No ganó la izquierda, ni la derecha. La palabra que más se escucha desde el domingo a la noche es libertad. Quien mejor editorializó este balotaje histórico fue el empresario Marcos Galperín en X. Después de la victoria arrasadora de Javier Milei, el innovador archienemigo del populismo autoritario que tiene atrapada a la Argentina desde hace 77 años, sólo escribió una palabra en la red de Elon Musk: ¡Libres!
¿Ganó Milei o perdió una maquinaria que hizo de la trampa su marca, de la mafia su fuente de financiamiento, de la mentira su narrativa, de la manipulación su mantra y de los cepos su Biblia? Alivio, reivindicación. Perdieron los soberbios, los prepotentes, los fulleros, los que humillaron durante dos décadas a quienes pensaban diferente. Fueron derrotados los que se creían los dueños de la verdad. En medio de la asfixia, el aire empezó a circular de un modo diferente.
La derrota del peronismo, antes que el triunfo de Milei, logró el milagro de generar una luz de esperanza en millones de argentinos que jamás habrían elegido al libertario como primera marca, pero que a último momento se inclinaron por él, en una íntima decisión adentro del cuarto oscuro, como un último recurso en busca de la liberación.
Un empresario textil, dueño de una PyME, lo explicaba así en un grupo focal: "No sé qué va a hacer Milei con mi sector, tampoco es que me encante. A mí la apertura indiscriminada de importaciones me mató en la época de Menem. Tal vez personalmente me convendría que sigan éstos, pero no me importa. Es que no los puedo soportar más". El razonamiento de este empresario PyME, que refleja el de tantos argentinos, explica por qué el voto en blanco quedó tan acotado el 19 de noviembre. La mayoría de quiénes votaron a Juntos por el Cambio en octubre y que, inicialmente, pensaron votar en blanco, cambiaron de opinión sobre la hora y optaron por el libertario.
¿Será Milei el candidato correcto? ¿Lo dejará gobernar el entramado corporativo? ¿Inaugurará una nueva etapa a lo Menem o será sólo un paréntesis en medio de otra encarnación peronista? ¿Tendrá el mismo destino que otros outsiders que emergieron en América Latina en los últimos años, como Pedro Castillo en Perú o Gabriel Borich en Chile o seguirá, más bien, el derrotero de Bolsonaro y de Trump? ¿Soportará la presión, sin un entorno familiar contenedor como, por caso, tenía Mauricio Macri?
Preguntas sin respuesta aún que atraviesan, ahora mismo, las conversaciones de los argentinos, en un país anonadado por la victoria rotunda de un amateur que logró empalidecer aquel 54%, de 2011, que Cristina se cansó enrostrarles a sus críticos. El ex "standupero", como diría Massa, se alzó con casi el 56% de los votos, encarnando el repudio a una casta política que se oligarquizó y empobreció al país.
Varios datos novedosos. En ese voto transversal del 55,69 %, una gran parte del 40% de los más vulnerables le quitó el cuerpo a la madrecita de los pobres en su propio territorio, la provincia de Buenos Aires. Allí, Javier Milei se impuso en 108 de los 135 distritos. En la madre de todas las batallas, sólo resistió el conurbano y, sobre todo, La Matanza, el "showroom" del kirchnerismo. Una parte significativa de los sectores populares no se dejó manipular y, por el contrario, se jugó con una audacia sorprendente.
Otro dato novedoso: Milei no se dedicó tanto a desenmascarar las mentiras de la narrativa kirchnerista, como hizo Juntos por el Cambio desgastándose en la grieta "k-antik". Un método que parecía fallido y que le valió críticas en el debate. Milei, un avezado economista, no había logrado quitarle la careta al Ministro-candidato y sus desbarajustes. En cambio, ensayó una estrategia nueva. Inauguró una narrativa propia, que cautivó a los jóvenes: "¡Viva la libertad, carajo!" Motosierra. Casta. Dolarización. Futuro. Parece que del laberinto populista se sale por arriba.
