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Deportes

En la cima del mundo

El serbio creció en plena Guerra de los Balcanes y aprendió a jugar tenis entre bombardeos en un país en llamas. Superó obstáculos y hoy es considerado por muchos como el mejor de la historia. Excéntrico, carismático y talentoso.
Oscar Martinez

Por Oscar Martinez

"El olor a pólvora penetraba en las fosas nasales y causaba pánico, náuseas, estremecía el cuerpo. Nadie se animaba a hablar en esa pequeñísima habitación oscura y húmeda; sólo se oían sollozos y algunos rezos en voz baja. Las sirenas aturdían, mientras los aviones de combate sobrevolaban el cielo plomizo y humeante. Las bombas de las fuerzas de la OTAN seguían cayendo, una tras otra, derramando sangre, sacudiendo la tierra, provocando enormes orificios en las casas, en los hospitales, en los palacios, en las almas. La familia Djokovic, como tantas otras en la Belgrado de la antigua Yugoslavia, se acurrucaba en el subsuelo de un edificio desvencijado a esperar que el terror diera un poco de tregua. ¿Adónde escapar? ¿Cómo proteger a los niños? ¿Cómo no estar turbado ante semejante daño?", escribió Sebastián Torok.

Es domingo 29 de enero, cinco treinta de la madrugada en esta franja del mundo. Del otro lado, en Melbourne, capital costera del estado de Victoria, en el sureste de Australia, hay catorce horas más. Pero no importa, porque cuando se juega la final de uno de los cuatro torneos más importantes, el mundo del tenis se sincroniza. No interesa el sitio ni el tiempo en donde se lo viva, sólo el partido. El que en un rato comenzarán a disputar el griego Stéfanos Tsitsipas, que a los 24 años busca en su primer Major, y Novak Djokovic que a los 35 quiere el número 22. Si, 22. Los mismos que tiene Rafael Nadal y dos más que Roger Federer. Es que los integrantes del Big Three han sido los ganadores de 63 de los 79 Grand Slams celebrados desde 2003 y hasta el comienzo de este partido. En lo numérico, una brutalidad. En los recuerdos de cada encuentro disputado por ellos, una maravilla. Novak es el único que queda en pie, ahora que Rafa lucha contra las lesiones y Roger lo mira como espectador.

El paisaje montañoso de Zvecane, un municipio de la región norte de Kosovo, fue el escenario donde Srdjan Djokovic conoció a Dijana, una rubia montenegrina de la que se enamoró. Novak es el primero de los tres hijos varones de la pareja. El chico muy flaquito que descubrió el tenis a los cuatro años.

Si gana esta final del Australian Open dará un paso fundamental para estar en la cima en todo sentido. Alcanzará a Rafa y recuperará el número 1 del ranking ante la ausencia de Carlos Alcaraz. Y le dará la razón a quienes aseguran que es el mejor de todos los tiempos. ¿Si a mí me parece eso? Hay varias formas de analizarlo. La resultadista es la más sencilla, solo se trata de sumar títulos y comparar. La que yo prefiero es la que toma en cuenta otros condicionamientos, por ejemplo si la carrera de un determinado tenista ha cambiado la historia, si ha modificado la manera de jugar. Sin embargo, la que me parece más importante es lo que genera en la gente. Es decir, si usted pudiera mágicamente ver a un jugador, sin importar el torneo ni el rival, de la época que sea, ¿a cuál elegiría? Bien, ese debería ser para usted el mejor de todos los tiempos.

Novak comenzó a golpear pelotitas en las canchas del Partizan Tennis Club, en Belgrado. Hasta que una mañana soleada se presentó ante la histórica entrenadora, ya fallecida, Jelena Geón. Se le acercó con un bolso de tenis con todo lo necesario para un entrenamiento profesional. "Le pregunté qué quería ser de mayor. Y me contestó muy serio, sin dudarlo: 'El número uno del mundo'. La misma respuesta que años antes me había dado Mónica Seles", rememoró Geón, una suerte de segunda madre de Novak. Su crecimiento deportivo fue extraordinario. El odio étnico, las escalofriantes sirenas y los bombardeos repentinos lo condicionaban. Pero Novak solo jugaba. Bailar para olvidar la realidad, como asegura una frase popular. "El tenis nos salvó la vida a todos", aseguró su madre con los ojos humedecidos en un documental. Decenas de veces se repitió la situación en aquellos tristes años en Belgrado. Novak entrenaba mientras a la distancia arreciaban los ataques. Nadie quería llorar, pero pocos vencían el temor. El 10 de junio de 1999, al enterarse por radio de que se suspendían los ataques, Novak subió corriendo a la terraza de su casa, eufórico y gritando: "¡Nos salvamos, nos salvamos!". Aquel día los padres de Nole entendieron que el futuro de su hijo debía continuar en otro lado. Viajaron a Múnich y se sumó a la academia dirigida por Niki Pilic, un ex tenista croata que se había destacado en los años '70.

