Si para muchos resulta desafiante pensar en afrontar los gastos que impone el año escolar para un niño, podemos imaginar con facilidad el impacto que puede generar la decisión de sumar, de la noche a la mañana, cuatro niños a una familia. Y no hablamos de cuatrillizos, sino de un grupo de cuatro hermanitos de distintas edades que aguardaban resignadamente que alguien quisiera adoptarlos.
Con el correr del tiempo, Víctor Manuel Valle había concentrado toda su energía en el desarrollo de una brillante carrera profesional. Convertido ya en el tío soltero de la familia, conoció a María Madero cuando ambos tenían más de 40. Se casaron en 2014, pero, pese a sus esfuerzos, el amor que se profesaban no lograba plasmarse en el sueño compartido de tener hijos.
El deseo de ser padres era muy fuerte. Víctor cuenta que rezaba a diario pidiéndole a Dios que le diera un hijo o bien la aceptación, en caso de que su deseo no pudiera concretarse. Siendo ambos ya grandes, las chances de una paternidad para Víctor y María parecían reducirse y la adopción no era, hasta allí, una alternativa sencilla. Como tantas parejas que encuentran obstáculos a la hora de concebir un hijo biológico, son muchas veces los prejuicios los que las alejan de considerar otras opciones. Y pensar en hijos del corazón, en lugar de hijos de la panza, suele asociarse con un cúmulo de trámites y papeleríos que, afortunadamente, cada vez responde menos a la realidad.
Son muchos los niños y adolescentes que, sin posibilidad de vivir con sus familias de origen, pasan años enteros en un hogar de protección a la espera de quienes estén dispuestos a adoptarlos. Así como es difícil encontrar familias dispuestas a adoptar niños mayores de 11 años, también lo es hallar a quienes acepten adoptar a grupos de hermanos.
En los últimos tiempos, los juzgados lanzan convocatorias públicas para facilitar estas adopciones múltiples, dejando los proyectos de adopción individual con vinculación como última instancia. En la práctica, preservar ese lazo fraterno, esa historia común, en una vida compartida dentro de una nueva familia es tan importante como difícil. Las convocatorias son un recurso empleado por el Estado para garantizar el derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir en familia cuando se agotan las opciones en la Red Federal de Registros de Adopción. Solo en estos casos están abiertas a todas las personas, tanto a aquellas inscriptas en registros de adopción como a las que se postulan por primera vez. Las redes sociales funcionan como efectivas cajas de resonancia y lo que antes quedaba circunscripto a una carpeta dentro de cuatro paredes hoy se viraliza.
Así fue como Víctor y María se enteraron de que había grupos de hermanitos buscando familias adoptantes. Justo ellos, que nunca habían pensado en esa posibilidad, que no estaban en ningún registro y que no habían transitado los pasos previos de rigor. Su relato es conmovedor porque ambos recibieron el mismo día un mismo mensaje en sus cuentas individuales de WhatsApp: "Dale la posibilidad a un grupo de hermanos de crecer juntos". Y ambos pensaron que era estrictamente para ellos. Aun sin papeles, sus corazones llenos de amor lograron el milagro y, de pronto, vieron que el sueño compartido podía concretarse. "Cuando estuvimos listos, apareció la adopción", contó Víctor.
Cuatro hermanos de entre 5 y 10 años, con un fuerte lazo entre ellos, encontrarían así un papá y una mamá dispuestos a mantenerlos unidos en una familia. Llevaban tres años en el sistema, poco tiempo para la media, pero una eternidad para esos cuatro hermanos. Ya contaban con la adoptabilidad que brindaba haber descartado que alguien de su familia biológica los quisiera. Seguida de la vinculación con los adoptantes, luego vendría la guarda y, finalmente, la ansiada adopción.
En 2017, Víctor y María se presentaron en el juzgado para iniciar el proceso, conscientes de que las vidas de esos niños seguramente habían sido muy duras. María enfatizó: "Los parí de la cabeza y con el alma porque no siempre fue fácil". Cómo lo sería. El temor a un nuevo abandono es muy fuerte y construir un vínculo con ellos demanda no solo mucho amor, sino también paciencia y asesoramiento; se trata nada más y nada menos que de sanar tanta afectividad herida y cargada del enojo y los traumas propios e inevitables de niños muy vulnerables. Afortunadamente, ¡se puede!
Hoy, aquellos niños tienen ya entre 11 y 16 años. "No imagino la paternidad de otra forma… el esfuerzo valió la pena", resume Víctor. Sus sonrisas dicen el resto. La de ellos es la mejor familia del mundo.
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