Por Rogelio Alaniz.
El actual censo es el número once. El anterior fue en 2010 y registra un hecho trágico: la muerte de Néstor Kirchner, entonces marido de la presidente Cristina Fernández. Desde 1947 en adelante se acordó realizar los censos nacionales cada diez años. Más o menos ese plazo se cumplió. Hoy el censo es una necesaria iniciativa burocrática que le permite al Estado medir las diferentes variables de la sociedad, la economía y la educación. Medirlas e interpretarlas. Dicho de una manera más directa, el censo les permite a los funcionarios estatales saber dónde están parados. Importa destacar que el censo es obligatorio para los ciudadanos. El dato nuevo para 2022 es la posibilidad del censo digital. Hoy, algo más del cuarenta por ciento de la población recurrió a este procedimiento. ¿Los futuros censos serán digitales? Ojalá. Como también sería deseable que las elecciones sean digitales, como ya lo son en algunos países.
II
Decía que el censo en la actualidad es una necesidad estatal que actualiza informaciones claves acerca de la sociedad y la calidad de vida de la sociedad. Hoy la iniciativa está fuera de discusión y desde hace más de seis décadas se practica sistemáticamente. Sin embargo, para quienes nos interesamos por la historicidad de los hechos y de las instituciones, cada vez que se realiza un censo nacional recordamos el primero, el celebrado en 1869 por iniciativa de Domingo Faustino Sarmiento y durante su presidencia iniciada un año antes. Entonces, realizar un censo no era una habitual rutina burocrática, sino un acto fundacional que solamente un político como Sarmiento, y de alguna manera una generación con sed de futuro como fue aquella, pudo proponerse realizar en las más difíciles condiciones.
III
Recordemos que para 1869 la Argentina continuaba enfangada en la guerra de la Triple Alianza, el Estado Nacional como tal era más un proyecto que una realidad y, como frutilla del postre, ya acechaban los síntomas de enfermedades contagiosas. A esta realidad algo deplorable debían sumarse las discordias políticas, algunas de cuyas manifestaciones se expresaban a través de rebeliones armadas. Todas esas acechanzas políticas, sociales, económicas, no le impidieron a Sarmiento dar las instrucciones necesarias para que se realice el primer censo nacional. Imposible hacer política, gestión de gobierno, emprendimientos económicos y sociales si no tenemos la menor idea de cuántos somos y en qué condiciones vivimos. Así de sencillo y así de difícil.
IV
Se dice que ya en 1810 Mariano Moreno habló de hacer algo parecido a un censo. Iniciativa profética si se quiere porque para esa fecha ni siquiera podíamos reivindicar en términos políticos e institucionales la condición de argentinos. Pero ya se sabe que Moreno era de los hombres que miraban más lejos. Se dice que en la Asamblea del Año XIII se habló de algo parecido, pero la propuesta no fue más allá de algunas frases pronunciadas en un ámbito donde predominaban más los buenos deseos que las posibilidades concretas de hacerlos realidad. A Urquiza se le atribuye la iniciativa más seria en la materia. Fue después de Caseros y no pudo avanzarse mucho por la falta de recursos, los apremios de las guerras civiles y la hostilidad de Buenos Aires.
V
El censo de 1869, en realidad, fue una propuesta del gobierno de Bartolomé Mitre. Propuesta que la guerra de Paraguay postergó hasta más ver. Sarmiento retoma el proyecto de Mitre y lo hace realidad. Tres días de septiembre le alcanzaron para lograrlo. Se imaginarán que no fue fácil hacerlo. Y no fue fácil hacerlo porque todo estaba por hacerse y todo faltaba. Contó, eso sí, con colaboradores brillantes. Uno merece destacarse por su eficiencia y responsabilidad: Diego de la Fuente. Por supuesto, no faltaron las críticas, incluidas las burlas y las descalificaciones impiadosas. Lo más liviano que llegaron a decirle a Sarmiento es que lo suyo era una prueba más que el adjetivo de "loco" se lo tenía bien ganado. Solo a un loco de atar se le podía ocurrir semejante disparate en la Argentina que vivimos.
VI
El loco Sarmiento. Un historiador alguna vez escribió que los proyectos y las realizaciones más grandes de los argentinos se las debemos a las locuras del loco Sarmiento. Hoy se puede decir, sin temor a pecar de exagerado, que la presunta "locura" de Sarmiento residía en su singular talento para vivir el futuro en tiempo presente. Un don que adquiría valor político y entidad histórica porque Sarmiento estaba muy lejos de ser un utopista o un divagador de abstracciones. El censo de 1869 y una de sus consecuencias: escuelas, escuelas y más escuelas. Cosas del loco Sarmiento. Conocida es la anécdota de cuando en ocasión de un discurso en el parlamento, él empieza a mencionar las realizaciones que eran necesarias en el país y es interrumpido por las risotadas burlonas de sus opositores. "Anote esas risas, señor taquígrafo -le dice al atribulado ujier que registraba los discursos- anote esas risas para que el futuro sepa con los burros que he tenido que lidiar".
VII
El censo de 1869 habló. Y las palabras que dijo fueron desagradables pero verdaderas. Casi el ochenta por ciento de los argentinos eran analfabetos. Esto quiere decir que alrededor de 1.400.000 personas sobre una población de 1.800.000 (cito números redondos) no sabían leer y escribir. De 420.000 niños en edad escolar, 300.000 no asistían a colegio alguno. Tres mil censistas trabajaron tres días para obtener estos datos. Una de las conclusiones de Sarmiento al tomar conocimiento de los índices de analfabetismo fue si se quiere previsible: "Con este nivel de ignorancia a nadie le puede llamar la atención que Rosas haya sido poder durante más de veinte años". La mujer también fue considerada en el censo. La condición social de la mujer. Sus labores en la mayoría de los casos humillantes, su postergación, su maltrato. "Las cifras hieren a este pedazo sensible de la vida nacional". El censo de 1869 confirmó la predicción de Alberdi que "gobernar es poblar". Pero instaló en un primer plano las otras consignas de Sarmiento: "Educar al soberano", "Hacer de toda la república una escuela". Y la más interesante. "Hombre, pueblo, nación, Estado, todo está en los humildes bancos de la escuela".
VIII
El segundo censo nacional se realizó veintiséis años después, en 1895, bajo la presidencia de José Evaristo Uriburu. El país había duplicado -y algo más- su población. Las cifras hablan de cuatro millones de habitantes y el índice de analfabetismo había descendido alrededor de veinte puntos. La ley 1420 no era solo papel escrito. Sarmiento había muerto en 1888, pero su prédica empezaba a hacerse realidad. El país crecía, se desarrollaba y se educaba. La civilización se imponía a la barbarie. Los logros económicos y sociales generaban nuevos problemas y ponían en evidencia los límites de una elite tensionada entre sus pretensiones conservadoras y sus ambiciones liberales. En 1914 se realiza el tercer censo nacional. La población vuelve a duplicarse. Esa era la Argentina de entonces: crecía a saltos. Los índices de alfabetización le otorgaban al país el honor de haber promovido una verdadera revolución educativa, tan trascendente como la revolución en las pampas y la revolución de la notable movilidad social ascendente. Argentina de la primera mitad del siglo veinte estaba lejos de ser un Paraíso, pero sus índices sociales y económicos fueron los más elevados de América Latina y muy superiores a los de Italia, España, Portugal, Grecia e incluso Francia. Esos índices de calidad de vida se sostendrán -con las oscilaciones del caso- hasta mediados de los años cuarenta. Para esa fecha Argentina inicia su progresiva y sostenida decadencia. Pero esa ya es otra historia.
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