El domingo 12, durante el debate, parecía que el profesional Massa se lo había devorado al inexperto Milei. Pero, con el correr de los días, la taba se fue dando vuelta. En los focus group, afirma la consultora Mariel Fornoni, la gente se expresaba así: "Nos habíamos olvidado de lo soberbio, canchero y patotero que era Massa". La puja discursiva les refrescó la memoria para mal. La carta massista, supuestamente matadora, del rechazo a un joven Milei en una lejana pasantía en el Banco Central terminó de sepultarlo, pero no al libertario sino al propio Massa.
Las sociedades -y esto lo sabe de sobra Jaime Durán Barba- siempre terminan aliándose con aquel que perciben como el más débil.
Lo cierto es que este outsider, que creció al calor de los paneles de la TV y de las redes sociales, logró desafiar a la Iglesia -el Papa instó a no optar por "falsos mesías"-, a la mayoría de los medios de comunicación y sus editorialistas, al mercado (que claramente prefería a un Massa menemizado), el círculo rojo (que le temía), al aparto del PJ (que lo infiltró), a los sindicatos (que le mostraron sus dientes), al establishment cultural (que lo asoció con la dictadura) y, por si fuera poco, a una fenomenal campaña del miedo en la que se invirtió, sin éxito, ni pudor el 1,5 del PBI para demonizarlo. La campaña política más cara de Occidente, como diría María Eugenia Talerico, la exsenadora opositora que denunció a Massa ante la Justicia.
Sin ponerse colorado, el actor y escritor Gonzalo Heredia, emergente de un colectivo de artistas que se manifestó en contra del libertario, se mandó con un tuit sincericida. "¡Qué fraude que no haya habido fraude!".
Pero nada logró detener la extraordinaria autonomía de una ciudadanía sobre la que, cada vez, es más difícil influir. Y un hecho político inédito en la historia del peronismo: la deserción de los propios. Como diría el sociólogo Juan Carlos Torre, el partido de Perón protagonizó el último domingo un "streaptease" de una fragilidad escandalosa.
Un clásico historiador del peronismo, Torre explicó la crisis que viene atravesando esta fuerza hegemónica, en una reciente nota con La Nación: "Por largos años, el peronismo se caracterizó por esto: los votantes peronistas sólo votaban peronismo. Nunca votaban candidatos no peronistas. Ahora, muchos votantes de Milei vienen del peronismo. En 2015, hubo que importar a un hombre del menemismo, Daniel Scioli. En la última ocasión, hubo que importar a un crítico furibundo del kirchnerismo, Alberto Fernández. La última es el nombramiento y el eclipse inmediato de Wado de Pedro, que duró un día. Todo esto, en un partido que siempre se pensó como el partido natural de la Argentina, fue la confesión de una fragilidad inédita".
Los memoriosos compararon el escrache que sufrió Milei en el Teatro Colón, a menos de 48 horas del balotaje, con el cajón de Herminio Iglesias, en la campaña de 1983. Es que, como decíamos, la gente suele ponerse de lado de quién percibe como víctima y termina castigando al agresor, de allí que usualmente las campañas negativas terminen fracasando.
Julio Bárbaro, testigo viviente de aquel error político, lo suele recordar así: "El día del cierre de campaña de la UCR en la 9 de Julio, íbamos a Chaco en un avión de Bunge y Born. (Ítalo) Luder pidió sobrevolar por allí y vimos una marea humana. El silencio total que se instaló en el avión fue atronador".
El peronismo estaba a las puertas de su primera derrota electoral en la historia democrática. Un fracaso que lo mostró vulnerable. Luego sobrevino una larga crisis, hasta que nació el peronismo renovador. Pero esta vez es muy diferente. La maquinaria todopoderosa cayó frente a un outsider; un hombre sólo que hasta hace, apenas, dos años era un entrevistado desopilante y rendidor en los programas de TV.
El pase de facturas por la derrota no tardará en llegar. La interna contenida, igual que los precios pisados de la economía, promete ser turbulenta. Si algo caracteriza al peronismo es que frente a los perdedores no tiene piedad.