Después de su trágica desaparición, la memoria del ídolo de Carlos Casares Roberto Mouras se mantiene vigente en caminos, rutas y pistas. Todo lo que creció a la sombra del recuerdo, para sostener el mito de uno de los más grandes pilotos de la historia del Turismo Carretera.
Se despistó yendo a golpear con violencia contra un inoportuno talud de tierra. Roberto José Mouras, tres veces campeón de Turismo Carretera (1983, 1984, 1985), ganador de 50 carreras en TC, incluida la que se quedó con su magia terrestre, uno de los contados enormes ídolos que tuvo el automovilismo argentino.
El museo
"Acá en el Museo cobramos entrada, pero nadie se queda sin verlo: el que no tiene plata para pagar, entra igual", aclara Rubén Panizzo, que está a cargo del enprendimiento desde hace 15 años. Se inauguró el 22 de noviembre de 1993, al cumplirse el primer año de la partida del ídolo, en el edificio que había sido su concesionaria. El Museo tiene un horario limitado, pero si alguna caravana de hinchas llega de improviso a Casares, van a buscar a Panizzo para que abra el acceso. "Estoy al toque, aquí se trata de mantener viva la memoria de Roberto".
"Se pueden ver el Bergantín del abuelo con el que aprendió a manejar; el Torino Anexo J; el Dodge que volcó en 1983, el Dodge campeón, una réplica del 7 de Oro, el Chevrolet Nº 3, el Chevrolet del accidente que fue restaurado -enumera el responsable-. Algunos trofeos, ropa, el reloj que usaba ese día, hace poco recuperamos la puerta izquierda del auto que se dobló toda en el accidente… También conservamos intacto su despacho". Panizzo calcula que los 24.000 habitantes de Casares "pasaron todos por el Museo, así que los visitantes mayoritariamente vienen de afuera" y que representan un caudal de entre 600 a 700 fanáticos por mes. "Acá llegan de todos lados, hasta del Sur. De Bariloche, de Río Gallegos, de Río Grande.
El 20 de octubre de 1996 se inauguró en el kilómetro 49 de la Ruta 2, sobre un predio de 440 hectáreas, el Autódromo "Roberto Mouras" de La Plata. Seis años más tarde, el 1º de noviembre de 2002, se hizo cargo del escenario Hugo Mazzacane, dirigente de la ACTC y amigo personal de Roberto, quien transformó el autódromo en uno de los mejores del país.
"El TC tuvo grandes ídolos. Juan y Oscar Gálvez, Luis Di Palma, Roberto Mouras y Guillermo Ortelli".
"Tenemos competencias casi todos los domingos -explica el administrador, Daniel Jáuregui-. En 2011 hicimos 263 carreras… Vienen a correr alrededor de 400 autos por mes".
El autódromo es objeto de una pasión final y sorprendente, como dijo Carlos Jáuregui. "Las cenizas de alrededor de 50 fanáticos de Mouras y del TC descansan en el autódromo. Hace poco, Antonio Bautista, que fue corredor de TC, esparció las de su hijo; y "el relator Héctor 'Tití' Camps pidió eso como último deseo".
Recuerdos del horror
Un puñadito de pilotos de los que compitieron contra Mouras en actividad. "Tito" Urretavizcaya, el "Tano" Rubén Salerno o Henry Martin. Para el piloto de San Juan, la carrera de Lobos era su segunda prueba en ruta en el Turismo Carretera: "Corría con el Dodge celeste de Rodolfo Cosma -recuerda- En la reunión previa con los pilotos, Norberto Bresano hizo hincapié en el tema de los cordones en la chicana de la Ruta 205, que castigaba los neumáticos y en una de las primeras vueltas llegué pasado a la frenada. Alcancé a meter la trompa en la chicana pero le pegué al cordón con la goma delantera izquierda y quedó desacomodada la dirección, pero empecé a pensar… Llevaba a un amigo de acompañante, ¿para qué arriesgarlo? Me fui para los boxes a menor velocidad y cuando estaba entrando me pasaron como tiro las dos trompas de Plasticor: eran el Chevrolet de Mouras y el Dodge de Romero. Cuando paro, Néstor Lazarte, que se se encargaba del auto, me miró como diciendo '¿y por ésto paraste?' y en ese momento empezó a correr el rumor de que había volcado Mouras. Al ratito entró Carlitos Saiz: '¡Se mató Roberto, se mató Roberto!', repetía. Enseguida cayó un silencio sepulcral sobre el circuito. Nunca viví nada algo igual. Un silencio colectivo de angustia, un silencio que nunca jamás escuché en mi vida. Salí dos horas más tarde de los boxes: una topadora ya se había llevado el talud de tierra, solo quedaba una huella de humedad".
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