Se preguntaba Ezequiel Fernández Moores si habríamos comprendido y explicado mejor su decisión de convertirse en un anti vacunas si hubiésemos leído "Serve to Win", el libro que publicó en 2013 para contarnos de qué modo llegó a la cima del mundo. "Puedo mostrarte cómo cambiar no sólo tu cuerpo, sino toda tu experiencia de vida", escribió. "Al crecer bajo el comunismo, no te enseñan a tener una mente abierta. La gente en la cima se preocupa por asegurarse de que no cuestionemos lo que se nos dice que creamos. Ya sea un gobierno comunista o los gobernantes de las industrias alimentaria y farmacéutica, la gente en la cima entiende que la mayoría de nosotros estamos guiados por el miedo", dice "Nole" en su libro, mitad autobiografía, mitad nutrición y salud mental.

Poco después de su aparición, Novak encontró en el eslovaco Marian Vajda no sólo a un entrenador, sino a un sostén anímico. Su calidad y osadía lo llevaron a ascender rápidamente en el ranking. Los flashes lo apuntaron, la fama tocó su puerta a los 20 años. Su falta de cualquier tipo de mesura en el discurso, su decisión de radicarse en la glamorosa Montecarlo y sus grandes triunfos lo pusieron en el centro de la escena. Entonces llegó una aguda sinusitis que lo obligó a una cirugía, al tiempo que intentó cambiar el estilo de su saque en un momento inoportuno. No la pasó bien, y aparecieron los problemas físicos. Pero seguía ganando. Desde entonces se duda siempre de sus presuntas lesiones. Como la que declaró en la semana previa a este Australian Open, donde se lo vio pleno física y tenísticamente.

La sanación de su cuerpo se produjo al conocer en 2010 a Igor Cetojevic, un doctor y acupunturista, adorador de la medicina tradicional china. Los cambios alimenticios y los consejos orientales que este había adoptado en Pekín definitivamente influyeron en la maquinaria del serbio. Un régimen lo transformó en un tenista fibroso, con extraordinaria flexibilidad, cobertura de la cancha, potente y con recuperaciones cinematográficas.

No debe ser fácil ser Djokovic cuando su papá lo compara con Jesucristo y su mamá Dijana lo describe como "un revolucionario que está cambiando al mundo". Arrogante y simpático, sabe que no genera las mismas miradas de aceptación con que el público miraba a Roger y lo sigue haciendo con Rafa. Pero mientras tanto sigue ganando y escribiendo una historia fenomenal. Si le gustan los números, busque en Google sus estadísticas. Desde hace muchos años, el hombre que creció con el ruido de fondo de las bombas, ahora sobrevive a otro tipo de presión, mucho más amigable, mientras trabaja exhibiendo talento y esfuerzo para dominar la cumbre. Ovaciones, aplausos, dinero y fama. ¿Cómo se verá el mundo desde esas alturas?, se pregunta Torok. "No, el éxito no se lo deseo a nadie. Le sucede a uno lo que a los alpinistas, que se matan por llegar a la cumbre y cuando llegan, ¿qué hacen? Bajar, o tratar de bajar discretamente, con la mayor dignidad posible", escribió Gabriel García Márquez en "El olor de la guayaba". La cima suele ser un lugar demasiado pequeño para vivir. Y sin embargo, Novak sigue allí.

Ya comienza la final (que ganará). Vuelvo a aquello de que el mejor de la historia es para cada uno el tenista que elige para ver. Sí, yo elegiría siempre a Federer. Pero mientras tanto, Novak va a sacar. Y, gane o no, lo hace desde la cima del mundo.

La Otra Mirada Oscar Martínez

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