back to top
martes, 14 enero, 2025, 13:21 PM
30.6 C
Rafaela

Saturnino Chizzini Górski

Crónicas a Contraluz es una propuesta de Juan Carlos Ceja que nos ofrece ficciones literarias con líneas de sentida autorreferencia. "Pinta tu aldea y pintarás el mundo" es la frase que parece guiar al autor.

Me llamo Saturnino Chizzini Górski y hoy tengo un día muy particular. Las sensaciones están a flor de piel. Estoy poco interesado en los asuntos cotidianos, como a veces me ocurre con algunas personas con las que supe andar por la vida.

Mi atención está puesta en esa banderola. ¡Linda la ventanita!, pintada con cuatro angelitos sobre vidrios celestes, pero me inundo y no hay puta forma de que permanezca cerrada.
El libro de tapas moradas que arrojé logró su propósito. Los vidrios estallaron. Hubo en el salpicón de trozos cierta estética gaudiana. El brazo venoso y flaco sufrió el esfuerzo, me duele.


¡Ya está, ahora que entre toda el agua que quiera! Que el Gran diluvio se apodere de mí, hoy es un día perfecto.

Lástima que se perdió la Biblia, seguro que cayó en el pandemonio de enfrente. La polaca Lena Kaminski contaba que no sabía quiénes de los que salieron de Radom, trajeron la Palabra de Dios en una valija de cartón. Viajó con pañales, cinco fotos, un espejo con marco de metal y el mantel bordado que un dos de noviembre robaron de la terraza. Y el plato centro de mesa de metal blanco labrado.

Frente a un espejo puedo desdoblarme. Desde pibe que sé de las visualizaciones. Como un segundo yo, decía Renato. Él me creía.

¿Por qué estás mirándome así? digo mientras intento recordar que fue de Lena Kaminski. Eres un lindo hombre, pero por la red de arrugas se nota que envejeciste rápido. El rostro curtido es de insolación y vientos. Tus ojos hundidos no pueden ocultar que fuiste y sigues siendo tenaz.

¿Oyes? Afuera el sonido de pies, tacones lejanos, zapatones, algún par de botas y zapatillas rompen las charcas. ¿Es mi semblante el que te hace sonreír? ¿Sabes?
La lluvia era ansiada en los campos y granjas en pendiente, no en esta oscura ciudad despareja, a dónde he venido a dar con la osamenta. La bronca me gana, es un sinsentido, pero la lluvia paró. ¡Tanto para nada!

El diluvio debe haber arrastrado y desarmado la Biblia. Mañana cuando haya escurrido, en las puertas y al este del barrio, habrá una hoja de leyenda sagrada inconexa.

El hombre del espejo está furibundo, digo con certeza porque lo siento. ¿Sabes?, me convenzo cada vez más de que esa cara huesuda, angulosa en extremo, es de los Chizzini Górski, mis antepasados.

Aquí en la calle de los polacos nadie quería agua, es el día de la procesión de santa Faustina y la kermés.

¿Y si arrimo una silla para ver por la banderola rota en el acto sacrílego? Pasa un perro inverosímil, cabezón, las cejas un puñadito de pelos blancos. Levanta la mirada y gruñe. Imagino que las gotas de baba lechosa caen sobre mi cara y el vaho caliente del jadeo me marea.

En el movimiento instintivo de retroceder no alcanzo a pensar y en tiempo casi inexistente, con los brazos en cruz, caigo de espalda.

Después del atontamiento compruebo que no estoy roto. De todas maneras, permanezco sobre el agua que entró por el hueco de la ventana, inútil para ocasiones como ésta. Observo el estropicio. ¡Cuánta mugre en esta pieza!

¿Y esto? Toco recetas, tres dientes postizos engarzados, postales, un frasco de vaselina, tres naranjas ocres blandas, libros y un cuchillo. Arbolito, ¡buena marca! Renato Cabrini tenía uno.

Por un cuchillo como este, Renato no pudo demostrar su inocencia. Fue en la escatológica vorágine que envolvió a la santita Oliwia.

