un apoyo real, de una legislación que entienda sus necesidades, y de un entorno que fomente su crecimiento y competitividad. En este sentido, un ejemplo de referencia para analizar es el Proyecto de Ley Integral PyME.En un contexto de desafíos económicos como el actual, fortalecer a las PyMEs es apostar al futuro de la Argentina, a un desarrollo más equitativo y a una economía que manifieste con mayor énfasis el esfuerzo y el potencial de su gente.
Las PyMEs no solo son empresas, son el reflejo de una Argentina que trabaja, que se esfuerza y que sueña. Son, en definitiva, el sostén de nuestra economía y el motor que impulsa el progreso social de nuestro país. Acompañarlas, promoviendo y favoreciendo su desarrollo, es nuestro deber. Se trata de un paso fundamental hacia el crecimiento sostenible que todos anhelamos para nuestra nación.