La tragedia de Renato sigue en mí. El dolor está y es desgarrador. Me vi obligado a jurar que nada haría en defensa de nadie.

Aquel anochecer perdurable, nosotros, Renato Cabrini y yo, Saturnino Chizzini Górski estábamos juntos, pasmados, aturdidos por la revelación. Las manos, torpes para lo nuevo, apretadas sobre nuestros pechos desnudos, con fuerza inusitada.

Nos reímos mucho de que fuese tan oso. No quiso decir la causa de la cicatriz que había sustituido a la tetilla. Tampoco dejó que la lamiera o la rondara con mis yemas negras.
¿Para qué? me dijo, así está bien. Renato no podía poner en palabras la vileza sufrida, por otra parte, temía abandonarse al erotismo por miedo a traicionarse.

En marzo desapareció. Seguro terminó en un zanjón o en alguno de los tanques del complejo químico. El odio de esas bestias es irrefrenable. El flaco pervertido, decían, hurga en los huecos de los árboles con la esperanza de hallar al otro enfermo.

Comencé a espaciar la búsqueda en junio del 78. Ese jueves el camioncito comunal, a los bocinazos, pasó hacia la calle central a festejar el inicio del mundial. El domingo me enteré de que en Buenos Aires, el jueves, hubo al menos dos desparecidos.

Algo de piedad debió alcanzar al muchacho, le digo a mi gemelo del cristal. ¿No te parece? No era cuestión solamente de tener un culpable.

Disculpá que me saque los mocos con el brazo, pero cuando uno llora y no tiene pañuelo, no queda otra. Aún sabiendo que no habrá respuesta pregunto, ¿vos por qué llorás?
A la que vi cada tanto en la oficina de transporte fue a la santita Oliwia. Terminó sus días como la vieja dama indigna de la calle Pavón. ¡Y pensar que en ese tiempo debía andar por los cincuenta! Exhalo, busco descomprimir el pecho.

¡Qué olor a bicho muerto! ¡Qué asco! ¡Cien cucarachas muertas! Sin dolor me incorporo. El agua se mueve, entonces los libros comienzan a desfilar. El primero que veo pasar es Cómo me hice monja de 1993. Después un texto por los diez años de democracia escrito por la RTA. Miro en redondo. Dos veces lo hago. ¡Y sí, en qué pieza no hay un pedestal! ¿Por qué vivir en esta pieza o cualquier otra se me hace tan difícil?

¿Y si prescindo de ella? Mejor, de todas ellas. Y de los espejos. Y junto con las piezas y los espejos, las palabras, todas las palabras. Sigues en el cristal, te veo. No voy a preguntar nada, sé que pensamos igual.

¡No! No, a la palabra no podemos renunciar, con todo de la palabra no podemos desprendernos. ¿Sino cómo daríamos cuenta del sufrimiento o la felicidad? ¿Y del destino?
¿Y de Renato Cabrini? Como en Pedro Páramo: «Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar fuera su corazón por la boca».

Renato el de poco hablar al que nadie escuchaba, tan pequeño que entraba en el hueco de mis manos, de cálido refulgir como el minotauro naranja que se mete en las pesadillas y perfora mis entrañas.

Renato el que se llevaron las lenguas del viento y ahora sueña que junta hojas de un manuscrito milenario por umbrales de casas que ya no existen.

Lo más leído de la semana

Ataliva vivió una nueva Fiesta Nacional del Chorizo

 Ataliva se convirtió nuevamente en el epicentro de una...

Piden por moto robada en calle Anduiza

Un delincuente ingresó en horas de la mañana de...

Corte programado en barrio Guillermo Lehmann

La sucursal Rafaela, de la Empresa Provincial de la...

Rafaela refuerza su seguridad con tecnología de última generación

El Gobierno municipal, en el marco de las políticas...

BiciEscuelas modo verano

“Biciescuelas Argentinas” es una iniciativa nacional que tiene como...

Más de esta sección